Un sollozo espontáneo, imprevisto, se me escapa al ver al grupo calentar al ras de la cancha de voleibol. Trago grueso. Su arrojo es, como mínimo, conmovedor. Al menos ante los demás, la gran mayoría que conservamos nuestra anatomía intacta.
Ellos no.
Doce hombres integran el equipo de voleibol sentado que representa al país en competiciones paralímpicas, todos con amputaciones en sus piernas y hay uno también al que le falta un brazo.
Basta con permanecer unos minutos en el entrenamiento para que uno termine olvidándose de la discapacidad con la que conviven y se concentre en lo que cada cual hace bien o mal en la cancha.
Luego, en las entrevistas personales, sabríamos que a ellos les ocurre prácticamente lo mismo en la vida cotidiana.
Perder una extremidad es una posibilidad dantesca para cualquiera, como lo fue para ellos también en su momento. Sin embargo, hoy la mayoría asegura que, después de un trance de duelo, reajustes y reacomodo, más pronto de lo pensado aprendieron a manejarse en sus vidas con cero autoconmiseración y sí, con mucha determinación.
A fin de cuentas, les amputaron una extremidad, no el corazón, ni el temple, ni la voluntad.
Sin embargo, siempre hay sus momentos.
Que lo diga don Carlos Castro, un mecánico de Poás de Alajuela, integrante del equipo y quien perdió su pierna izquierda en un accidente de trabajo, 13 años atrás.
Alegre, dicharachero y de naturaleza optimista, desgrana su caso y la forma en que aprendió a superar el trauma y seguir viviendo con una hidalguía admirable. Sin embargo, en media plática hace una pausa y suelta una pequeña anécdota que eriza la piel.
“Hace poco estaba en una fiesta y pusieron un merengue que me gustaba mucho bailar y me fui al baño a llorar como si me acabaran de amputar la pierna”, recordó.
Pero bueno, pronto se recompone y encausa el cuento sobre su vida.
Confiesa que después de la amputación, aún unas 8 o 10 semanas después, se sumió en la amargura pensando que no podría volver a hacer muchas cosas, entre ellas deporte y, en especial, conducir motos de gran cilindraje, una de sus grandes pasiones.
Poco a poco tomó conciencia de que su vida había cambiado radicalmente y que las cosas que antes eran ordinarias y sencillas para él no volverían a ser igual. Entonces, cayó presa de una depresión.
“Cuando estaba en el colegio hacía de todo, jugaba cualquier tipo de deporte y así seguí en mi adultez. Después del accidente me acuerdo que lloraba viendo partidos y competencias”, recuerda Castro al tiempo que se colocaba un pañuelo de pandillero en la cabeza y vendaba el muñón de su pierna perdida.
En una ironía maravillosa, recuerda sus tiempos de desazón justo cuando se preparaba para el rudo entrenamiento de voleibol que tendría lugar en minutos. Justo por eso cubría su lesión, para no lastimarse, pues hay que verlos en acción: ellos se mandan con todo.
Obviamente, él y sus compañeros practican una modalidad especial de este deporte, no la forma convencional.
No lo hacen de pie, sino sentados sobre el piso y se impulsan con sus manos.
Todos han logrado seguir con sus vidas; tuvieron que renunciar para siempre algunas cosas pero, en cambio, incorporaron otras que no existían en sus vidas antes de sus accidentes. El voleibol es una de ellas.

Don Carlos, por ejemplo, sigue atendiendo su taller mecánico en Pilas de San Isidro de Alajuela, es papá de tres hijos y un esposo atento. Su día a día transcurre entre viajes en su motocicleta Suzuki Intruder pandillera de 1400 centímetros cúbicos, la cual maneja con cero dificultad gracias a la prótesis que usa. “Es cosa de uno acomodarse, cualquiera se echa a morir porque le amputen una extremidad. El primer año es una experiencia todo; hay que aprender a caminar, a convivir con la discapacidad, a que la gente se le quede viendo de forma extraña pero con el pasar del tiempo se hace cotidiano y la lucha sigue; esto para mí no es una discapacidad, ya es parte de mí”, comentó el capitán del equipo de voleibol sentado.
Él y sus compañeros entrenan dos veces por semana en el gimnasio Víctor Hugo Alfaro, en el Barrio San José de Alajuela, y son los encargados de representar al país en las competiciones internacionales de este deporte, que desde la década de los 80 está en la lista de disciplinas avaladas por los Juegos Paralímpicos (organizados por el Comité Olímpico Internacional).
Fuerza, tesón y vida
Llega la hora del entrenamiento. Son 12 y no entran en tropel. Pero ingresan al gimnasio con ese talante de deportista decidido, ceño-fruncido, dispuestos a torcerle el brazo al destino y a salir llenos de “chollones” y pletóricos de adrenalina.
