Cuando puede y quiere, María Isabel Antillón Montealegre le da la mano y le sonríe con enorme ternura a Gustavo Rojas, su hijo mayor que ya acumula 66 diciembres. La mujer de 87 años, menudita y de cabello cano, ya no recuerda quién es él; por su parecido físico, a veces lo confunde con su difunto marido, Édgar. Aún así, ella nunca lo pierde de vista con una mirada alegre y brillante; para su primogénito, aunque no lo recuerde, ella sabe que es confiable y le da seguridad.
Ella tiene Alzhéimer, sufrió una quebradura de cadera y, desde hace unos años, el conocido actor, presentador de TV, abogado y locutor asumió uno de los papeles más demandantes de su vida: ser su cuidador en Puriscal.
“Efectivamente, estos últimos cinco años de mi madre los he dedicado a ella y los últimos cinco o siete años de vida de mi papá, hace 11 o 12 años, antes de que muriera. Durante los últimos 15 años he sido consciente de la necesidad de dedicarle tiempo a los últimos años de mis padres”, cuenta el actor de voz profunda.
Se trata de un adulto mayor cuidando a una adulta mayor; o, como él prefiere llamarlo, de dos “adultos mejores”, concepto con el que pretende valorar la enorme experiencia y sabiduría y posibles aportes de las personas de la tercera edad.
Gustavo Rojas: ‘Nos convertimos en padres de nuestros padres’
Sus reflexiones en redes sociales, en especial en TikTok (su usuario es gustavoactor), acerca de la vejez y de lo que implica cuidar a su madre con Alzhéimer han conmovido a miles y se han viralizado.
En un conmovedor mensaje a partir de un texto que no es suyo, publicado en setiembre del año pasado, recuerda que llega un momento en que uno de los progenitores pierde fuerza, seguridad, independencia y le flaquea la memoria y el cuerpo; es, entonces, cuando los hijos aceptan que ahora son responsables de esa vida, ya que depende de ellos para poder morir en paz.
“Efectivamente, nos convertimos en padres de nuestros padres, con las mismas obligaciones y responsabilidades. Con una diferencia importante. Cuando uno cuida a los niños, ellos van aprendiendo diariamente y vos vas teniendo éxitos diarios. En esa etapa, como papá, mamá o cuidador, vas disfrutando que lo que ayer le enseñaste al niño, hoy lo recuerda y lo aprendió. En cambio, el adulto mayor va desaprendiendo, va olvidando lo que antes sabía y entendía”, detalla Rojas Antillón, casado en tres ocasiones y padre de cuatro hijas.
Ahora, él es padre de su madre: la ayuda a bañarse, le cambia el pañal, vigila que coma, le da sus medicamentos, la acompaña, le conversa… Transita la compleja dinámica cotidiana entre buscar no agredir su dignidad y su capacidad para decidir en algunos temas y, a la vez, ser responsable de que no se deteriore su salud física. “El carácter de ella, por ejemplo, es mucho más fuerte que el de mi padre; entonces, uno le dice: ‘Vamos a bañarte, mamá’, y ella dice: ‘No’. ‘Es hora de comer, Ma’, y responde: ‘No’. ‘Mamá, déjame cambiarte el pañal’ y es ‘no’”, cuenta.
A veces, incluso, perdida en sus memorias, no sabe por qué le cambian la ropa o la asean. “No me toque. ¡Quite!’”, le dice.
Incluso, se asusta y ni siquiera reconoce a su cuidador: “Policía, aquí este hombre me está quitando la ropa. Policías llamen a Gustavo. Le digo: ‘Yo soy Gustavo’ y me dice que no: ‘Gustavo, Gustavo’. Ella sabe que existe un Gustavo, pero no sabe que yo soy”, recuerda el mayor de seis hermanos, cinco de los cuales están vivos.
Son momentos complejos en la cotidianidad, pero, a su juicio, lo negativo es lo mínimo. “La satisfacción que siento de abrazar a mi mamá, aun cuando no me reconozca, es enorme. Ella no sabe quién soy yo, pero yo sí sé quién es ella. Es entender que la vida me está dando la oportunidad de retribuir todo lo que ella me dio. Es lo que la gente tiene que entender”, confía.
Sí, hay que tener paciencia; sí, hay que tener mucha entereza; sí, hay que sentir mucho amor, acepta Rojas; sin embargo, son muchos los procesos en el crecimiento humano que lo requieren. “También nos pasó con nuestros hijos que no querían comer, que se volvían a cagar en las mantillas, que hacían un berrinche”, agrega.
En su caso, es un cuidador que cuenta con ayuda: contrató a una señora, que se mudó a su casa con sus hijos, con el fin de ayudarlo con las diferentes tareas en el hogar y el cuidado de doña María Isabel. Además, están sus hermanas y sobrinos que se turnan en esta labor.
A su juicio, toda la red de cuido familiar se debe activar en la atención de un adulto mayor debido a lo demandante y hasta desgastante que puede ser la tarea para el cuidador. Incluso, él ha pasado por periodos de tanto estrés que su cuerpo reacciona, ha tenido las manos y los pies en carne viva a causa de dishidrosis y se ha visto obligado a descansar.
Le duele ver cómo muchas familias (hijos o nietos) se desentienden de sus abuelos. Su posición es clara: si todos somos descendientes de un adulto mayor, que dio parte de su juventud y adultez para asegurarse que viviéramos lo mejor posible, todos debemos ser parte de su cuido cuando esa persona ya esté en posibilidades de hacerlo por sí sola. Además, puntualiza, existe toda una legislación de protección al adulto mayor que se debe cumplir.
