Gabriel García Márquez comenzó aquella tarde en Cartagena con una máxima literaria ante los 10 periodistas que le clavábamos la mirada alrededor de la mesa rectangular: “En el primer párrafo se define todo. El estilo, el ritmo, la calidad del personaje. Lo demás es estilo”.
Con tal advertencia, era imposible no pensar en el potente comienzo de su obra cumbre, Cien años de soledad: “Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo”.
Era noviembre de 1998 y García Márquez se tomó tres tardes para convertirse en capacitador de reporteros latinoamericanos en la fundación bautizada con su nombre para promover el periodismo de excelencia. Como les conté la semana pasada, tuve el privilegio de estar en ese taller, donde reveló intimidades, entre ellas, que casi no llega a escribir Noticia de un secuestro (1996), drama de la vida real sobre los días en que Pablo Escobar puso a Colombia en jaque con una decena de secuestros de figuras connotadas con el fin de evitar extradiciones a EE. UU.
Marina Montoya y Diana Turbay fueron las dos rehenes asesinadas por Los Extraditables. El libro iba a empezar con Marina, pero una conversación con los hijos lo hizo dar un giro. Se dio cuenta de que él sabía más que ellos sobre las crueldades sufridas por la señora. También enfrentó otra aprensión: la madre de Diana no deseaba que se supieran pormenores de cómo acabaron con su hija.
Al final, dijo, “era tanta la información” de esos dos años de investigación que por un momento renunció a escribir; consideraba que podría exaltar a Escobar y el narcoterrorismo. Sin embargo, logró disipar sus dudas: “Me dije, ¿cómo voy a dejar esto tirado?”. Se decidió porque creyó útil exponer el horror causado por el narcotráfico. Al escritor lo venció el periodista que llevaba en el alma. Más cuando había equiparado el periodismo con el boxeo, sobre todo, con nunca tirar la toalla.
Así, puso manos y mente en la obra, y Noticia de un secuestro lo empezó con Maruja Pachón. El maestro, quien falleció hace 10 años, aplicó en ese primer párrafo la receta que dio aquella tarde en Cartagena.
amayorga@nacion.com
El autor es jefe de Redacción de La Nación.
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— Cartagena, noviembre 1998, taller a periodistas latinoamericanos
“No hay nada más difícil en este mundo que atrapar a un lector. Es más fácil atrapar a un conejo. Y, el primer párrafo es el que atrapa”.
“La noticia tiene su tamaño. Una cosa es una noticia larga, otra cosa es la noticia alargada”.
“Hay un principio básico. Cuando uno se aburre escribiendo, el lector también se aburrirá”.
“Hacer un trabajo que no le gusta a uno contribuye a la muerte. Si no es una pasión, mejor dejarlo”.
“Después de ‘Cien años de soledad’, el brazo me quedó caliente. Seguí escribiendo y todo me salía a ‘Cien años de soledad’. Era como un capítulo más. Paré de escribir. Así vino ‘El otoño del patriarca’.
“Nunca respondo a las críticas, nunca lo he hecho. Mis libros son los que hablan”.
“El secreto de la longevidad está en hacer lo que a uno le gusta”.