Nos encontramos en medio de lo que se conoce como octubre urbano, denominado así por ONU Hábitat. Se trata del periodo que va del 5 de octubre, Día Mundial del Hábitat, al 31 de ese mismo mes, Día Mundial de las Ciudades. Un buen momento para analizar la condición del desarrollo urbano y de las ciudades en Costa Rica que, al igual que el resto de países, se encuentra en un acelerado proceso de urbanización.
Hemos pasado de tener un 50% de población urbana en 1984 a un 59% en el 2000; un 72% en el 2011 y, probablemente, la cifra supere el 80% con los últimos datos del Censo 2022.
Merece la reflexión, máxime después del impacto de la tormenta tropical Julia y de las precipitaciones intensas de esta temporada —particularmente lluviosa— que está afectando amplias zonas del país, poniendo en jaque la infraestructura vial.
Hay que recordar que Centroamérica es la segunda región con un proceso de urbanización más acelerado. El 30% de sus asentamientos son informales y es de las regiones más vulnerables al cambio climático.
En ese contexto nos encontramos con una Gran Área Metropolitana (GAM) que es el corazón de nuestro sistema urbano nacional, donde, aunque ahí vive el 60% de la población del país, el número de ciudadanos decrece. Al tiempo que no se logra concretar un modelo de gestión y de seguimiento de su plan regional vigente: Plan GAM 2013-2030, a pesar de ser una de las regiones más estudiadas y planificadas de América Latina.
Me refiero, en específico, a centros urbanos en las cabeceras de provincia que pierden población y deterioran su stock de edificaciones, mientras los fraccionamientos hormiga, dispersos y lineales en zonas periféricas toman fuerza, impermeabilizando zonas de recarga y aumentando la presión y el riesgo a deslizamientos, escorrentías y derrumbes.
Bajo ese patrón, la infraestructura, servicios y transporte van persiguiendo los asentamientos por donde aparecen, materializando el antónimo de la planificación urbana, que es desorientar el desarrollo.
Fuera de la GAM
En las ciudades intermedias: Guápiles, San Isidro, Ciudad Quesada, Liberia, Turrialba, Limón y Puntarenas, el crecimiento ocurre reproduciendo los patrones negativos de la GAM de hace 20 años. Aunque su crecimiento duplica porcentualmente el de la GAM.
Las ciudades pequeñas y los asentamientos dispersos hacen difícil la gestión de recursos básicos, como el agua potable y el saneamiento. Al final, solo se produce una solución reactiva y con altísimos costos de desarrollo, bajo la presión de una demanda difícil de incorporar en proyecciones o procesos de planificación.
La buena noticia es que existen las herramientas para afrontar esto, aunque se enfrentan dos escenarios. Una gestión lenta donde prevalece la inercia de la generación espontánea y donde las deseconomías y la pérdida de competitividad pasan factura. O bien, la acción inmediata basada en las herramientas que están a mano y pueden ser utilizadas y potenciadas. Un enfoque más de gestión que de replanificación.
Para el segundo caso hay esperanza, aplicar una planificación derivada (en escalas de lo nacional a lo local), basada en el aprovechamiento de los instrumentos y herramientas acumuladas puede hacer la diferencia.

De más a menos
Hay que partir de lo general, desde la base de la Estrategia Territorial Productiva para una Economía Inclusiva y Descarbonizada 2020-2050, desarrollado por Mideplán, y del Plan Nacional de Descarbonización al 2050. Ambas plantean una mirada diferente a un territorio pensando en nodos de innovación.
También hay que identificar instancias de gestión y seguimiento para los planes regionales de la GAM 13-30 y de la región Chorotega y Huetar Norte, recientemente elaborados por el INVU, con la idea de extenderlos a las regiones que faltan.
A partir de aquí, el reto es potenciar planes reguladores, impulsando un modelo que equilibre lo estratégico con lo normativo y que logre una visión derivada de las escalas mayores, pero con la integración de infraestructura y movilidad en un solo proceso.
Se requiere un modelo más actual, más apoyado en la forma y los incentivos económicos que solo en la zonificación. Las bases de información del Sistema Nacional de Información Territorial (SNIT), del IGN, pueden ponerse al servicio de este propósito para reducir costos.
Se puede avanzar, también, en instrumentalizar y hacer operativos los planes de escala más reducida, con objetivos pragmáticos de renovación urbana que permitan la rehabilitación de edificios subutilizados o desocupados y, sobre todo, las actividades económicas que le den vida y sostenibilidad.
La movilidad debe integrarse a la planificación urbana, y la estrategia de transporte público masivo no puede ser resuelto de forma aislada.
La gran paradoja es que, a pesar de contar con la ruta claramente marcada en planes y estudios, crecemos donde no debemos y perdemos población donde hay todas las condiciones para el desarrollo. Costa Rica tiene los elementos para ofrecer un territorio competitivo, la receta hay que ajustarla, materializarla y pronto, con resultados parciales, aplicarla con consistencia y continuidad, de lo contrario la inercia es peligrosa.
El autor es arquitecto urbanista y profesor de la Escuela de Arquitectura y Urbanismo del Instituto Tecnológico de Costa Rica.