En un hecho tan insólito como controvertido, el presidente Rodrigo Chaves renunció a su potestad de impulsar reformas legales para combatir la ola de violencia que tanto preocupa a los costarricenses.
Pésima señal envía el mandatario a la población. Huir de los problemas, lavarse las manos y delegar sus tareas en otros es una dejación implícita del alto compromiso que asumió al prestar juramento.
Chaves decidió no “comerse la bronca” ante el inminente rechazo que iban a sufrir en el Congreso los proyectos sobre seguridad que presentó, plagados de errores e inconstitucionalidades.
En vez de buscar un acercamiento con los diputados para pulir los expedientes, el mandatario volvió a tomar el camino fácil de los discursos pirotécnicos para repartir culpas y quitarse las propias.
En un mensaje propio de un personaje de novela surrealista, dijo que los congresistas serán ahora los únicos responsables de aprobar las leyes que garanticen la desactivación de los grupos del crimen organizado.
También, confirmó el repliegue total del Ejecutivo en cuanto a promoción de reformas legales y que de ahora en adelante se limitará a reportar, cada miércoles, los asesinatos ocasionados por lo que él considera leyes débiles o acciones erróneas de los jueces.
Su retórica es un insulto a la inteligencia del ciudadano que entiende cuál debe ser el papel del presidente y las autoridades, y que espera que estos asuman el liderazgo y la valentía que exigen las circunstancias.
No obstante, resulta evidente que la intención es crear una cortina de humo ante el documentado fracaso de esta administración para evitar que el 2023 se convierta en el año más violento de la historia.
Las consecuencias saltan a la vista. La incompetencia para afrontar esta crisis comienza a socavar el respaldo popular del que tanto se ufanaban el mandatario, sus acólitos y los troles de Vietnam.
En las encuestas, queda claro que la inseguridad es percibida como el principal problema nacional, pero también muestran una creciente desconfianza en la capacidad del gobierno para solucionarlo.
Los últimos acontecimientos podrían reforzar aún más esta percepción, pues cruzarse de brazos en un momento tan delicado no solo significa una falta total de sensibilidad, sino también un abandono del deber.
rmatute@nacion.com
El autor es jefe de información de La Nación.