La muletilla ‘me abstengo de declarar’ se volvió común en las comisiones legislativas que investigan presuntas irregularidades. Sin embargo, ese silencio dice mucho
Hay silencios que dicen más que mil palabras. Ha quedado demostrado en las comisiones legislativas que esculcan el financiamiento a los partidos políticos en la campaña electoral o el manejo de millonarios contratos de publicidad estatal concedidos al Sinart. Allí, los constantes mutismos de los comparecientes evidencian un intento por obstruir las investigaciones, proteger a un superior o a sí mismos. Además, se ha convertido —en casos particulares— en una tácita aceptación de actuaciones inmorales o contra la ley.
La muletilla “me abstengo de declarar” es un arma de doble filo, pues aunque en el momento sirve de vía de escape a los testigos o señalados, su mudez también alimenta las dudas sobre su integridad, falta de transparencia e idoneidad, sobre todo, cuando es visible, en múltiples ocasiones, que no hay causa justificada para callar.
Los deliberados silencios ante los diputados tienen la virtud de exponer quién es quién en los partidos políticos, en el gobierno; dejan ver una clase política y de funcionarios con verbo vigoroso para acusar a otros, pero evasivos cuando el foco acusador apunta hacia sus rostros. Ahí, olvidan el principio populista de hablar mirando a los ojos.
En hora buena que la Asamblea Legislativa transmite los debates de estas y otras comisiones, porque así quedan en sus redes sociales los registros que permiten a los ciudadanos conocer, en directo o en diferido, a quienes se escudan en el “me abstengo” aunque las preguntas no tengan mayor complicación legal.
Es incuestionable que los comparecientes abusan del “derecho”, algo contradictorio en una clase política que prometió, en la campaña electoral, administrar con transparencia para sepultar manejos debajo de la mesa que tanto criticaban, y siguen criticando, a otros gobernantes. Sin duda, la práctica sigue viva, y lo que es más grave es que unos contagian a los otros para convertirla en hábito.
De ahí la importancia de que los ciudadanos seamos más críticos y desconfiados, principalmente durante las campañas electorales como en la que estamos ahora, cuando los candidatos municipales y sus estrategas venden promesas de transparencia que, llegados al poder, posiblemente olvidarán.
Ingresó a La Nación en 1986. En 1990 pasó a coordinar la sección Nacionales y en 1995 asumió una jefatura de información; desde 2010 es jefe de Redacción. Estudió en la UCR; en la U Latina obtuvo el bachillerato y en la Universidad de Barcelona, España, una maestría en Periodismo.
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