Como guerreros de una batalla permanente pero que sienten ganada, se despojan de sus prótesis con arrojo para lanzarse a la cancha.
El miércoles 17 de junio fuimos a ver su entrenamiento, pero además del equipo de la Revista Dominical , también estaba un jovencito de 14 años atento a los movimientos de los deportistas. Se trataba de Jeremy Arce, quien en compañía de sus papás Gabriela Miranda y Luis Alberto Arce; llegaron a Alajuela desde Marsella de Venecia de San Carlos para ver el entrenamiento.
Jeremy perdió su pierna en un accidente en motocicleta hace cuatro meses y Carlos, que también hace las veces de “cazatalentos”, lo contactó para llevarlo al equipo y enseñarle de primera mano que una amputación no es el final de la vida.
Jeremy estaba realmente impresionado de ver las cosas que hacían los deportistas en la cancha. Hacia el final, hasta se animó a ser parte de la práctica.
No sabemos cuántos puntos anotó, no tiene ninguna importancia. Lo que sí ocurrió fue que aquella tarde Jeremy le jugó un gran partidazo a la vida.
“Son un ejemplo porque en mi caso que me acaban de cortar la pierna, pensé que no iba a hacer nada nunca más”, aseguró el jovencito, que antes de su percance, era un asiduo patinador y tenía el sueño de competir a nivel profesional.
Además de la parte física, las personas amputadas deben enfrentarse a otra problemática: las prótesis. “Las que hacían antes eran un suplicio, me costaba manejarlas, me sacaban sangre y me hacían ampollas; lo que decía el fabricante era que había que dejar que se hiciera callo, pero qué va, a mí nunca se me hizo”, afirmó.
Ahora, tanto él como algunos de sus compañeros de equipo le confían la construcción de las prótesis a Dino Cozarelli. “Son totalmente ergonómicas, eso es como cambiarse de usar zapatos de tacón alto a tenis de correr”, aseguró Castro quien maneja todo tipo de automóvil, motocicleta, camión y hasta cabezal, lo cual aprendió después de la amputación.
Inspiración
A Jeremy le llamaron la atención los movimientos de los jugadores, pero para él sobresalieron otros dos. Se trataba de Eladio Rojas y Alexánder Fernández; el primero no tiene su brazo derecho y el segundo no posee las dos piernas.
A Rojas hace 10 años le diagnosticaron un miosarcoma en su brazo. Este es un tumor maligno que se deriva del tejido muscular y para evitar que se propagara al resto del cuerpo le cortaron la extremidad.
“Conocí el voleibol sentado hace unos cinco años, tuve que aprender de cero; no sabía nada de nada”, explicó.
En su vida diaria se dedica a vender lotería en el parque de Poás de Alajuela. Después de su amputación tuvo que pensionarse por invalidez, antes él trabajaba en una fábrica de textil.
Eladio también es papá de tres hijos y esposo; su día comienza a las seis de la mañana cuando sale a vender . Asegura que todavía hay gente que se le queda viendo un poco extraño pero que está acostumbrado a eso y no le molesta.
“Yo era derecho y perdí el brazo de ese lado. Imagínese que tuve que empezar por aprender a hacer todo con la zurda y eso sí que costó”, recordó el deportista.
“De todas las cosas que a diario hace uno, la que más me costó aprender era a vestirme, pero ahora ya lo veo normal y hasta me amarro los zapatos”, comentó.
La prótesis que usa Rojas es una de tipo convencional, especial para el trabajo. La mecánica es sencilla: dentro de la base del brazo él coloca el muñón y con el músculo mueve una faja que abre y cierra los dedos de la prótesis. “Así me la juego, ya soy un gato con eso”, dijo.
La historia de Alexánder Fernández no es muy diferente. Este contador que trabaja en la Compañía Nacional de Fuerza y Luz sufrió un accidente de tránsito en el 2012; viajaba hacia Bahía Ballena en una microbús y chocó de frente con otro carro.
Alexánder no tiene las dos piernas, usa prótesis y también juega. La estabilidad del jugador se ve un poco afectada cuando está jugando, pero también se ve como un vikingo cuando se dedica a ser el colocador del equipo.
“Mi especialidad es el voleo, desarrollé la técnica muy bien y por eso funjo como colocador”, afirmó.
Hace un año que trabaja en la Compañía, antes de eso lo hacía en una empresa de asesorías inmobiliarias. “Después del accidente me decían que iba a quedar obligado a usar silla de ruedas; pero le demostré a todos que no iba a ser así”, explicó Fernández, quien todos los días se moviliza con una prótesis en cada pierna.
