Colombia. La cita original estaba programada para mediados de abril, pero inconvenientes de última hora le impidieron a Gustavo Petro hacerse presente en el municipio de Sevilla, al nororiente del Valle del Cauca. Quizás por ello la expectativa era todavía más grande el pasado 26 de mayo, cuando el mandatario finalmente arribó al lugar –en el que emerge de manera imponente la basílica de San Luis Gonzaga– con el propósito de encabezar una jornada más del programa “Gobierno escucha”.
Dentro del coliseo de la población estaban no solo los lugareños, sino también los alcaldes de la zona, incluyendo a un buen número provenientes del vecino departamento del Quindío. Cubierto con una ruana ligera, el Presidente de la República habló durante una hora en la cual anunció obras e hizo compromisos de inversión ante la comunidad.
Sin embargo, el plato fuerte estuvo dedicado a otro tema. Seguramente al estar presente en la que una ley de 2003 designó como la “capital cafetera de Colombia”, el jefe del Estado aprovechó la oportunidad para expresar abiertamente su inconformidad con la situación de los cultivadores del grano, pero especialmente con la dirigencia del sector.
En concreto, la crítica se dirigió a la escogencia, unas semanas atrás, de Germán Bahamón como nuevo gerente de la Federación Nacional de Cafeteros. “Hay que decir que me metieron los dedos en la boca ahora en la última elección, por funcionarios de mi propio Gobierno, para continuar con la misma lógica de depredación de la economía cafetera de Colombia”, señaló Petro.
No es ningún misterio que la Casa de Nariño (sede del Ejecutivo) trató hasta última hora de impedir el nombramiento del actual sucesor de Roberto Vélez, quien a finales de noviembre recibió una llamada de la hoy exjefa de Gabinete, Laura Sarabia, invitándolo a abandonar el cargo. En su momento la Presidencia impulsó a otro nombre para reemplazarlo, pero este no llegó a la ronda final de un proceso en el que participa una quincena de comités departamentales.
Más allá de los detalles de lo sucedido, el resultado acabó siendo determinante para la salida de José Antonio Ocampo del ministerio de Hacienda. En una entrevista, este explicó que veía con buenos ojos a Bahamón al ser el único que no generaba divisiones, como lo demostró su aclamación por unanimidad, pero ese argumento no sirvió para calmar las aguas.
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Debido a ello, el mandatario sigue a la ofensiva y desconoce a alguien que lo atacó ácidamente desde Twitter en 2013 y 2014. Aparte de ignorar la solicitud del nuevo gerente para una reunión y su disposición a apoyar diversas estrategias gubernamentales, todo apunta a ignorar la existencia de un esquema institucional.
Tal como ya lo había expresado en un trino, en Sevilla, el Presidente, tras irse lanza en ristre en contra de los “grandes burócratas de apellidos ilustres dirigiendo la Federación de Cafeteros”, volvió a decir: “yo sí quisiera que la base cafetera trabajara con el Gobierno”. Quedó planteado así un cisma que puede tener serias consecuencias sobre una actividad de la cual viven unas 550.000 familias a lo largo y ancho del territorio nacional.
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A finales de mayo, el jefe del Estado colombiano, Gustavo Petro, aprovechó la oportunidad de su visita a una importante región cafetalera, para expresar abiertamente su inconformidad con la situación de los cultivadores del grano, pero especialmente con la dirigencia del sector. (DANIEL MUNOZ/AFP)
Terreno desconocido
Surge así un escenario inédito en el cual son más los interrogantes que las respuestas. De hecho, los conocedores del asunto afirman que nunca en los casi 96 años de historia de la Federación se había registrado una situación semejante.
Si bien es cierto que en el pasado tuvo lugar uno que otro roce, la arquitectura vigente siempre se ha respetado. Esta incluye a un gremio privado que administra por mandato legal un patrimonio público, el del Fondo Nacional del Café, y se nutre de una contribución parafiscal. Hoy en día, de cada libra de grano exportada, seis centavos de dólar van a esta cuenta.
