He tenido la suerte de estar escribiendo en la misma casa donde Gabriel García Márquez escribió Cien años de soledad, gracias a una beca que me fue concedida por la Fundación de las Letras Mexicanas (FLM).
Todos los días escribo y planeo con gran cuidado mi proyecto literario en el mismo escenario donde el gran escritor colombiano planeaba y escribía el suyo. Una oportunidad que atesoro y aprovecho al máximo.
Aunque no siempre se tengan las mismas ganas e inspiración, he logrado sentarme frente a la pantalla con autodeterminación diariamente, convocando la autogestión aprendida a lo largo de la vida y la magia de estar en el mismo lugar que García Márquez, para que las palabras empiecen a salir.
Si bien no todos los días el relato avanza en sus acciones, algunas veces corrijo lo escrito el día anterior o investigo sobre algún tema importante, o bien modifico párrafos e incluyo diálogos.
No tengo excusas para dejar de escribir, así que, aunque me cueste el principio y dé vueltas alrededor de la mesa de trabajo, finalmente me siento frente a la pantalla al recordar que junto a esta habitación se encuentra la pequeña oficina en donde García Márquez escribía y donde veía por la ventana, no el jardín, que es lo que yo veo desde la mía, sino el patio trasero de su casa, con su puerta de salida al lado de atrás.
Un espacio nada del otro mundo, ningún paisaje emocionante ni evocador, sino todo lo contrario, hizo que su mente creara una ópera narrativa donde el realismo mágico, a través de sus dedos tecleando en una máquina Smith Corona modelo 57, dio vida a un árbol genealógico de familias, relaciones y personajes inolvidables.
José Arcadio Buendía, Úrsula Iguarán, Remedios Moscote, Santa Sofia de la Piedad, Amaranta, Aureliano, José, Arcadio y Rebeca también nacían y vivían con él en esa pequeña cueva creativa.
Necesidad de tiempo
Aunque sea un ejemplo de que no es el lugar lo importante, sino la mente, me parece necesario mencionar que el silencio es una herramienta fundamental junto con el tiempo.
Sin tiempo no es posible desarrollar el espacio mental donde trabajar el lenguaje sin dejarse interferir por el trabajo que nos da de comer o los mil y un problemas por resolver en la vida.
Tiempo y silencio. Un no-ruido fecundo que nos permita concentrarnos y dar el mejor juego que tengamos en la mano: una propuesta que promete, un tratamiento que emociona, una historia que nos lleva y nos trae.
Nada de lo anterior se puede hacer con el ruido de fondo de las redes sociales, ni con el entre y salga de la ciudad. Menos con las demandas de una familia, sea pareja, hijos, suegros, nietos o primos que no respetan el oficio.
De ese tiempo en esta pequeña cueva silenciosa, una mente escribió Cien años de soledad, y con su obra les entregó miles de años de literatura a editoriales y lectores agradecidos.
Imagino su teclear hoja por hoja sin poder borrar con una tecla de delete o insertar con una de copy paste; su congoja, cuando no podía seguir con la historia; su caminar hacia el parque para aligerar el cuerpo y la mente; y su vuelta a la mesa de trabajo.
Imagino sus conversaciones con Mario Vargas Llosa, con Carlos Fuentes. Abro la llave del baño que usaron y bajo la cadena del inodoro que ellos también bajaron, pensando en que mi mente es parte ya de ese mundo que sigo y que le dio un valor de identidad a estos territorios latinoamericanos hasta llegar a estas páginas escritas.
Aire del maestro
Un curso que no se detiene nos envuelve a los que escribimos, un curso discreto como toda gran escuela en donde los alumnos no saben de vacaciones y menos de graduaciones, un curso a lo largo del cual nos dejamos sentir por el aire del maestro cuando su recuerdo pasa, sopla y dice “sigue”.
Como en mis historias no hay nadie, pero en cualquier momento pueden aparecer sorpresivos y silenciosos personajes, yo le agradezco a la ventana que siga ahí, dejándonos mirar mientras aprendemos, mientras esperamos a los que llegan a poblar los libros con sus afectos, sus descalabros, sus ideas y sus visiones.
La imaginación no siempre es un asalto, la mayoría de las veces es el resultado de un espacio psíquico convocado por el tiempo y el silencio dedicado a la observación y la implicación. Yo sigo.
La autora es filósofa.