:quality(70)/cloudfront-us-east-1.images.arcpublishing.com/gruponacion/5MOUA6HPJFCOPOXYVAQMDG64DM.jpg)
(Shutterstock)
¿Está resucitando la globalización? Fue la gran pregunta planteada en la reunión anual del Foro Económico Mundial en Davos, donde su fundador, Klaus Schwab, preguntó si es posible tener cooperación en una era de fragmentación.
Durante la última década, el gran tema aquí fue la paulatina desaparición del “hombre de Davos”, el avatar de los negocios globales y el cosmopolitismo, debido a la crisis financiera del 2008, el brexit, la elección de Donald Trump, el retroceso de la democracia en el mundo, la covid-19 y la guerra de Rusia en Ucrania. Todos factores que se veían como señales de que la globalización había ido demasiado lejos y que tendría que ponerse en reversa.
Pero este año el estado de ánimo fue ligeramente más optimista. A pesar de las grandes inquietudes sobre los conflictos y las dificultades económicas, el mundo parece estar un poco mejor de lo que previeron las élites globales cuando se reunieron por última vez en mayo pasado. Los ucranianos están resistiendo con valentía a los invasores rusos, Occidente está unido, Europa se las arregla para mantener su red eléctrica encendida en invierno y algunos piensan que todavía se puede evitar una recesión.
Es más, bajo estos considerables acontecimientos de corto plazo corre un cambio más profundo hacia una nueva forma de globalización, aunque una bien diferente a la que la precedió. Si bien la globalización de los bienes parece haber llegado a su máximo, los servicios se están globalizando cada vez más, debido a la revolución del teletrabajo durante la pandemia.
Además, hay en curso una revolución creciente en el ámbito energético, en parte impulsada por la guerra de Ucrania. Ursula von der Leyen, presidenta de la Comisión Europea, y el canciller alemán, Olaf Scholz, predicen que la adopción generalizada de energía procedente de fuentes renovables y el hidrógeno será tan significativa como la Revolución Industrial del siglo XIX.
Al mismo tiempo, los avances en inteligencia artificial abren vastas y nuevas posibilidades, al tiempo que crean tensiones sobre los microchips y nuevos temores sobre el aumento del paro y los robots “maliciosos”.
El progreso en estas tres áreas —teletrabajo, renovables e IA— relacionarán a los países en nuevas redes de interdependencia. Como plantea un informe reciente del McKinsey Global Institute, “ninguna región está cerca de ser autosuficiente”.
Primera diferencia
Pero la reglobalización vislumbrada en Davos será fundamentalmente distinta a sus versiones previas. En primer lugar, mientras el modelo antiguo giraba en torno a las utilidades corporativas, el nuevo gira alrededor de la seguridad nacional, en todas sus dimensiones. Los países occidentales han presentado la guerra de Ucrania como una defensa del orden liberal basado en reglas contra la agresión unilateral de Rusia (y, por extensión, de China).
En consecuencia, están ocupados en desvincularse de Rusia y reformular sus lazos económicos con China. En Davos, la ministra de Finanzas canadiense, Chrystia Freeland, fue una de las tantas autoridades que recalcaron la necesidad de “apuntalar a los amigos” (friend-shoring).
Pero para muchos fuera de Occidente, Europa y Estados Unidos son tan culpables de perturbar el orden global como Rusia y China, y con enormes secuelas para su propia seguridad y prosperidad. En su perspectiva, Occidente tomó la decisión de convertir la guerra en un conflicto económico (a través del paquete de sanciones más grande y de mayor alcance de la historia), con consecuencias devastadoras para miles de millones de personas.
En la era de oro de Davos, se consideraba el sistema financiero global respaldado en dólares como un bien público global que llevaría la prosperidad a todos los rincones del planeta, pero hoy se lo ve cada vez más como un garrote que Estados Unidos puede utilizar para imponer sus preferencias ideológicas y estratégicas.
Las sanciones a Rusia siguen el mismo patrón de las medidas que Occidente utilizó para emprender la “guerra contra el terrorismo” y la lucha contra la proliferación nuclear en Irán y Corea del Norte.
Como lo aprendió el banco francés BNP Paribas en el 2014, cuando fue multado con más de $8.000 millones por violar las sanciones estadounidenses, estas medidas se han convertido en un peso muerto global cuya eficacia depende de la politización directa de sistemas globales que hasta entonces se habían considerado neutrales (en principio, si no en los hechos).
Ahora que se dejó salir al genio de la botella, otros actores están politizando el marco global de reglas y normas. Por ejemplo, la Unión Europea considera aplicar a las importaciones un nuevo arancel basado en el carbono, y ya tomó medidas para impedir que los datos sobre sus ciudadanos se almacenen más allá de sus fronteras.
Por su parte, Estados Unidos redobló su apuesta, por ejemplo, con la imposición de una amplia prohibición a la venta de tecnologías estratégicamente importantes a China. El resultado no es solo una balcanización del conocimiento. Hoy la totalidad de los países están intensificando sus esfuerzos por protegerse de los riesgos de la interdependencia.
Segunda diferencia
Es posible que otra tendencia que diferenciará la próxima etapa de la globalización tenga todavía más consecuencias. Mientras el Reino Unido y Estados Unidos fueron, respectivamente, los centros de las primeras dos olas globalizadoras, la que se avecina será multipolar y, por tanto, multiideológica. No solo China cerró su brecha económica con Estados Unidos, sino que lo superó como el mayor socio comercial de la mayor parte de los países del mundo. Esto implica un enorme cambio en el equilibrio del poder económico.
Esta nueva dinámica sugiere que el mundo se dividirá no solo por nacionalismos, sino por ideas muy diferentes acerca del orden. Los participantes de la reunión de Davos tuvieron una clara ilustración de ello cuando el presidente ucraniano, Volodímir Zelenski, apareció en una proyección para dar un discurso en el que llamaba al mundo a unirse contra la guerra no provocada de Rusia contra su país.
Mientras la mitad del público aplaudía con entusiasmo, la otra mitad parecía impertérrita. Incluso si muchos simpatizan con los ucranianos, temen que el conflicto se esté utilizando para precipitar una segunda guerra fría que divida al mundo entre democracias y autocracias.
Eso es lo último que desea la mayoría de los líderes políticos. En conversaciones privadas, los líderes de África, Oriente Medio y América Latina se quejan de que sus países ya sufrieron una pérdida de su soberanía y capacidad de control durante la primera guerra fría. Para ellos, no hay mucho que ganar si tienen que escoger bandos una vez más.
Incluso los aliados de Estados Unidos están en contra de tener que escoger. Conversé con un magnate japonés que se siente muy preocupado por la política exterior de China, pero que se opone vehementemente a la desvinculación de esta potencia. Y en su propio discurso en la conferencia, Scholz declaró que el mundo del 2045 sería multipolar, no bipolar.
Puede que, a fin de cuentas, Schwab esté en lo correcto al esperar que haya cooperación en nuestros tiempos de fragmentación. Pero debemos tener muy en cuenta los modos en que la próxima globalización será diferente de la última.
Mark Leonard es director del Consejo Europeo de Relaciones Exteriores.
© Project Syndicate 1995–2023