“Manejo carro todos los días, pero me tuve que acostumbrar a hacerlo con la pierna izquierda porque en esa es donde tengo rodilla y me ayuda a tener mayor movilidad para usar los pedales, antes era derecho”, explicó.
Estos tres voleibolistas hacen que al verlos jugar uno se olvide de que tienen una lesión de estas magnitudes. Lo mismo hacen ellos con la vida, la afrontan cada uno a su manera y no dejan que las prótesis y la falta de alguna extremidad les complique su quehacer diario.
¿Cómo juegan?
La constante en este equipo –y que es algo que realmente llama la atención cuando se les ve jugar– es que la mayoría nunca habían jugado este noble deporte en su vida. En el equipo aprendieron desde cero las técnicas que, por lo general, se introducen en las clases de educación física en el colegio; pero que no ahondan en la perfección.
Ellos volean, reciben de mano baja, colocan, sacan y bloquean. Todos los principios básicos del voleibol los aplican y a esto se le suma que son “jugadores universales”, como los describió su entrenador Carlomagno Quesada; o sea, que juegan cualquier posición y lo hacen bien.
El equipo se formó oficialmente en el año 2009. Antes de ese año hubo un grupo recreativo que se inspiró en los deportes paralímpicos para participar en diferentes competencias. Pero la idea oficial de entrenarse y prepararse de forma competitiva se empezó a gestar hace seis años de la mano de Quesada.
“Ya había tenido un acercamiento con ellos y con Carlos Castro, el capitán del equipo, pero no había podido entrarle de lleno hasta ese año”, recordó Quesada.

En el voleibol sentado, las reglas del juego no varían mucho del voleibol convencional. Las únicas diferencias es la dimensión de la cancha (6x10 metros), la altura de la red (1.15 metros del suelo) y que los jugadores delanteros pueden bloquear el saque. Por lo demás, es igual.
En el aspecto físico sí dista mucho del convencional. Los jugadores deben de moverse por toda el área de juego con sus manos, no pueden impulsarse con las piernas ni elevar su cuerpo por ningún motivo, siempre debe estar el área de la pelvis pegada al suelo.
Es impresionante verlos en acción. Ellos lo hacen ver fácil, estos guerreros dejan todo en la cancha y se han convertido en una máquina llena de engranajes que funciona casi a la perfección.
Uno a uno
Luis Quirós juega desde hace un año apenas y es uno de los que nunca en su vida había practicado voleibol; perdió su pierna derecha en un accidente de tránsito. Edgar Solano es de los más veteranos, desde el 2001 juega, tiene 26 años y sufrió un accidente en su trabajo como mecánico que lo hizo perder su pierna izquierda.
Un bakhoe fue el culpable de la amputación de la pierna izquierda de Eward Solís, pero este valiente se encargó de hacerle un giro a su vida y practica voleibol sentado desde hace cinco años. En el caso de Eduardo González, una motocicleta le dañó su extremidad y provocó la amputación, juega hace cuatro años.
Henry Quirós tiene seis años en el equipo, Jonathan Rodríguez lo hace desde el 2011 y Rónald González desde hace dos años; a estos tres jugadores los accidentes de tránsito les cambió la vida.
El equipo lo cierra Bryan González quien también se vio afectado en un accidente de tránsito y apenas hace cuatro meses que integra la selección. Él tampoco había jugado en su vida. “Es un reto, primero porque después del accidente tomar el valor para volver a la vida cotidiana y después porque te estás metiendo en algo completamente nuevo pero que la experiencia te ayuda en la mejoría de todo lo demás”, dijo.
Logros
El trabajo de esta selección no ha sido nada fácil. Año con año tanto jugadores como cuerpo técnico han tenido –como sucede en muchos deportes no tradicionales– que sacar tiempo y dinero para poder mantener la agrupación.
En el 2011 tuvieron varios encuentros amistosos con Canadá y participaron en los Parapanamericanos en México. Al año siguiente, Cuba fue el destino; en la isla fueron parte de un campamento de entrenamientos especiales y en el 2013 participaron en un torneo de interselecciones contra Estados Unidos y México.
Su última participación internacional se realizó en mayo en Montreal, Canadá; específicamente en el torneo Defi Sportif.
Hace varios años formaron la Asociación de Voleibol Sentado, una organización integrada por jugadores y familiares que trabajan por la promoción del deporte y para ayudar al equipo a financiar sus viajes.
Actualmente forman parte oficial de la Federación Costarricense de Voleibol y de la Federación Paralímpica de Costa Rica, ente que los representa en este momento para la participación en los Juegos Paralímpicos de Toronto 2015.
Con todo en regla, el equipo ya se prepara al 100% para su competencia internacional en Canadá que se llevará a cabo en agosto.