Si algún calificativo sintetiza con precisión el aporte de don Eduardo Lizano al país, es el de estadista. Pocas personas han tenido tanta influencia en los últimos 40 años para ampliar horizontes y marcar rumbos al desarrollo nacional. Lo ha hecho con visión integral y de largo plazo, que combina con un depurado manejo de los instrumentos para alcanzarlos.
Su abordaje desafía doctrinas cerradas o clasificaciones simplistas. Conecta lo conceptual con lo práctico y aplica una peculiar mezcla de persuasión, insistencia y negociación como formas de alcanzar logros. De ahí su profunda impronta, construida desde iniciativas y responsabilidades múltiples durante varias décadas.
Lúcida influencia
Este jueves, 8 de febrero, llega a los 90 años, la mayoría dedicados a la academia y el servicio público. Durante ellos, ha logrado una peculiar combinación de solidez conceptual, agilidad intelectual, claridad de miras y flexibilidad de métodos. Su abordaje, integral, sistémico y flexible, refleja la práctica visionaria y tenaz de la razón pragmática.
Su robusto repertorio de conceptos, categorías, modelos, datos, relaciones, análisis, experiencias e investigaciones, bastiones para la creación y difusión de conocimientos, lo ha puesto también al servicio de otro imperativo esencial: el diseño, propuesta y ejecución de políticas públicas.
Tal ruta no deja de ser riesgosa. Cuando se aterriza en la praxis, y esta toca aspectos clave para la organización y desarrollo de un país, así como intereses y resistencias de múltiples actores, lograr la armonía total o la perfección de resultados es tarea imposible, y convierte a sus impulsores en blanco de críticas.
Don Eduardo a menudo las ha recibido. Sin embargo, nunca se ha amedrentado ante ellas; al contrario, las ha convertido en acicate para evaluar, corregir, mejorar, adaptar y seguir avanzando en la búsqueda de subóptimos posibles, mediante el despliegue de lo que el filósofo político liberal Isaiah Berlin llamó “sabiduría práctica”.
Al preguntarse, en su ensayo “El sentido de la realidad”, qué hace a unos estadistas exitosos, Berlin respondió: “...no piensan en términos generales; es decir, no se preguntan primordialmente a sí mismos en qué sentido una situación determinada se parece o no a otras situaciones en el curso de la historia... Su mérito es que pueden palpar la combinación única de características que constituyen esta situación particular; esta y no otra”.
Pragmático y racional
Tal es el caso de don Eduardo. Parte de principios sólidos y aspira a objetivos claros, muchos de gran calado, pero es dúctil en los métodos para alcanzarlos.
Desde que, en 1970, tuve el privilegio de ser su estudiante en el curso Problemas Económicos Contemporáneos, que impartía en la Escuela de Ciencias Políticas de la Universidad de Costa Rica, comencé a percatarme de esa conjunción de cualidades. A ellas añado tolerancia, ironía, agudeza perceptiva y sentido del humor, señales todas de inteligencia.
Desde entonces, a lo largo de mi vida profesional, he tenido el privilegio de interactuar con él en diversas coyunturas, posiciones y condiciones. Lo he visto evolucionar en su pensamiento, cuando se ha percatado de que concepciones en algún momento sólidas, en otros ya no lo eran y, por honestidad intelectual, debía buscar o construir otras.
Esta actitud es muy distinta de la obnubilada rigidez de quienes, sea en el ámbito económico, político o social, se apegan a dogmas y cartillas como sustitutos de la reflexión abierta y la acción creadora.
Gran arquitecto
Sus tribunas y arados han sido muchos. Entre ellos destacan una larga labor docente, la participación en juntas directivas de varias instituciones, los cargos de representación en bancos multinacionales de desarrollo y la incansable tarea desde la Academia de Centroamérica, centro de pensamiento socioeconómico plural del que fue cofundador en 1969, presidente en varias oportunidades y aún activo miembro.
Pero me atrevo a decir que su más honda huella la estampó como presidente del Banco Central, en los períodos 1984-1990 y 1998-2002. Durante el primero, e incluso antes, fue el gran arquitecto, y en buena medida ejecutor máximo, del plan de estabilización económica aplicado a inicios de la década de los 80; de la exitosa renegociación de nuestra deuda externa; y de la apertura económica que derivó en un nuevo impulso a nuestro desarrollo, con dirección política desde la Casa Presidencial y el respaldo de un sólido equipo de ministros, técnicos y académicos.
“La formación de las coaliciones necesarias para lograr el apoyo y el sostén indispensable para llevar a cabo la política económica es una tarea económica —más bien un arte—, pero inevitable”, escribió en 1994 a raíz de esa experiencia: un destilado de sabiduría práctica.
En su más reciente aporte, el opúsculo “Después de la pandemia: una visión de largo plazo” (2022), elaboró sobre los tres componentes indispensables de nuestro contrato social: el político (democracia), el social (bienestar) y el económico (progreso material), y escribió: “Producir y distribuir, en definitiva, no son dos procesos diferentes, sino uno solo: crecer más permite distribuir mejor y, simultáneamente, distribuir mejor facilita crecer más”.
De nuevo, el abordaje sistémico, sólido, equilibrado, inteligente y realista. Como don Eduardo.
Feliz cumpleaños.
El autor es periodista y analista.