Al término de la Semana Santa, me dice una amiga, el ritual no ha mejorado mis percepciones religiosas: en este orden de cosas, el episodio que marcó para mí un antes y un después sucedió cuando yo tenía siete años, había acudido a contar mis pecados y el sacerdote que oficiaba, oyéndome balbucearlos, me dijo con justa razón que no le hiciera perder el tiempo, me dejara de pecaditos veniales y le confiara un verdadero pecado mortal.
Como yo no sabía ni teóricamente qué era eso, el hombre se puso bravo, a mí me dio miedo y hui despavorida del confesionario para nunca más volver a un sitio como ese.
Continúa: mucho tiempo después, vine a dar con la idea de que el pecado mortal realmente existe. Consiste en hacer daño malicioso a los demás o no hacerles el bien cuando era posible: a mi modo de ver, todo se reconduce a eso. En este sentido, reconozco que he incurrido y vuelto a incurrir en esta gravísima contravención ética, y posiblemente vuelva a hacerlo en el futuro. Nada me redime, de poco sirve que me lo reproche. Admitirlo es el principio y el fin de mi reflexión religiosa, si es que puede llamarse así.
Cita: en una obra menor, Notre Dame, el novelista Ken Follett cuenta sus impresiones sobre el incendio que destruyó parte de la famosa catedral en abril del 2019: “No soy creyente, dice Follett, pero voy a la iglesia a pesar de todo. Adoro la arquitectura, la música, las palabras de la Biblia y la sensación de compartir algo tan profundo con los demás”.
A mí me pasa todo lo contrario, agrega mi amiga, yo evito los templos; como nada sé de arquitectura, me basta con mirarlos desde fuera; la música puedo oírla en otras partes.
Cita de nuevo: además, si debo creer a Joyce Carol Oates (Un libro de mártires americanos), “los textos sagrados de las grandes religiones son apologías de la opresión, la ignorancia, la superstición, y también de la resignación ante la tiranía política, por no mencionar la esclavitud y el maltrato a las mujeres”.
Termina: en un templo, solamente podría compartir el recuerdo del miedo profundo que experimenté a los siete años y, como entonces, mi ignorancia de lo que en términos religiosos es el mayor de los pecados.
carguedasr@dpilegal.com
Carlos Arguedas Ramírez fue asesor de la presidencia (1986-1990), magistrado de la Sala Constitucional (1992-2004), diputado (2014-2018) y presidente de la Comisión de Asuntos de Constitucionalidad de la Asamblea Legislativa (2015-2018). Es consultor de organismos internacionales y socio del bufete DPI Legal.