Fiato. El vocablo italiano apunta a la importancia del hálito en la música
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Sendas obras maestras para distintas combinaciones de instrumentos de cuerdas, de tres grandes compositores de la tradición austro-germana, formaron el programa del concierto de apertura del vigésimo segundo Festival de Música Credomatic, realizado el sábado 11, en el Teatro Nacional (TN).
La actividad estuvo a cargo del Cuarteto Fiato, conjunto procedente de California, EE. UU., complementado por tres instrumentistas adicionales como invitados.
Repertorio. La primera mitad del concierto se inició con el Trío para cuerdas N° 3, en do menor, opus 9, del alemán Ludwig van Beethoven (1770-1827), seguido por el Cuarteto de cuerdas en la menor, opus 13, de su compatriota Felix Mendelssohn (1809-1847).
Pasado el intermedio, la segunda mitad estuvo dedicada al Quinteto de cuerdas en do mayor, opus post. 163, (D. 956), del austríaco Franz Schubert (1797-1828).
Beethoven. Los tres músicos invitados abrieron el programa con una versión atildada y diligente del Trío de Beethoven, último de una colección para violín, viola y violonchelo concluida y publicada en Viena en 1798.
Esta combinación instrumental no despertó el interés creativo de Beethoven en los períodos posteriores de su madurez artística, como sí fue el caso del género del cuarteto de cuerdas, y el gran músico compuso un par de obras contemporáneas en esta modalidad, el Trío, opus 3, y la Serenata, opus 8, pero nada más.
No obstante, los Tríos opus 9 muestran ya la unidad orgánica que caracteriza el estilo propio de Beethoven, mediante la cual la obra se desarrolla partiendo de una única célula temática, y la integrada interpretación del conjunto transparentó esta unidad.
Mendelsohn. A continuación, el Cuarteto Fiato forjó una lectura elocuente y elegante del Cuarteto en la menor, de Mendelsohn, que data de 1828, cuando el compositor tenía tan solo 18 años.
Las cuerdas produjeron un sonido lustrado, con una entonación intachable, y la ejecución se oyó por turnos lírica y dramática en el Alegro inicial; serena y honda en el Adagio; grácil y refinada en el memorable Intermezzo; ágil y vivaz en el Presto final.
Schubert. El eximio músico vienés concluyó su sublime Quinteto en 1828, dos meses antes de su muerte, pero la publicación póstuma no se hizo sino hasta 1853. Desde entonces, la obra ocupa un sitial de preferencia en el repertorio de la música de cámara.
La instrumentación del Quinteto es inusual, pues requiere dos violonchelos, en vez de las dos violas que son más corrientes.
Miembros del Cuarteto Fiato y músicos invitados se unieron para brindar una interpretación apasionada e intensa del Quinteto en do mayor, que se escuchó lúcida en fraseo; bruñida en sonoridad; escrupulosa en dinámica y acentuación rítmica.
El público ocupó alrededor de un tercio de la sala principal del TN, se mostró muy atento y respetó la norma de no aplaudir entre los movimientos, aunque sí premió cálidamente a los intérpretes al final de las obras.
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