Siempre que no vulnere la integridad de otros, todo ser humano tiene derecho a decidir cómo interpreta y expresa su sexualidad o género. Es la vertiente individual, que se proyecta a las relaciones afectivas. Pero, además, tales opciones y expresiones enriquecen la convivencia y hacen más robusto un marco de tolerancia colectiva que sustenta el ejercicio de otros derechos y, por ende, perfecciona la calidad de la convivencia. Aquí se afinca su dimensión social.
Las decenas de miles de personas que, de forma libre, entusiasta y abierta desfilaron el pasado domingo por San José para mostrar y reclamar respeto a la diversidad, seguramente estuvieron animadas por un legítimo derecho a reafirmar su dignidad más íntima, sobre todo la profunda necesidad de amar y ser amados sin censuras o trabas legales. Pero no se quedaron aquí.
Con cada paso que dieron, cada cartel que mostraron y cada canción que entonaron, movieron una poderosa palanca para impulsar a nuestra sociedad a ser cada vez más abierta, respetuosa, armónica y segura de sí misma. Por esto, merecen agradecimiento colectivo, incluso de quienes, también en ejercicio de sus derechos, las ven con desdén o las rechazan visceralmente. Solo respetándonos todos podemos esperar respeto para cada uno.
“La noción de los derechos humanos se sustenta en nuestra humanidad compartida ”, ha escrito el nobel indio Amartya Sen. En el contexto de un Estado democrático, también deben sustentarse en normas jurídicas y prácticas administrativas. Hemos avanzado mucho en las segundas, pero casi nada en las primeras. Sé que este avance, esencialmente legislativo, está cuesta arriba. Pero la marcha del domingo demostró que muchos ciudadanos no cesarán en remontar la pendiente para lograrlo. Cuando se logre, todos, más diversos, seremos mejores.
(*) Eduardo Ulibarri es periodista, profesor universitario y diplomático. Consultor en análisis sociopolítico y estrategias de comunicación. Exembajador de Costa Rica ante las Naciones Unidas (2010-2014).