Los estudiantes que conversan en el aula más que otros no solo no experimentan problemas de aprendizaje, sino que revelan un mayor sentido de pertenencia y de aprovechamiento de las clases que los demás. Esto significa que disfrutan más el proceso pedagógico y, con ello, aprenden más e incluso mejor.
Esa es la conclusión que se desprende de un estudio canadiense con 240 jóvenes universitarios de primer año, a quienes se les pidió completar una bitacora diaria de lo que conversaban. Luego, al final del curso, llenaron otro formulario que se evaluaba de uno al cinco.
“Como académica tengo claro que escuchar a dos o más personas hablando puede considerarse una falta de respeto, pero descubrimos que este acto se relaciona con algo que los docentes valoran mucho, que es el sentido de comunidad”, dijo Catherine Rawn, autora de la investigación y psicóloga de la Universidad de British Columbia.
Sobre esto, la pedagoga e investigadora costarricense Natalia Salas aseguró que no es extraño que este mayor compromiso hacia la clase incida en el posterior resultado académico de los alumnos, tal como sugiere el estudio canadiense.
“El análisis explica que el sentido de pertenencia no solo afecta la percepción que se tiene de la clase, sino también que repercute en el desempeño dentro de ella. Y eso no es algo raro si pensamos que las creencias efectivamente afectan las cosas que hacemos”, planteó la académica.
Según Salas, varias instituciones en el mundo han decidido desechar la imagen de las lecciones donde solo habla el profesor, para dar paso a una donde prima la discusión entre todos.
“Hay espacios específicos dentro de la cotidianidad de la clase para conversar y contar a los compañeros lo que se está pensando y las hipótesis que emergen. Tiene mucho que ver con la creación de una cultura de clase fuerte, donde conviven estudiantes con altas expectativas, que aprenden a autorregularse y generar un sentido de comunidad”, añadió Salas.
Se interactúa no para molestar o interrumpir, sino para crear un colectivo de aprendizaje, agregó el también académico Jaime Retamal.
“El concepto es crear comunidades y ambientes de aprendizaje propicios, en los que la conversación de todos con todos se hace en vistas al progreso comprensivo. Es evidente que un ambiente así de creativo no tiene al viejo y aburrido silencio de su parte”.
Con medida. Si bien se tilda de positivo que los alumnos interactúen unos con otros, Rawn entiende que cuando esto no es bien supervisado, el conversar puede salirse de las manos y ser visto como falta de disciplina.
“Lo que hago en clases es tratar de aprovechar la cháchara con fines de aprendizaje. Las conversaciones entre alumnos van a suceder de todas formas, entonces, en vez de retarlos porque hablan, trato de redireccionar el sentido que estas tienen”, dice.
Bajo la lógica de que los estudiantes van a conversar de cualquier modo, otro consejo de Rawn es que los profesores no se ofendan cuando suceda. “Tomen un respiro, no siempre asuman que es algo negativo y no reaccionen de sobremanera”, plantea.
Por su parte, Retamal señaló que “hoy, los estudiantes van a la escuela porque quieren comprender todo de su propia experiencia vital; quieren encontrar la forma de interpretar lo que les sucede rápidamente, para entenderlo y así transformar el mundo en el que viven”.
Es más, los jóvenes no quieren que sus perspectivas sean absorbidas por una experiencia escolar de corte academicista, sino que prefieren que la escuela sirva como laboratorio o comunidad científica. “En ese proceso de confianza y de construcción del conocimiento mediante un aprendizaje activo, la conversación es vital”, apuntó Retamal.
Para Salas, esta perspectiva de la escuela se aplica tanto en estudiantes de primaria, como en los de secundaria, e incluso en quienes cursan educación superior.