Imaginemos la sociedad costarricense actual desde el punto de vista de las generaciones que hoy cohabitamos en ella: bisabuelos, abuelos, padres e hijos. Digamos que entre cada una hay 25 años de distancia, por lo que la de los hijos iría de 0 a 25 años (edad típica: 15); la de los padres y madres, de 26 a 50 años (edad típica: 38); los abuelitos, de 51 a 75 (edad típica: 65); y los bisabuelos, los grandes, de 76 años y más.
La bisabuela ve hacia atrás en su larga vida y dice: “He visto de todo”. Criada con suma estrechez, quedó marcada por la Guerra Civil del 48, vota por tradición, vivió como adulta el tránsito de la sociedad rural a la urbana, la época de los “mechudos” –a los que nunca entendió– y de la rápida modernización.
Aunque no entiende las tecnologías actuales y se alarma por las cosas que pasan, sabe que deja un país mejor que el que recibió de los antiguos. Es parte de una generación satisfecha.
El abuelo de hoy, respetable y panzón, fue el rebelde mechudo que ayer tiró piedras en la revuelta de Alcoa de 1970. Hijo de la “nueva ola”, está recién pensionado y posee buena salud.
Su generación se hizo adulta cuando la gran crisis de los ochenta y fue la que impulsó la transformación del país en una economía abierta.
A diferencia de su madre, tiene un punto de culpa: aunque vive bien, siente que Costa Rica “se le fue de las manos” y que su legado será una sociedad con muchos problemas irresueltos.
Los padres recién empiezan a criar hijos, pues pospusieron la maternidad todo lo que pudieron.
Bien educados, pero endeudados hasta el hocico –deben todo–, cotizan a la Caja y hasta hace poco creían a ciegas en el ICE. Viven un mundo privatizado en el que pagan guarda, educación de niños y médicos. No tienen tiempo, la vida se les va en las presas, el país les es hostil, están insatisfechos con los servicios públicos, el Gobierno y la vida y la política les entra flojo. Es una generación prematuramente desengañada.
De los hijos, poco hablo porque son todavía promesa. Solo puedo decir que viven en el mundo global, sin fronteras, el de las redes sociales y el chateo perpetuo. Veremos.
Satisfechos, culpables, desengañados y globales coincidimos hoy. No lo quisimos así, pero ni modo.
Si dejamos a los bisabuelos tranquilos, la gran cuestión es lo que un grupo transversal de gentes, el de los emprendedores, presente en todas las generaciones, se resuelva a hacer. Tienen mucha energía social, pero están dispersos. ¿Cómo emplear esa energía para convertir al país en un gran laboratorio de innovación?