Las amenazas de Rusia de incrementar la guerra en Ucrania han sido interpretadas hasta el momento como una amenaza velada de usar armas nucleares tradicionales, pero hay otra herramienta que Putin podría estar contemplando: un ataque de pulso electromagnético táctico (conocido como EMP por sus siglas en inglés).
Estas armas están diseñadas para asestar un poderoso pulso de energía que causa cortocircuitos en equipos eléctricos y electrónicos, y funde computadoras, teléfonos celulares, generadores, satélites, radios, radares y hasta semáforos de tránsito. Con un solo golpe, es posible desarticular la infraestructura militar y civil de Ucrania, y dejar al país sin luz, calefacción, comunicaciones y transporte.
Los ataques EMP son explicados abiertamente en los medios de comunicación del Estado ruso. Entre los partidarios más combativos de Putin, ha habido un clamor para que se utilicen contra Ucrania y Occidente. Un coronel ruso mostró en televisión, con mapas y cuadros, los efectos de una detonación de este tipo de municiones nucleares sobre el mar Báltico. De hecho, podría ser que Putin y sus generales ya nos hayan venido advirtiendo sobre esta posibilidad con sus amenazas enigmáticas de infligir “medidas militares técnicas” no especificadas.
Un arma nuclear táctica usada para crear una explosión probablemente sería ineficaz contra la combinación móvil y dispersa de la guerra convencional y de guerrilla que libran los ucranianos en su heroica guerra de liberación nacional. Pero el uso de un arma nuclear para una guerra electromagnética es otra cosa. La marca de un ataque EMP no sería el icónico bólido de fuego y nube en forma de hongo, sino un insólito círculo en forma de medusa celeste directamente sobre el observador. A esas alturas, no hay nada para transmitir el sonido.
Un EMP nuclear relativamente pequeño, fácilmente detonado a gran altura por Rusia con sus novedosos misiles hipersónicos Zircón, probablemente no destruiría ningún edificio ni mataría a nadie directamente, pero desconectaría de forma permanente todos los circuitos eléctricos y electrónicos en un área de miles de kilómetros cuadrados del territorio ucraniano.
Virtualmente, todo el equipo militar que los aliados de la OTAN han enviado a Ucrania —radios, sensores, navegación con GPS, drones, sistemas de visión nocturna— dependen de la electrónica, si no para sus operaciones propiamente, para su mantenimiento e integración. Los efectos electromagnéticos residuales de un golpe EMP destruirían el 90% de los satélites sobre el área impactada dentro de tres meses.
Los Estados Unidos y sus aliados de ninguna forma ignoran los peligros de un ataque EMP. Nuestros pertrechos y equipo militar generalmente incorporan cierto grado de protección contra esta eventualidad. Pero un ataque EMP crearía un nuevo campo de batalla, incluido el espacio, que sería totalmente diferente. Neutralizaría la superioridad de nuestros sistemas informáticos y armas inteligentes. No hemos estudiado detenidamente este novedoso uso de un arma conocida, ni lo hemos sometido a simulacros y ejercicios de guerra para entender las potenciales consecuencias.
Caos en la ciudad
En la vecindad de Jersón (evacuada esta semana por las tropas rusas en lo que muchos expertos consideran una treta), un EMP táctico desconectaría los sistemas que operan las presas de la región, atascarían las carreteras y puentes y dejarían miles de vehículos inutilizables y a la población civil luchando para encontrar agua, comida y calor.
Ucrania se vería obligada a detener el combate mientras atiende a sus poblaciones desplazadas y reabastece su arsenal arruinado. La OTAN tendría que decidir si sigue apoyando a Ucrania. Por el contrario, Putin podría reabastecer sus fuerzas desde Rusia y tomar la iniciativa en las áreas despobladas e inhabitables durante una ofensiva en la primavera del 2023.
Por supuesto, nada de esto ocurriría en un vacío. Es posible que otros países, como China, Irán y Corea del Norte, aprovechen el momento para adelantar sus propias pretensiones y actuar de forma simultánea y coordinada, cada uno en su vecindario.
Quizás lo más preocupante es que Rusia y la OTAN tienen ideas muy diferentes sobre estas armas. Según la doctrina militar rusa, los EMP constituyen una rama de la guerra “informática, cibernética y electrónica”, no nuclear propiamente. La doctrina soviética, y posteriormente la rusa, jamás se ha valido de las distinciones firmes entre armas nucleares y convencionales. Esto baja el umbral para su uso, y bien podría tentar a los generales de Putin a usarlos en la medida que contemplen su derrota inminente.
¿Qué hacer?
Primero, advertir a Rusia de que un ataque EMP contra Ucrania, sin importar cuán localizado sea, cruzaría el umbral nuclear y llevaría a una respuesta de defensa colectiva de la OTAN. Los efectos imprevisibles sobre la atmósfera, el medioambiente, los satélites y las poblaciones son suficientes para invocar el artículo 5 (la cláusula de defensa colectiva de la OTAN).
Segundo, debemos ayudar a las fuerzas armadas de Ucrania para que se preparen. Se puede sobrevivir a un ataque EMP. Deberíamos apoyar los ensayos y simulacros de EMP con la participación de las autoridades civiles y militares.
Al pueblo ucraniano se le debe informar y educar sobre cómo mitigar un ataque de este tipo. Esto incluye medidas tan sencillas como abastecerse de radios AM y FM, linternas o focos y baterías, y forrarlos con bolsas antimagnéticas. La preparación, fortaleza y autosuficiencia son cualidades que distinguen a los ucranianos en esta guerra de agresión contra su existencia como nación.
Finalmente, debemos replantearnos nuestros objetivos. Si Putin está contemplando el uso de un EMP táctico, lo que realmente está en juego no es solamente la libertad de Ucrania, sino también el futuro de la guerra. Si cedemos al chantaje nuclear del Kremlin, le seguirán otros países: China y Corea del Norte ya tienen capacidades EMP, e Irán no está lejos. Ucrania nos está dando una mirada a través del ojo de la cerradura a un futuro incierto y peligroso. No podemos darnos el lujo de perder esta guerra.
El general David Petraeus recientemente declaró que si Rusia usa un arma nuclear en Ucrania la respuesta podría incluir la destrucción de los ejércitos rusos en Ucrania y el hundimiento de la flota en el mar Negro. Aunque ocurriera esta escalada —un supuesto dudoso—, en los cálculos de Putin, sacrificar 200.000 o 300.000 soldados rusos y una flota sería un pequeño precio si gana la guerra, se adueña de la mitad de Europa y restaura el sueño imperial ruso.
Cabe preguntarnos qué espera Putin. Mientras contempla los catastróficos reveses de sus ejércitos en Jersón y sus opciones son cada vez peores, ¿por qué aún no ha recurrido a esta capacidad tan pavorosa? La respuesta puede ser tan obvia como la del zar Alexánder I a Napoleón, o la de Stalin a Hitler. Quizás Putin sencillamente aguarda la llegada del único aliado del que siempre puede depender para preparar el espacio de batalla para su victoria: el general invierno.
Roger Pardo Maurer, de origen costarricense, es veterano de las Fuerzas Especiales de los EE. UU. en Afganistán e Irak y fue sub secretario adjunto de Defensa de los Estados Unidos.
Este artículo es una versión en español del que se publicó en el Financial Times el 9 de noviembre.