Tan particular esquema permitió no solo el desarrollo de un cultivo que durante la mayor parte del siglo XX ocupó el primer lugar de las exportaciones, sino que fue un importante factor de desarrollo rural en un territorio montañoso como el colombiano. Gracias a una planta que crece en laderas y a un fruto que una vez secado es almacenable y se puede transportar por caminos agrestes, el ingreso de incontables hogares campesinos mejoró.
Además, la Federación sustituyó con frecuencia el papel del Estado, mediante la construcción de vías de acceso, la mejora de viviendas o el impulso a la electrificación. No menos importante es el servicio de extensión que incluye a un millar de agrónomos que apoyan y asesoran a los agricultores, la garantía de compra de la cosecha o las labores de investigación.
Para solo citar un caso, cuando décadas atrás apareció la amenaza de la roya, que afecta seriamente el rendimiento de los cafetos, los técnicos de la entidad buscaron maneras de hacerle frente a la plaga. Gracias a una plantación ubicada en Timor, vecina de Indonesia, en las instalaciones de Cenicafé se desarrolló la variedad Castillo que desactivó el peligro.
También han existido errores y dificultades. El que llegó a ser un importante conglomerado empresarial liderado por la Federación naufragó a finales del siglo pasado, cuando desaparecieron la Flota Mercante Grancolombiana o Bancafé.
Y en el escenario global, el final en 1989 del pacto de cuotas entre países productores y consumidores –que se negociaba en el interior de la Organización Internacional del Café (OIC) – se tradujo en una enorme volatilidad de precios que acabaría golpeando con mucha dureza a los cultivadores. A los pocos años, lo que había sido sinónimo de progreso se tradujo en pérdidas y deterioro en la calidad de vida.
Lo sucedido alteró profundamente la realidad de la llamada zona cafetera, pues no solo muchos dejaron el cultivo, sino que sobrevino un proceso migratorio importante. Desde hace años el área del norte del Valle, Quindío, Risaralda y Caldas ocupa, de lejos, el primer lugar como principal recipiente de remesas provenientes del exterior.
De manera paralela, aparecieron otros caficultores en el sur del país. Para quien se atenga a las estadísticas, la verdadera capital cafetera de Colombia es Pitalito, que es el municipio de mayor producción. Cinco de los primeros diez están en el Huila y si se agregan las cosechas de Tolima, Cauca y Nariño, ahí se encuentra la mitad del total nacional.
No obstante, esas regiones se han sentido mal representadas en la Federación, tradicionalmente dominada por Antioquia y los departamentos en donde tuvo lugar la colonización antioqueña del siglo XIX. Las expresiones de inconformidad llegaron a expresarse en las disidencias que alcanzaron su máxima fuerza durante el paro agrario de agosto de 2013.
¿No más vacas gordas?
La combinación de los factores mundiales con una importante devaluación llevó en septiembre pasado a que el valor de la carga alcanzara su máximo histórico tanto en términos nominales como reales: casi 2.4 millones de pesos ($551.914). Aunque tuvo lugar un descenso importante en la producción nacional, atribuido a causas climáticas, en 2022 el valor de la cosecha nacional llegó a 14.5 billones de pesos ($3.334,5 millones), una cifra sin precedentes.
Ahora la percepción apunta a que la bonanza quedó atrás. Para comenzar, la recuperación de la oferta mundial –en la que Brasil y Vietnam son dos jugadores muy importantes– se ha combinado para que haya un ligero excedente frente a un consumo que crece a un ritmo cercano al uno por ciento anual. Como consecuencia, la libra de café que se negocia en Nueva York está casi un 25 por ciento abajo del nivel de hace un año.
Junto a lo anterior, el dólar va hacia abajo. Esta semana la carga de café se ubicó en 1.7 millones de pesos ($390.940), mientras la producción interna no da señales de reaccionar, pues después de haber llegado a 14.8 millones de sacos en 2019 ya es inferior a los 11 millones de sacos, con base en el corte hasta abril.
