Sin pretender herir susceptibilidades, no creo en los libros de autoayuda, pero estoy consciente de que existen autores más respetables que otros. Fruto de la expansión de esos folletos que exacerban la voluntad frente a la realidad de las capacidades, y en razón de que por circunstancias laborales no buscadas, he tenido que presenciar aterrizajes forzosos en la pista de la existencia e incluso cataclismos del ego al ser retado por exigencias específicas, me veo compelido a pensar en este tema.
El humanista francés del siglo XVI Michel de Montaigne sostuvo que no existe una igualdad más universal que la diferencia. Aunque el Estado brinda un fuero de protección jurídica en igualdad de circunstancias, siendo el ejemplo paradigmático los derechos fundamentales para todas las personas humanas; no todos tenemos las mismas habilidades para los mismos campos del saber y del trabajo. Eso permite la diversificación de los estratos del oficio y además esa pluralidad satisface distintas necesidades colectivas.
Aunque existen muchas y controvertidas definiciones de lo que es la inteligencia humana, o las inteligencias, sumado a las habilidades motoras para ciertos puestos laborales, quiero narrar puntualmente acerca de cómo se puede incurrir en el autoengaño, en el supuesto que el individuo se cree capaz de desempeñar una función para la cual no está capacitado por diferentes razones.
No pretendo profundizar en los síntomas emocionales o cognitivos de esta distorsión, sino en algunas características que son prudentes detectar como banderas rojas que advierten la inconveniencia de aptitud o actitud para no designar a esas personas en un puesto específico. La más alarmante es la prepotencia, el enojo, la todología (la creencia de saber de todo), la ausencia de buenas maneras, el utilitarismo, el no aceptar un error o una disculpa, o el aferrarse sin descanso a la propia autopercepción de las cosas, en lo personal me asusta la gente sin sentido del humor y que cree que la seriedad y la formalidad extrema se puede interpretar como inteligencia, lo que no es exacto. En realidad, la lista aquí enunciada está incompleta y cada quién puede añadir o quitar ítems.
E=mc². Albert Einstein nación en Ulm, Alemania en 1879, detestó toda su vida las posturas rígidas en la educación, las ciencias y la política. Consiguió graduarse del Instituto Federal de Tecnología en Zurich gracias a los apuntes que le facilitó su amigo Marcel Grossmann. Gracias al padre de este, consiguió trabajo en la Oficina Suiza de Patentes localizada en Berna, renunció a su nacionalidad alemana y se convirtió en ciudadano suizo. Aunque es considerado un ícono de la genialidad, nunca se tomó a sí mismo demasiado en serio, trataba a todas las personas de la misma manera, sin afectación y consideró que su trabajo en el despacho indicado fue su claustro secular.
En 1905 se produjo el año milagroso como resultado de sus trabajos en física teórica gestados en la oficina de patentes, se publicaron en la revista más prestigiosa de la época: Annalen der Phisysik. Se discute si hubo o no un quinto trabajo o apéndice con la fórmula más conocida de la física E=mc². Sentó las bases de la teoría de la relatividad especial y sin querer, junto con otros científicos contemporáneos, también las bases de la mecánica cuántica, la cual combatió durante treinta años de su vida; especialmente se opuso al principio de incertidumbre de Heisemberg con la frase enigmática: “Dios no juega a los dados”.
Contrario a lo que podría pensarse, su planteamiento innovador no gozó de popularidad, sino lo contrario, aunque hubo consenso acerca de su genialidad, fue hasta 1921 que se le concedió el merecido Premio Nobel, pero por su trabajo sobre el efecto fotoeléctrico y “otras contribuciones a la física teórica”, la relatividad especial era demasiado polémica siquiera para ser mencionada.
Con la postulación de la relatividad general despedazó el planteamiento de Isaac Newton y abandonó Alemania con su segunda esposa en 1933 cuando Hitler fue electo canciller. Sus libros fueron considerados como “chapuceras teorías matemáticas” por los nazis en razón de su origen judío y en 1948 se le ofreció la presidencia de Israel, la cual declinó.
Llegado al recién formado Instituto de Estudios Avanzados de Princeton en Nueva Jersey, pidió $3.000 de salario anual, incapaz de interpretar la cara de perplejidad del funcionario, redujo su pretensión; se le asignaron $16.000 anuales, lo que era una suma considerable en los años treinta del siglo pasado. Pacifista y defensor de los derechos civiles, se enfrentó incluso al senador Joseph McCarthy en el pináculo de la Guerra Fría. Asequible y sin guardaespaldas, ayudaba a estudiantes de secundaria con problemas geométricos no siempre con éxito. Junto con Bertrand Russell luchó por la abolición de las armas nucleares, tocaba el violín y le gustaba navegar.
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Un genio verdadero como Einstein, no tenía consciencia de su importancia, ni vivía de ello, ni para ello, su pasión era procurar el conocimiento en sí. Cuentan que nunca le levantó la voz a nadie, porque heredó el carácter dócil de su padre. Sin embargo, las teorías (hoy demostradas, que nacieron en su mente) cambiaron al mundo para siempre.
Por eso me río con los pequeños episodios de pavoneo que he presenciado de diminutas mentes, ávidos y enfermos de poder, licántropos de reconocimiento, amantes de los séquitos, gritadores de su propia ignorancia, estas personas son lo opuesto de Einstein.
El autor es abogado.