La covid-19 augura desastres de proporciones inimaginables. Algunos le atribuyen dimensiones de inspiración bíblica y una capacidad inédita para generar la ruina de las supereconomías. Aun si retrocediera, los daños geopolíticos ya causados son profundos.
Para algunos analistas, el golpe nos remite a la influenza de 1918-1919, la cual emergió hacia finales de la Primera Guerra Mundial. Cuando menos, 500 millones enfermaron y liquidó a 50 millones de personas alrededor del mundo. No menos temible fue el período de entreguerras y sus oleadas de ultranacionalismo y la Gran Depresión.
Hay razones para creer que las implicaciones geopolíticas del coronavirus serán más profundas y duraderas. Diferentes países han encontrado fórmulas draconianas para defenderse del virus. Aunque otros hallaron que la flexibilización de dichas prácticas y normas redunda en el retorno del SARS-CoV-2.
Franklin D. Roosevelt contrajo tanto la influenza como la poliomielitis, lo cual no deslució su brillante carrera como líder en la Segunda Guerra Mundial, principalmente contra Hitler y Japón. Su fuerza de carácter e inteligencia se impusieron contra esa amenaza y la oposición del Congreso.
Este análisis va dirigido a ilustrar cómo las secuelas de enfermedades graves no han sido un límite para carreras políticas en Estados Unidos. Sin embargo, un presidente como Donald Trump, atlético y mujeriego en sus mejores épocas, y platudo, a pesar del respaldo de gran parte de la bancada republicana en el Congreso, ha salido huero.
En sus conferencias con estadistas e informadores foráneos, es blanco de mofas. Y, con todo este bagaje, todavía se queja de sus parlamentarios.
Su problema existencial es la prensa. Ha adquirido la maña de quejarse del gremio y deja banqueados a los comunicadores con quienes está resentido.
Otros mandatarios estadounidenses, en situaciones conflictivas similares, buscaron el camino de la amistad, de invitar al periodista al despacho. Pero eso parece excesivo para el genio que maneja en estos momentos la Casa Blanca. Sus posibilidades políticas han declinado, mas confía en que con una bromita sin gracia todo lo arregla.
Hay también una queja de los latinos de haberles escamoteado algunas promesas. En su diseño sideral, esas son minucias. Veremos cómo le va con los votos hispanos.
El autor es politólogo.