Dadas las condiciones presentes, aumenta la probabilidad de turbulencias. Sobre el papel, este sería el momento ideal para que un Gobierno que cuenta con un margen importante de gasto tras la reforma tributaria del año pasado, impulse una serie de programas en materias como la renovación de plantaciones de bajo rendimiento o la sustitución de cultivos en zonas cocaleras ubicadas por encima de los 1.200 metros de altura sobre el nivel del mar.
Todo ello, y mucho más, está en peligro si Gustavo Petro sigue empeñado en “ningunear” a la Federación. Sobre el papel, desarrollar programas con agremiaciones locales es factible, pero en la práctica poner los mecanismos en marcha es algo muy complejo y más en un Gobierno que ya comienza a mostrar falencias importantes en su capacidad de ejecución.
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El riesgo más extremo de todos sería bloquear la ejecución de los recursos del Fondo Nacional del Café impidiendo, por ejemplo, la aprobación del presupuesto del próximo año y los siguientes o negarse a negociar y firmar el contrato de este con la Federación, que vence en 2026. En cualquier escenario múltiples acciones se verían afectadas, con un efecto rápido y negativo en los territorios, para no hablar de la debacle que causaría en áreas claves como el Centro Nacional de Investigaciones de Café (Cenicafé).
No menos grave sería ignorar los desafíos estructurales y los retos que trae el cambio climático. Como bien se ha diagnosticado, Colombia es un productor de alto costo debido –entre otras– a la recolección manual, por lo cual el esfuerzo se ha concentrado en lograr que el mercado reconozca una prima importante por el sabor más suave del mundo. El calentamiento global, a su vez, puede convertir a muchas parcelas en no aptas para el cultivo.
Que mucho se ha avanzado, es innegable. Los cafés estándar que representaban el 85% de las exportaciones hace 20 años ahora tienen un peso del 29%. En el mismo lapso, la participación de los especiales como los orgánicos y de origen –que se venden por un valor mayor– pasó del 8 al 51%.
Pero es obligatorio seguir avanzando en todos los eslabones de la cadena, algo que pasa por la adopción de las mejores prácticas de cultivo y cosecha, el desarrollo de nuevas variedades, la incorporación de herramientas tecnológicas, la búsqueda de más valor agregado, la comercialización–incluyendo las tiendas Juan Valdez– y la eficiencia en costos. De especial importancia es que los pequeños propietarios, que usualmente cultivan una hectárea o menos, reciban ayudas y apoyo que en más de una ocasión no les llegan.
Aparte de lo anterior, la Federación está obligada a ser más ágil, acercarse más a la base y darles mayor cabida a todas las regiones, con un énfasis en el sur. En últimas, es el sentido de apropiación de las familias cafeteras el que constituye el mejor seguro frente a las tentaciones de los gobernantes.
Dentro de la lista práctica de lo que hay que hacer también está el manejo de líos del pasado, como el pasivo pensional de la Flota Mercante, o el dolor de cabeza de las ventas a futuro incumplidas, como bien lo documentó un informe de la Contraloría en diciembre. Encontrar la mejor solución posible exige interlocución con el Ejecutivo, algo que parece estar lográndose con varios ministerios.
Idealmente, con el paso de los meses Gustavo Petro entenderá que una pelea prolongada no le conviene a nadie y menos a su administración. Si eso pasa, llegará el momento de enterrar el hacha y crear confianza, pero no faltan quienes digan que eso es pensar con el deseo.
Entretanto, las alarmas están disparadas. Al respecto, el exministro Juan Camilo Restrepo recuerda que “el gremio cafetero no lo conforman subalternos de la casa de Nariño sino 550.00 familias que con su esfuerzo han construido la institucionalidad desde hace más de 95 años”. Y concluye: “sería muy lamentable que por caprichos calenturientos del actual Presidente se echara por la borda este activo nacional”.
Ricardo Ávila/Especial para El Tiempo
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En Colombia, los cafés estándar que representaban el 85% de las exportaciones hace 20 años ahora tienen un peso del 29%. En el mismo lapso, la participación de los especiales como los orgánicos y de origen, que se venden a mayor precio, pasó del 8 al 51% (Rafael Pacheco Granados)