Ante este libro que por fin puedo tener en las manos, me viene a la memoria una frase de aquel hombre ingeniosísimo e ilustre que era Constantino Láscaris, frase tan digna de recordar como de hacerla rodar: “Cuando tengo un hermoso libro en las manos, inconscientemente, le acaricio el lomo”.
Y en esas estoy: acariciándole el lomo a un hermoso libro que viene saliendo del horno y que es homenaje a una pintora costarricense. Está lujosamente presentado con reproducciones en colores de su obra, con el título: Una mirada risueña a lo terrible, Luisa González de Sáenz. El autor del texto, revelador de un profundo criterio sobre la obra de esta pintora y que acompaña las ilustraciones, es el crítico de arte Carlos Francisco Echeverría.
Los atrevidos. En los años treintas surgió una especie de insubordinación proveniente de algunos artistas enfrentados con la academia. Los atrevidos. Era un grupo al que se le llamaba “la nueva sensibilidad”. Hoy reconocido como “la generación nacionalista”. Ese grupo inició algo que, por lo menos en Costa Rica, no se había hecho con anterioridad: salir a pintar a campo abierto. Si bien esos artistas no inventaron la fórmula, sí descubrieron la intensidad y la luz del paisaje costarricense. Quirós, Pacheco, Sáenz, Amighetti, Manuel de la Cruz y Zúñiga, aportaron una dimensión poética a nuestra plástica liderados por el arquitecto Teodorico Quirós. La única mujer en ese grupo de seis pintores claves, alrededor del gran Quico , era Luisa González de Sáenz.
Después de 1937 y posteriormente a la última de las grandes exposiciones anuales en el Teatro Nacional, cada uno de ellos enrumbó sus pinceles por diferentes caminos, indagando en una variada gama de opciones, incluidas las más recalcitrantes vanguardias del día.
Luisa González de Sáenz orientó sus pasos hacia el paisaje de nuestras tierras altas, los climas fríos, la neblina y el vendaval. Con su visión del arte, la pintora explora y consolida su temática en “'un diálogo constante con lo espantoso, con lo desolado, con lo amenazante, que la artista va desenvolviendo dentro del ámbito sereno de su hogar en San José. Y justamente ese carácter de biografía íntima, de catarsis y conjuro personal, es lo que da a su obra un sello de autenticidad incuestionable. Ocasionalmente, la pintora encuentra un refugio, una especie de oasis en el cual desaparece el asedio de la tormenta espiritual. Poco a poco, sin abandonar el clima meditativo o reflexivo de sus cuadros, regresando a veces a visiones alucinatorias y fantásticas, Luisa González de Sáenz empieza a objetivar sus propias fantasías, o a burlarse a veces de ellas ( Los títeres , 1962). Va aprendiendo, en otras palabras, a aplicar una mirada risueña a lo terrible.”
Crítica luminosa. Lo anterior es un párrafo del texto de Carlos Francisco Echeverría. De esas palabras proviene, con el nombre de la pintora incorporado, el título del libro. Creo que nadie ha logrado descifrar con tanta sabiduría como el distinguido crítico, los códigos de la obra de esta artista cuyas opciones creativas y su temática, muchas veces enclaustrada, emerge luminosa en la percepción del escritor.
Por años sus dos hijos, ambos pintores, Flora María Sáenz de Langlois y este ciudadano, sentimos la necesidad de reunir y exponer en un libro, un buen número de obras suyas que pudieran estar al alcance del público. Después de años de intentarlo, se lograron convocar el material gráfico necesario, el texto de Echeverría, el sobresaliente proyecto del licenciado en Diseño Publicitario Juan Diego Otalvaro y la cuidadísima edición de la empresa Masterlitho.
El libro cuenta con el respaldo de la Universidad Veritas y, un buen número de ejemplares se donó al Museo de Arte Costarricense en La Sabana para su beneficio.