Hay libros que no tienen desperdicio; el problema es que tampoco tienen otra cosa. Su lectura no es seductora porque es irresistible. Son libros que se nos caen de las manos, pero el suelo –que ya sabe de estas cosas– nos los devuelve pues ni en el suelo se sostienen. Existen libros que don Nadie publica para salir del anonimato, pero don Nadie ignora que salir del anonimato es como salir de las malas costumbres.
En asuntos ociosos como aquellos solía meditar el joven sabio don Miguel de Unamuno y Jugo cuando se engarzaba la pluma para pontificar con buen estilo y mal carácter.
Don Miguel no pontificaba porque hiciera puentes, sino porque se predicaba a sí mismo sentando a los demás como auditorio. Había hecho, del descontento, un deporte, y lo único que le gustaba de los gobiernos es que fabricaban la oposición. Con frecuencia, el catolicismo revuelto de don Miguel increpaba también al Señor hasta crear cierta incomodidad en el Cielo.
Un ángel avisaba a san Pedro:
–¡Que ha llegado don Miguel!
–Y ahora ¿dónde lo ponemos?
En 1895, el malcontento Unamuno publicó una colección de ensayos bajo el título de En torno al casticismo, y aprovechó para recordar algún libro del polígrafo español Lorenzo Hervás y Panduro (1735-1809): “No vale el tiempo que se pierde en leerlo. El que perdí leyéndolo no lo recobraré en mi vida”.
Miguel de Unamuno aludió así a un jesuita erudito (valga la redundancia) que salió al destierro, hacia Italia, cuando el rey Carlos III expulsó a la Compañía de Jesús.
Allá, en los Estados Pontificios, Hervás desarrolló una multívora curiosidad por las ciencias y las letras, y escribió libros de títulos más largos que discursos de motivación para candidatos perdedores.
Sin embargo, Hervás es un precursor de la antropología científica gracias a su Historia de la vida del hombre . Su Catálogo de las lenguas (1786) compiló información sobre 300 idiomas, incluidos “exóticos”: de la América y del Asia. Igualmente asombrosos son su Tratado sobre el origen, formación, mecanismo y armonía de los idiomas y su interés por la educación científica de las mujeres y de los sordomudos.
En el mismo año de su Casticismo : 1895, Unamuno recibió la abofeteante noticia de que no había ganado un concurso que la Real Academia había convocado en torno al Poema del mío Cid (lo ganó el egregio Ramón Menéndez Pidal).
El escrito de don Miguel se publicó ¡en 1977!: Gramática y glosario del Poema del Cid . En él adelantó sapiencias, como la necesidad de sumar fonética y etimología: “El oído sirve para poca cosa cuando el espíritu no está educado” (I, 15).
En adelante, el joven perdedor Miguel de Unamuno se consagró (le hubiera fascinado este verbo celestial) a la imprecación perpetua y a la literatura de combate contra todo, tentando a la vez al misticismo, que es la retórica de la religión. Unamuno nunca más se ocupó, en libro, de cuestiones filológicas; pero en el Casticismo recordó con sarcasmo a su colega filólogo Lorenzo Hervás porque las más crueles injusticias son las de los justos.