El discurso del Estado de la Unión no fue –siento decirlo– muy interesante. Cierto, el presidente de los Estados Unidos ofreció muchas ideas buenas, pero ya sabemos que casi ninguna de ellas logrará llegar más allá de una hostil Cámara de Representantes.
Por otra parte, la respuesta del Partido Republicano, de la que se encargó el senador Marco Rubio de Florida, fue tanto interesante como reveladora: esto, de la peor manera por cuanto Rubio es una estrella en alza –a tal punto que la revista Time lo puso en portada y lo llamó “El salvador republicano”–. De lo que nos enteramos el martes 12 de febrero, sin embargo, es que ideas económicas zombi le han comido el cerebro.
En el caso de que se pregunten, una “idea zombi” es una propuesta que ha sido ampliamente refutada con análisis y pruebas, y que debía estar muerta, pero que no se queda exánime porque sirve para un propósito político, porque apela a prejuicios, o por estas dos razones.
La idea zombi clásica en el discurso político estadounidense es la noción de que los recortes de impuestos a los ricos se pagan solos, pero hay muchas más. Como dije, en lo que a la economía se refiere, parece que la mente de Rubio está infestada de zombis.
Empecemos con la gran pregunta: ¿Cómo nos metimos en el enredo en el que estamos?
La crisis financiera del 2008 y su dolorosa secuela, con la que todavía tratamos, fue un fuerte manazo a la cara de los fundamentalistas del mercado libre.
Alrededor del 2005, los sospechosos de siempre –publicaciones conservadoras, analistas de los centros de estudios derechistas (como el Instituto American Enterprise y el Instituto Cato), y así por el estilo– insistían en que los mercados financieros liberalizados estaban comportándose bien, y desechaban advertencias con respecto a una burbuja inmobiliaria como un lloriqueo de los liberales. La entonces inexistente burbuja estalló, y el sistema financiero se exhibió como peligrosamente frágil; solo gigantescos rescates gubernamentales evitaron el colapso total.
En vez de aprender de esta experiencia, muchos de los de la derecha han optado por volver a escribir la historia.
En aquel entonces pensaban que las cosas andaban de maravilla, y la única queja que tenían era que el gobierno interfería con más préstamos hipotecarios; ahora alegan que las políticas gubernamentales –de algún modo dictadas por los liberales, aunque el Partido Republicano controlaba tanto el Congreso como la Casa Blanca– promovían préstamos excesivos y causaban problemas.
Cada trozo de esa historia revisionista se ha refutado de manera detallada. No, el gobierno no forzó a los bancos a prestarle a “Esa Gente” (como el excandidato presidencial republicano Mitt Romney llamó a los que se benefician con las políticas sociales del gobierno); no, Fannie Mae y Freddie Mac no provocaron la burbuja inmobiliaria (prestaban relativamente poco durante los años del punto más alto de la burbuja); no, los que prestaban patrocinados por el gobierno no fueron responsables de la oleada de hipotecas preligrosas (emisores privados de hipotecas dan cuenta de la vasta mayoría de los préstamos más riesgosos).
Empero, lo zombi sigue deambulando y esto es lo que Rubio dijo en la noche del martes: “Esta idea (que los problemas fueron causados por un gobierno que era demasiado pequeño) sencillamente no es cierta. De hecho, una causa principal de la reciente desaceleración económica fue una crisis inmobiliaria creada por temerarias políticas gubernamentales”. Sí, es zombi total.
¿Qué hay en cuanto a responder a la crisis? Hace cuatro años, los analistas económicos del ala derecha insistían en que el gasto deficitario destruiría empleos debido a que los préstamos del gobierno desviarían fondos que de otra forma hubieran ido a parar a inversión empresarial, al tiempo que insistían en que estos préstamos harían que las tasas de interés se elevasen. Lo correcto, afirmaban, era balancear el presupuesto, aunque la economía estuviera deprimida.
Bueno, este argumento era obviamente una falacia desde el principio. Como la gente como yo trató de hacer ver, toda la razón de que nuestra economía estuviera deprimida estribaba en que las empresas no estaban dispuestas a invertir tanto como los consumidores estaban tratando de ahorrar. Por tal razón, los préstamos del gobierno, de hecho, no impulsarían las tasas de interés, y el tratar de balancear el presupuesto sencillamente profundizaría la depresión.
Claro, es un hecho: las tasas de interés, lejos de elevarse, están en puntos bajos históricos, y los países que recortaron el gasto también han visto marcadas pérdidas de empleo. Rara vez logra uno una prueba tan clara de ideas económicas que compiten, y las ideas de la derecha fallaron.
Sin embargo, el zombi sigue deambulando. Esto es lo que dice Rubio: “Cada dólar que nuestro gobierno toma prestado es dinero que no se invierte para crear empleos. La falta de certeza creada por la deuda es una de las razones por las que muchas empresas no contratan gente”. Zombis 2 -realidad 0.
Para ser justos con Rubio, lo que dice no es diferente de lo que todos los demás en su partido dicen, pero eso es lo que resulta tan espantoso, por cuanto estamos aquí –a más de cinco años de la peor crisis económica desde la Gran Depresión–, y uno de los dos grandes partidos políticos ha visto su doctrina económica desplomarse y quemarse dos veces: primero en el preámbulo a la crisis y de nuevo en la secuela. Sin embargo, ese partido no ha aprendido nada; aparentemente cree que todo marchará bien si sencillamente sigue repitiendo viejas consignas, solo que en voz más alta.
Es una imagen perturbadora, de mal augurio para el futuro de la nación estadounidense. Traducción de Gerardo Chaves. para La Nación
Paul Krugman es profesor de Economía y Asuntos Internacionales en la Universidad de Princeton y premio Nobel de Economía del 2008.