Habrá abogado al que lo halague un elogio y agobie un epitafio. Este último es conocido y casi indecoroso citarlo aquí. No sé si es verdad o mentira, pero se cuenta que a san Ivo, santo patrono de los abogados, sus vecinos le compusieron el epitafio que reza: “Era abogado y no era ladrón. Santo Dios, ¡qué admiración!”.
El elogio dice que los abogados suelen reclutarse entre quienes piensan más de lo necesario. En su mejor versión, parece que alude a que una buena parte de ellos goza de un coeficiente intelectual por encima de la media. Es como para presumir. Pero en otra versión, da para pensar que su especialidad consiste en gestionar mejor que los demás aquello de que hecha la ley, hecha la trampa.
Lo dicho no es tan malo como aparenta: bien mirado, a veces la elusión alivia el rigor desmedido e innecesario de las normas de derecho. La letra mata: a la vista de tantas disposiciones como existen concebidas con los ojos del hombre malo, hay finalidades que convienen al interés público que se frustran o entorpecen debido a la letra, con un significativo costo social y escasa compensación.
Cuando leo la Constitución en la parte referente a los organismos públicos y sus deberes y atribuciones, advierto que emplea un lenguaje propositivo; el orden que predica la ley es marcadamente restrictivo. El legislador ordinario parte de la suspicacia o la sospecha; el constituyente lo hace desde la ilusión y la buena fe. Con frecuencia, quien interpreta y aplica las reglas mira la ley y, solo de soslayo, la Constitución.
¿Por qué hay tantos que se inclinan por estudiar Derecho? Las razones subjetivas han de ser muchas, o ninguna en especial. He aquí esta: cuando tuvo edad suficiente, una mujer obligada desde niña por sus padres a obedecerles, y más tarde por su maestro de Religión a cumplir los mandatos coránicos, salió a escondidas de su casa y se mudó a otra ciudad para estudiar una carrera.
Concluida esta, acudió a una entrevista de trabajo y le preguntaron: “¿Por qué estudió Derecho”. Ella se lo pensó y al cabo contestó: “Nadie debe decidir por mí nunca más. El derecho tiene que protegerme” (Ferdinand von Schirach, Castigo). En este y otros casos, es una razón más convincente que otras.
Carlos Arguedas Ramírez fue asesor de la presidencia (1986-1990), magistrado de la Sala Constitucional (1992-2004), diputado (2014-2018) y presidente de la Comisión de Asuntos de Constitucionalidad de la Asamblea Legislativa (2015-2018). Es consultor de organismos internacionales y socio del bufete DPI Legal.