En 1892, el inmigrante francés Amón Fasileau-Duplantier presentó a la Municipalidad de San José la iniciativa de urbanizar un terreno de su propiedad, situado al norte de la vieja “calle de la ronda”, hoy avenida 7.
Lindante con la ribera del río Torres, al final de las actuales calles 1 y 3, el predio tenía como único vecino los llamados “lavaderos del padre Umaña”. Estos no eran más que un galerón con un conjunto de pilas y un patio de secado, construidos mediante un legado que en 1868 hizo el presbítero Cecilio Umaña, para que la gente sin servicio de agua tuviera donde realizar la cotidiana tarea y algunas mujeres de humilde condición pudieran “lavar ajeno”, como se decía entonces.
Al parecer preocupado porque tal vecindad desluciera su inversión inmobiliaria, Amón sugirió que se eliminasen tales lavaderos, pero la municipalidad, en un gesto digno de recordarse, no sólo no accedió a su pedido, sino que unos años después mejoró aquellas instalaciones.
El barrio de Amón. Fasileau-Duplantier había llegado a la capital hacia 1885 para administrar la empresa cafetalera de su cuñado, Hipólito Tournon. Hábil empresario, monsieur Amón no limitó su acción al café, y pronto emparentó con lo mejor de la sociedad josefina. Así, afianzado ya, presentó a la municipalidad la propuesta de urbanizar aquella zona, que luego ampliaría con terrenos de otros particulares asociados suyos.
Si bien no sería aquel el primer ensanche realizado al viejo casco urbano de origen colonial, llegaría a ser el primer desarrollo habitacional de carácter privado y empresarial, como lo puso de manifiesto el periódico bisemanal Costa Rica , en su número 6.°, publicado el 18 de julio de 1893:
“San José no solo se embellece, sino que también se ensancha (...). Del lado [norte], son muy importantes los trabajos emprendidos por Mr. Amón Fasileau Duplantier. Él ha destruido un hermoso jardín y derribado muchas casuchas viejas, para cuadricular los terrenos y que nuevas construcciones formen un barrio nuevo y elegante”.
”Empresarios como Monsieur Fasileau (...) son los que necesita el país, para su engrandecimiento y prosperidad. Ellos hacen su negocio, pero con positivo y permanente provecho de la generalidad. Mr. Fasileau está construyendo una excelente cloaca, que contribuirá al aseo de las calles y a la salubridad pública en esa parte de la población”.
Además, en el contrato firmado en 1894, el empresario se comprometió a ampliar las calles y avenidas hasta el río Torres; y el municipio, a desaguarlas y lastrearlas a cabalidad cuando estuvieran media-namente edificados los solares trazados en los cuadrantes.
Comprendido en el distrito urbano del Carmen, quedó entonces definido lo que sería el nuevo barrio por las actuales avenida 7 al sur, la calle central al oeste, el río Torres y la avenida 13 al norte, y la calle 9 al este. Sin embargo, no sería hasta 1897 –cuando se lotificaron los nuevos cuadrantes–, que el residencial empezó a consolidarse con la construcción particular de viviendas y un sistemático poblamiento.
Gentes y arquitecturas. Como anotara la historiadora Florencia Quesada –fuente ineludible cuando del barrio de Amón se trata–, en el sector se asentaron tanto nacionales como extranjeros, “profesionales y técnicos, comerciantes, agricultores y empleados públicos y privados”, buena parte de ellos económicamente prósperos ( En el barrio Amón ).
Las mayores posibilidades económicas, en combinación con las importaciones facilitadas por la finalización del ferrocarril al Atlántico en 1890, redundaron en un evidente deseo de diferenciación social y arquitectónica respecto del entorno aún aldeano de San José y sus barrios periféricos.
Además, luego del terremoto de 1910, el Estado limitó el uso de los adobes y las pesadas tejas en las edificaciones urbanas, lo que favoreció el uso de nuevos materiales constructivos nacionales, tales como el ladrillo, la cerámica y la madera acerrada; junto a los importados, como cemento, hierro, cinc, mármol, vidrio y otros.
Como resultado, aparecieron en el barrio viviendas que representaban las aspiraciones sociales y urbanas de aquella burguesía europeizada en su pequeño ambiente josefino. Sin embargo, muchas veces esa aspiración no pasó de la apariencia exterior, pues la herencia colonial de lo que Quesada ha llamado atinadamente la “casa criolla” –fachada sobre acera, con puerta central y ventanas a los lados, y el zaguán o pasillo central como eje distribuidor de la vivienda–, siguió predominando en el barrio, si bien ya construida en ladrillo y con una mayor especialización funcional.
En cuanto a los lenguajes arquitectónicos introducidos, cabe destacar que, aunque presentes, historicismos como el neoclásico y el neomudéjar no fueron predominantes, al menos no antes de que su estética aumentara ligeramente en las fachadas reconstruidas tras el terremoto de 1924. En cambio, desde un inicio, la arquitectura de influencia victoriana se hizo sentir allí, producto del contacto de San José con Londres, principal mercado de nuestro café. Con ese lazo, el eclecticismo llegó también al barrio de Amón, de cuyo variado cuan caprichoso repertorio se ven tantos ejemplos en sus calles.
Asentamiento y evolución. Sobre sus constructores, apunta Quesada: “la mayoría de las casas construidas en este período fueron realizadas por maestros de obras. Entre algunos de los pocos arqui-tectos y compañías constructoras mencionadas se encuentran Jaime ( Chame ) Carranza, y las compañías (') de [Víctor] Wolf, Rafael ( Chotarra ) Alvarado y Gerardo Rovira”.
También, es importante señalar que el barrio se asentó desde su inicio en la ribera del río Torres, lo que le brindó su particular conformación urbana en pendiente y le permitió aprovechar la extraordinaria vista hacia “las montañas de Heredia” –en realidad, las cumbres de la cordillera Volcánica Central–, así como disfrutar de las frescas y saludables corrientes de viento provenientes del Atlántico.
En cuanto a su parcelario, aparte de las dimensiones mayores a las usuales en los predios de otros sitios capitalinos de la época, uno de los cambios más notorios fue la construcción de la casa exenta. Separadas entre sí por jardines que rodeaban la vivienda, y de la calle por un antejardín con muro o reja, estas casas no dejaban duda de la diferencia entre ellas y su exterior, acentuando así su imagen de suburbio europeo.
De modo que, junto al uso de nuevos materiales de construcción, en el barrio de Amón se dieron además cambios en la tradicional espacialidad urbana josefina, tanto de la vivienda en sí como de su asiento barrial. Luego, entre 1930 y 1950, llegaron también los nuevos lenguajes arquitectónicos internacionales, tales como el neocolonial hispanoamericano y el art-decó , si bien con mucha menor presencia, sobre todo para el último.
A fines de la década de 1960, desaparecieron por fin de la orilla del río los lavaderos que incomodaran a Amón, mas, paradójicamente, para entonces –como otros barrios josefinos–, el primer suburbio había sido abandonado por buena parte de sus tradicionales habitantes, aunque conservara el nombre del empresario que le dio origen.
EL AUTOR ES ARQUITECTO, ENSAYISTA E INVESTIGADOR DE TEMAS CULTURALES.