La enfermedad provocada por el nuevo coronavirus 2019-nCoV ha puesto de cabeza al planeta entero y, por supuesto, a la economía y los mercados financieros mundiales.
Desde la perspectiva de la actividad económica, la alta tasa de propagación de la enfermedad ha conducido a que se adopten medidas muy fuertes para limitar los desplazamientos y el contacto entre la población de las regiones afectadas, lo que ha significado – literalmente – que países enteros se paralicen, con el objetivo de evitar picos de contagio que rebasen la capacidad de atención de los sistemas de salud; lo que además de implicar mayores tasas de mortalidad – debido al inadecuado tratamiento de quienes se enfermen gravemente de Covid-19 o de cualquier otro padecimiento – sin duda generaría incertidumbre y, posiblemente, en los tiempos de baja tolerancia a la frustración y de ira colectiva que corren, más inestabilidad social y política.
Como resultado, las regiones afectadas y, a través de los canales de la globalización, el resto del mundo, han sufrido un shock negativo tanto de oferta como de demanda. De demanda porque el miedo y las limitaciones al movimiento y a la vida normal de las personas han provocado una reducción del gasto que contrae la actividad económica; y de oferta porque la paralización productiva conduce a que se afecten negativamente las cadenas de suministro mundiales, en particular, dependientes de los procesos de manufactura en China y el Sudeste Asiático.
La forma en como ha evolucionado la epidemia en el Sudeste Asiático parece indicar que este efecto disruptivo sobre la producción es corto – entre dos y cuatro meses – pero que la forma en que se propaga la enfermedad genera una especie de efecto cascada, es decir, los efectos contractivos afectan diversas regiones del mundo de manera secuencial – primero el Sudeste Asiático, luego Medio Oriente, posteriormente Europa y, por último el Hemisferio Occidental – lo que podría extender el impacto sobre el crecimiento económico mundial por lo menos un trimestre adicional.
La naturaleza de corto plazo de este shock productivo y el bajo impacto que afortunadamente muestra tener la enfermedad sobre la demografía y los mercados de trabajo, parece implicar que los niveles de demanda y de actividad económica se recuperarían durante el segundo semestre del año.
Adicionalmente, la reacción de política económica – al menos en las economías avanzadas – ha conducido al resurgimiento de importantes estímulos monetarios y, probablemente, fiscales – que deberían conducir a mitigar los efectos económicos adversos de la forma en que se combate la pandemia y facilitar el ajuste de los mercados financieros que han entrado en pánico en los últimos días.
¿Cuáles son hoy los principales riesgos? La duda mayor es hoy la forma en como Estados Unidos enfrentará la emergencia. ¿Será su sistema de salud descentralizado y su amplio régimen de libertades civiles capaz de soportar el estrés que generará la enfermedad y las acciones necesarias para contenerla?
El otro gran riesgo habita en el sistema financiero internacional. Hoy, más de 10 años desde el estallido de la Gran Crisis Financiera, el 2019-nCoV deja en evidencia que muchas de las heridas abiertas en el 2008 siguen sin sanar y que fueron simplemente atendidas con el analgésico de una política monetaria ultra expansiva cuando requerían de acciones más contundentes.