“Tenía solo dos años cuando le rogué a mi mamá que me cortara el pelo. Me daba vergüenza ir a la playa con vestido de baño de niña. No me sentía yo.
”Es que no era yo. A los 12 años estalló todo, en medio de la menstruación y senos que me crecían... pero mi mamá me ayudó en todo mi proceso, y hoy soy un adulto feliz”.
La historia del mexicano Isaac Gómez, de 22 años tiene un final positivo. Lamentablemente, no es la situación de miles de personas que lidian a diario con el rechazo en casa.
Cuando los niños y adolescentes sufren un alto rechazo en sus familias por su orientación o identidad sexual, corren 8,4 veces más riesgo de intentar suicidarse respecto a quienes sí son aceptados por sus parientes.
Así lo revelan más de seis años de estudios de la Universidad Estatal de San Francisco, California, con 250 familias con hijos LGBTI (lesbianas, gais, bisexuales, transexuales e intersexuales) entre los 21 y 25 años.
Según el análisis, una persona sufre alto rechazo cuando la golpean, es expulsada de su casa, le dejan de hablar, la obligan a actuar más “masculino” o “femenino” o es víctima de constantes humillaciones.
En ellos y ellas, el peligro de depresión también es 5,9 veces más alto, la posibilidad de uso de drogas es 3,4 veces más alta, y la posibilidad de prácticas sexuales sin protección es 3,4 veces superior.
“Los padres tienen las mejores intenciones; quieren proteger a sus hijos y que no sufran, pero este comportamiento más bien los hace sufrir más y perjudica su salud”, aseguró en un comunicado de prensa Sten Vermund, pediatra e investigador del análisis.
Sus conclusiones figuran en el primer reporte de la investigación, publicado en forma reciente en la revista Pediatrics .
Rechazo y apoyo. La investigación también habla de los efectos del rechazo moderado: los intentos suicidas son dos veces más comunes en relación con quienes tienen apoyo familiar y el riesgo de depresión es el triple.
Este tipo de rechazo incluye cosas como impedir a la persona ir a actividades familiares con su pareja, no hablar del tema o ponerles apodos.
Frente a esta situación, distintos especialistas insisten en la importancia de la familia.
Mónica Núñez, mamá de Isaac, afirma que su rol de mamá no fue solo de apoyar a su hijo, si no de defenderlo.
“Siempre quise hijos felices; él fue un niño feliz y quería que fuera un adulto feliz. Hablé con la escuela, con mis papás y defendí sus derechos”, relató Núñez.
Para Luis Perelman, sexólogo y miembro del Proyecto de Familias de la Universidad de San Francisco, el que tengan un “lugar seguro” en el hogar les da más armas para ser seguros y felices.
“Sí, es posible que sientan rechazo en la escuela, el barrio y hasta el supermercado, pero si tienen apoyo en su casa les será más fácil no solo reclamar sus derechos, serán más felices”, manifestó Perelman.
Lucha por los hijos. Alice Castillo también tuvo que romper barreras para que se respetara que a su hijo le gustan los hombres y a una hija, las mujeres.“Yo era líder en una iglesia evangélica, y llegaron a decirme que mis hijos iban a irse al infierno. Tenía dos opciones: o alejarme de mis hijos, o hacer lo que hice: irme de ahí. El Dios en el que creo es un Dios de amor”, aseguró esta vecina de Desamparados.
“Mi hijo en el kínder ya estaba enamorado de un compañerito. La maestra me llamó y me dijo: ‘¿Qué hacemos? Debería pasar más tiempo con su papá’. Me tocó aprender mucho”, añadió.
Su hija, Alexandra Quirós, de 26 años, asegura que el apoyo de su madre ha sido vital para encarar su situación
“Uno a veces vive con el miedo de decirle a los papás porque, por más abiertos que sean, uno tiene temor, pero en mi familia lo hemos vivido juntos y eso ha ayudado mucho”, comentó la joven.
Los especialistas señalan que aunque hay trabajo pendiente, ya hay mucho camino avanzado. “No se trata de culpar a las familias, muchas veces no tienen la culpa, Se trata de educarlos y que entre todos sean un soporte”, concluyó Perelman.