Aquella noche había sido un tanto grosera, ¡demasiada agua cayendo del cielo!.. y siempre queda impune mientras uno, el que se la lleva encima, debe dejársela encima como forzosa compañía hasta que o los pies se sequen o se descuelgue uno las chaquetas para no invitar a quedarse a alguna pulmonía.
La lluvia no detuvo a nadie para cumplir la cita con aquel hombre largo y de escasas carnes pero de lengua divertida, creativa, incisiva, casi didáctica. La fila era larga para llegar hasta la puerta del Auditorio Nacional, todos apuntando hacia el mismo objetivo: Luis Eduardo Aute.
Seis años después de su última visita, aquel hombre volvía a dejarse ver por quienes ya lo habían visto y por quienes —sus caras los delataban— eran demasiado chiquillos cuando él tuvo su primera visita a la tierra tan tica.
Luz en sombra. Tarde se iba haciendo para que Aute y compañía tomaran el escenario.
Casi a las 8:20 p. m. la espera terminaba. En el escenario donde el técnico Miguel Ángel Pérez jugaba mayormente con la penumbra, la banda de Aute se acomodaba. Cero adornos, luces puntuales; con ojos solo para el Aute.
Una intro de segundos sirvió como antesala y entre las sombra salió Luis Eduardo. La luz lo seguía, la luz lo mostraba a un Auditorio Nacional casi lleno.
No podía ser de otra forma más que con que Me va la vida en ello que Aute comenzara. Canción, es cierto, pero consigna de vida también que lo es.
¿De dónde sino de él sale aquel humor a veces negro, aquellas frases que son bellas por asonantes y disonantes? Conversador y divertido, y un poco siendo un elegante embustero –porque tomaba el pelo– Aute conversaba canción a canción con el Auditorio.
“Muchas gracias por el esfuerzo de llegar hasta aquí. Este es un país que me está entrando en el corazón y cuando eso ocurre no se libran tan fácil de mí”, dijo él, y advirtió que tocaría mucho de A día de hoy , su más reciente producción, que eran 14 canciones, pero que si se portaban bien cantaría solo 12.
Vino entonces el segundo tema de la noche: Naves quemadas, una invitación a usar la imaginación para sortear las mareas bajas de la vida, para conquistar el salvaje animal que el cuerpo encierra porque ya lo cantaba y contaba Aute: vivir es navegar tras un espejismo, detrás de un abismo sin vuelta atrás ...
Canción tras canción iban cobrando carne y peso de hueso personajes lejanos o de tinta: Ulises, Penélope – Esta noche –; nenas buenas guerreras de cama – Imán de mujer , Mojándolo todo –, Velásquez, Goya y Picasso –los tres juntitos en Tríptico de luces y sombras – , una novia perdida en brazos de Mick Jagger – Hafa Café – y hasta John Lennon, a quien Aute escribió y canto Imaginación .
Hasta su amor al cruce de piernas de Sharon Stone –y ella entera– fueron motivo de canción también con Solo contigo –en inglés– “No es que intente imitar a Julio Iglesias y a su hijo, que por cierto, ¡qué mal que pronuncian el inglés!”, bromeó antes de vaciar su garganta por su “piedra preciosa... Stone, piedra... ustedes entienden”.
Amor, amar. Fácil pasó Aute de la risa al amor. A medio camino se iba metiendo al corazón: La belleza , Alevosía –coreada–, J´ecris ton nom y Cada vez que me amas .
Entonces pasaba aquel recital de momentos de reflexión con El resto es humo –dedicaba a los vampiros que escalan a punta de lo que sea– a estados de ganas de abrazarse y besarse –una pareja bien que se dio este gusto– con temas como Slowly, donde Aute reescribe canciones de amor de los 50 y 60.
Uno de dos , su formula para evitar el divorcio –invitando al tercero de la relación – e incluso Al día de hoy iban abriendo el pecho.
Se despidió Aute y no le quedó otra que volver. Y dio Giraluna , su contrario del girasol, un soñador opuesto. Y acabó con Sin tu latido.
Se hizo humo, pero el Auditorio aplaudía tanto y de pie que no le quedó otra que volver.
“Estoy tan conmovido que voy a estrenar una canción que acabo de terminar antes de subir al escenario”, dijo él. Y comenzó: Voy buscando un amor que quiera comprender la alegría y el dolor ... ¡tramposo! era Rosas en el mar, y más de uno se la iba recitando de memoria.
El final fue lo mejor. A capela hizo Al alba y el canto parecía lamento. 4 y 10 también salió de su boca y así siguió hasta alcanzar casi tres horas de concierto. Es que él es un hombre puro verbo.