Y si la abuela y el abuelo aún es funcional, él no se explica por qué hay familiares que no los visitan ni conversan con ellos a menudo. “Hay muchas formas de estar con ellos: la compañía es fundamental. Y ellos siempre tienen mucho que aportar”, dice.
No se cansa de repetir que sus padres fueron excepcionales y que cómo no les va a agradecer con cuidado tanto de que le dieron.
Las lecciones que ha recibido en estos años como cuidador, primero de su papá y ahora de su mamá, son muchas y él trata de no olvidarlas como buen alumno.
“Tal vez la vida me tenía reservado que lo que no hice como papá lo tenía que hacer como hijo. Es raro lo que te estoy diciendo. No he sido un mal papá, estamos claros, pero muchas de las cosas que debería haber hecho como papá, a nivel de acompañamiento, lo estoy haciendo ahora con mi madre. Entonces, ¿cómo me ha cambiado la vida? No quiero decir frases prehechas, pero es la importancia del tiempo, la importancia de la responsabilidad, el asumir responsabilidades de acuerdo a lo que la vida te va dando”, reflexiona en voz alta.
La vida le está mostrando qué viene para él y trata de prepararse; por eso, en su grupo de excompañeros de colegio, evangeliza sobre la importancia de tomar previsiones y pensar en lo que viene. “Seguro de vida, ahorro, pensiones... Tenemos que tener los recursos necesarios para que, en nuestra edad adulta, no dependamos muchas veces del favor o de la caridad de los demás”, previene.
Sin parar de soñar, su escenario ideal para el futuro sería que varias personas de edades similares, unidas por vínculos familiares o amistosos, se unan en una especie de cooperativa, inviertan en transformar un espacio para que cada quien tenga su casa acondicionada a las necesidades de la vejez y que existan lugares comunes con personas que cuiden de su salud, les den sus alimentos y se aseguren de su bienestar. Todo eso se financiaría con el dinero que todos habrían aportado.
“Vas a ver, si Dios me da vida, en los próximos cinco o seis años, voy a propiciar una comunidad, organización o una cooperativa de adultos mayores así”, manifiesta.
Con el sueño de ser un nómada en camper en pausa
Por ahora, Gustavo no para de trabajar; en sus planes estaba pensionarse y recorrer el país con un camper —que sí se compró— unido a su carro para poder quedarse donde quisiese.
La vida se impuso, el sueño espera y el camper está estacionado en su garaje. Aunque se pensionó hace poco más de un año, sigue laborando porque está convencido de que tiene mucha experiencia y conocimientos que aportar, y también para que el dinero le alcance para sus múltiples obligaciones como cuidador y como papá.
La mayor parte de sus ingresos provienen de la locución y de la actuación. De cuando en cuando, hace trabajitos como abogado y notario. Nunca se ha dedicado 100% a esa carrera.
“Mi economía no la he basado en eso porque, curiosamente, si yo me dedicaba a ser solo abogado no sería feliz. Yo no quiero renunciar a lo único que me queda como patrimonio, que es mi felicidad laboral; yo, como actor, sí soy feliz. El arte es lo que a mí me hace feliz. Poder crear un espectáculo, trabajar como actor... Si no, yo estaría en un psiquiátrico”, explica.
No es de esas personas que llora por dejar atrás su juventud, su imagen como galán de TV y teatro… Él no vive viendo hacia atrás; su filosofía es que lo importante es lo que estoy haciendo y lo que voy a hacer.
“Eso me ha permitido tener claro que no importa si fui feo, si fui bonito, si fui galán, si fui simpático, si tuve novias, si me querían, si tuve esposas... Todo eso ya lo viví, ya pasó, lo que me tiene que importar es lo que viene”, expresa de forma tajante.
Luego, agrega: “Yo no he renunciado a nada. La vida me ha hecho enfrentar nuevas cosas, para qué voy a arrastrar al galán que vos decís al 2024; el galán quedó allá, lo disfruté mientras duró. El mae que iba al Cuartel (de la Boca del Monte, un bar y restaurante) quedó allá”.
Tampoco piensa en cirugías plásticas ni implantes de cabello. Deja que el tiempo pase, aunque, claro, se cuida lo básico: “la glucosa, el colesterol y esas cosas lógicas”.
Su máxima ilusión está sobre el escenario y se emociona al recalcar que hay muchos papeles para los actores adultos mayores, entre ellos uno que le encantaría hacer algún día: el protagonista de Rey Lear, la tragedia de William Shakespeare. “Esperate que los mejores personajes que voy a hacer yo va a ser de viejo”, añade convencido.
Precisamente, ahora protagoniza el monólogo El homenaje, de Luis Fernando Gómez, en el Teatro Auditorio Nacional –ubicado en el mismo complejo cultural del Museo de los Niños–. Es un canto de amor al teatro y a la lucha por la vida de un actor viejo.
Este actor, que tuvo el protagónico de Ricardo III y aún es reconocido por su papel en la serie El barrio (finales de los años 90) como el doctor Farabundo Zaldívar, está repleto de planes. “Aquí tienes un Gustavo que tiene planes y es feliz”, confía. Sus días siguen siendo una caótica locura entre la fragilidad de su progenitora y los sueños que no cesan.