He visto publicidad en las redes de candidatos municipales bailando, cantando, gritando y amenazando. Nos miran, sonríen, se mueven y hablan. Sin embargo, no veo qué hay ahí. Es que la propaganda política parece tener como objetivo engañar y, sobre todo, quienes presumen de ser honestos no parecen muy confiables.
Me pregunto qué dice de esa gente que se postula su dificultad para hablar con honestidad, pero también qué de la ciudadanía que con poco se conforma.
Nunca hemos sido un país del cual se pudiera presumir de su franqueza en el habla, sino, más bien, de la truculencia miedosa y calculada en el decir. Pero ahora, con la calidad de la educación tristemente a la baja, la cultura de lo políticamente correcto callando las bocas y el oportunismo al que dan cabida, existen menos con la capacidad de decir, clara y directamente, lo que piensan.
Al menos, sin tener que recurrir a un sinnúmero de notas al pie, paréntesis y asteriscos para aclarar qué es lo que se está expresando y qué no, con el ánimo de minimizar el riesgo de ser sujeto de críticas malhechoras.
Ello se vuelve más complicado cuando nuestros interlocutores sufren problemas para abstraer —incapacidad en aumento—, según los últimos informes sobre el estado de la educación y que, en concreto, afectan los procesos de enseñanza y aprendizaje universitarios, como señalaron recientemente las profesoras de la Universidad de Costa Rica (UCR) Damaris Madrigal y Flory Camacho.
En todos los casos, el ejercicio ciudadano se ve afectado. Esto es muy notorio en las redes sociales, donde es fácil ver cómo se arman grandes alborotos contra alguien por dificultades en la comprensión lectora. Incluso son comunes los comentarios que lo reclaman. “¡Gente, compresión lectora, por favor!”, se lee a menudo. Claro, no estoy desconociendo que haya gente que se haga la que no entiende por mala voluntad.
Son las personas
La capacidad de abstracción es la habilidad de hacer un ejercicio intelectual para tomar un hecho y analizarlo en sí mismo, sin que intermedien las experiencias concretas. Por ejemplo, analizar las candidaturas a las elecciones municipales que están cerca por las propuestas de sus programas y la trayectoria de quienes se postulen, sin que el odio o la devoción por un partido político, personaje o clase social nuble la vista.
No es que tal institución es “un patrón muy ingrato” —como me dijo una funcionaria recientemente—. No; no es la institución, sino la gente que está en los cargos de poder, como señaló otra.
Entonces, no es la democracia ni es la CCSS o el Poder Judicial ni es el PLN o el PUSC lo que está mal, son los hombres y las mujeres que, viviendo en un país tal, trabajando en dichas instituciones o integrando los partidos, dañan ahí donde deberían construir.
Pero con frecuencia se olvida que son las personas individuales y colectivas las que causan un enorme perjuicio a una buena institución. Encontramos cierto consuelo culpando a un ente y no a quienes le dan vida, porque así se nos hace más fácil desentendernos.
Por ello, como me dijo hace poco el investigador de la UCR Jaime Caravaca, necesitamos gente buena en las instituciones, personas que no lleguen con el afán de dañar a otras o en busca del beneficio personal, sino para servir.
Sería esencial que cada vez más personas, sobre todo quienes tenemos el poder de elegir, pensemos en ello y lo hablemos públicamente para que deje de ser normal pasar por alto la ética.
Buen corazón
El reto, no obstante, es evitar enfrascarse en una discusión entre maldad y bondad, porque ¿quiénes y a partir de cuáles criterios tendrían la autoridad de definirlo? Sobre todo en tiempos en los cuales todo parece reducirse a una disputa maniquea en ese sentido.
De manera que, precisamente, ese es parte del problema, que en la fragmentación que nos aqueja como sociedad cada grupo ejerce la violencia contra sus contrarios, al punto de señalarlos como malos.
Entonces, tal vez, si nos quedamos en un plano más superficial —no en el sentido peyorativo del término, sino para indicar que no entraríamos en cuestiones filosóficas—, podríamos avanzar en la reflexión.
Estaríamos hablando de intentar elegir a personas con solvencia intelectual, poseedoras de experiencia para el cargo, pero que también sean, por decirlo de alguna forma, de buen corazón. Y aquí encontramos otro desafío: lo primero es fácil saberlo, pero lo segundo no.
¿Cómo reconocer a alguien que tiene buen corazón? Digo, cómo, sin caer en los métodos del médico italiano Cesare Lombroso, cuya teoría sobre los delincuentes consistió en afirmar que eran identificables por sus rasgos físicos y biológicos.
Sugiero entonces que evitemos elegir a quienes persisten en sembrar cizaña en la ciudadanía, a los que venden un mundo de héroes y villanos y se publicitan como los primeros.
¿Podemos conformarnos entonces con evitar a los juegavivos, rajones, bravucones, fanfarrones y acomplejados? ¿Se puede notar cuando alguien busca una elección sin vocación de servicio? A veces parece que sí, pero no siempre.
Entrenamiento para ver
La filósofa española Adela Cortina da pistas para el camino: “La confianza no se construye unilateralmente, sino desde la experiencia vivida de que el otro ha dado muestras palpables de merecerla. Es verdad que las personas tendemos a confiar en que nuestros interlocutores son veraces. En caso contrario, hubiera sido imposible la cooperación, que es la que nos ha permitido hacer ciencia, tecnología, la vida política y la vida ética. Pero esa disposición a confiar tiene que venir refrendada por los hechos. Por eso es tan difícil construirla y tan fácil dilapidarla. Hay que ganársela, se construye día a día y exige crear instituciones que den cierta estabilidad a las relaciones sociales, aunque tampoco estas son fiables si no lo demuestran”.
No nos tomemos a la ligera las elecciones municipales de febrero, en las que tenemos el poder y el deber de elegir las alcaldías, vicealcaldías, regidurías, concejalías, intendencias.
Ustedes, como políticos, busquen construir la confianza en las siguientes celebraciones electorales. Ustedes y yo, como ciudadanía, exijámosla. No permitamos que nos convenzan del voto odio, sentimiento que, como dice Cortina, es innecesario para vivir. Esforcémonos en prestar atención a los detalles para decidir el voto.
Cuenta el antropólogo francés Claude Lévi-Strauss que cuando empezaba la escritura de uno de sus libros encontró que cierta tribu lograba ver el planeta Venus durante el día, cosa que a él le pareció materialmente imposible. Tras indagar con algunos astrónomos, quienes le dijeron que era algo ciertamente posible, lo confirmó revisando viejos tratados de navegación.
El antropólogo concluye que nuestras culturas también podrían ver a Venus a la luz del día, si tuviéramos la vista entrenada para ello.
La autora es catedrática de la UCR y está en Twitter y Facebook.