Pues bien, en este país tenemos un año de vivir en la era de las coaliciones. A nuestra manera, por supuesto, la del gallo-gallina del “soy parte, pero no lo soy”, que no es, por cierto, la manera alemana de hacer las cosas: ahí, una “gran coalición” gobierna sobre la base de un detallado acuerdo político.
Así estamos: en el Ejecutivo, el gabinete del PAC incorporó personas de otros partidos en posiciones claves del gobierno. En el Legislativo, ya son dos Directorios legislativos, especialmente el más reciente, conformados por amarres entre partidos.
Las coaliciones han permitido gestionar el multipartidismo fragmentado que había paralizado la toma de decisiones en ambos poderes del Estado. Introdujeron un principio de responsabilidad política que deshizo dos nudos intratables para los gobiernos anteriores: aprobar una reforma fiscal y reformar el reglamento legislativo. En ese sentido, han dotado de cierta funcionalidad al sistema político, moviéndonos del juego suma cero en el que habíamos caído.
Esta es una buena noticia, una que, quizá, el ruido del día a día impide aquilatar. Pactar dejó de ser el acto maldito en la política costarricense, equivalente a traicionar la pureza de sangre. En varios partidos, despuntó una generación de políticos de corte más pragmático, que, al aprender su oficio en la realidad del multipartidismo y de las organizaciones partidarias con débiles mandatos ciudadanos, le está imprimiendo un nuevo aire a la política. No había mucha más opción, por lo demás, pues la alternativa era la conducción temeraria del país hacia el nadir, a rebujo de los políticos de la vieja escuela.
Sin embargo, una cosa es lograr ciertas funcionalidades políticas para evitar un desastre, y otra es atender las necesidades del desarrollo y las demandas ciudadanas por trabajo, bienestar y seguridad. Me refiero aquí a los actos de imaginación política para crear acuerdos de amplio alcance sobre la reforma del sistema de pensiones, la reducción de la desigualdad social, la descarbonización de la economía, transformar nuestra matriz productiva y convertir a Costa Rica en un centro internacional de innovación. Estamos lejos de esto.
En la medida en que no logremos crear este tipo de coaliciones, el país acumulará desafíos fundamentales sin resolver. Ello hipoteca nuestro largo plazo y mantiene la separación política y sociedad que envenena la democracia.
El autor es sociólogo.