Cuando tomamos decisiones en las finanzas personales, los negocios, incluso en la vida personal, podemos identificar tres criterios que nos ayudarán a elegir el mejor camino a seguir: el riesgo, la incertidumbre y la certeza.
Repasemos, por ejemplo, el Programa Macroeconómico 2018-2019 que publicó el Banco Central, el 31 de enero. Ahí se hacen una serie de proyecciones: este año la economía crecerá un 3,6% y la meta de inflación interanual rondará el 3%, en promedio, entre otras. Estas proyecciones utilizan la mejor información disponible, pero se hacen en un entorno de riesgos que podrían desviar los números de la estimación original.
En la parte externa, por ejemplo, puede ocurrir que la economía mundial crezca menos de lo previsto y eso reduzca la demanda de bienes costarricenses de nuestros socios extranjeros y alterar el crecimiento económico esperado. O bien, cambios abruptos en la cotización de las materias primas internacionales, entre ellas los hidrocarburos, podrían afectar los precios internos y apartar la inflación del rango meta (de 2% a 4%).
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La información es un insumo básico en el proceso de toma de decisiones, pero cuando esta es insuficiente, de mala calidad, poco confiable o no existe, entramos en otro terreno escabroso: el de las incertidumbres.
Este es el caso del actual proceso electoral, donde se nos perfila un contexto político poco claro. A estas alturas ya se sabe que uno de dos partidos será el llamado a gobernar el país –menos mal, porque hace una semana teníamos 13 opciones y las encuestas, si acaso, nos permitían acotar la lista a cinco con posibilidades de pasar a segunda ronda–, pero todavía persisten vacíos sobre quiénes podrían integrar el futuro gabinete, qué clase de alianzas partidarias se formarán, y cuáles serán los temas prioritarios.
Esta incertidumbre nos obliga a tomar decisiones aferrados a nuestra mejor estimación; basados en la experiencia, el cálculo político o económico, la aversión al riesgo, nuestro olfato y hasta la especulación.
Por eso lo más seguro es tomar decisiones en situaciones de total certeza, pero todos sabemos que eso ocurre en raras ocasiones. Aunque, ahora que lo pienso, hay certezas que sería mejor no tenerlas, como el déficit financiero del Gobierno, que llegó al 6,2% de la producción el año pasado, y que nos garantiza un 2018 de fuerte presión sobre las tasas de interés y restricciones a la inversión.