En una pequeña casa del centro de Heredia, dos señores de más de ochenta años conservan a duras penas la herencia de su padre. La fuerte contaminación externa ha cubierto completamente los libros y las revistas, y el ruido de los autobuses impide conversar con ellos.
Son los hijos de Amando Céspedes Marín y recuerdan perfectamente buena parte de lo que hizo ese gran pionero del cine, la fotografía y la radiofonía nacionales.
Sin embargo, los hermanos no pudieron conservar una parte de la herencia, que desapareció del sitio original: ya se vendió el terreno donde estaba la primera antena de radio de nuestro país.
Si no se hace algo pronto, se perderá lo que queda: los aparatos con los que se construyó la primera estación de radio del país y la quinta del mundo, y una valiosa colección de revistas, libros y fotografías.
Con el fin de alertar sobre esta tarea pendiente, es útil reseñar el relato detallado de Amando Céspedes, tal como lo escribió en su libro
Se trata de una publicación poco conocida, un espontáneo relato que cautiva al lector: la historia detallada de un experimento que duró varios años y fructificó gracias a la tenacidad de su pionero.
Tal experiencia despertóen Céspedes el deseo de contar con su propio equipo, para lo cual se dedicó a buscar las partes necesarias, enviadas desde ciudades estadounidenses.
En una noche de mayo de 1924, gracias a la instalación de una radio propia, Céspedes logró escuchar 30 estaciones de radio de 4 países americanos, a las que luego envió informes de audiencia.
Entre el 24 y el 30 de noviembre de 1924, Céspedes realizó varios experimentos. Empezó a construir un nuevo equipo siguiendo las instrucciones de la revista estadounidense
Al difundirse en los periódicos la noticia de la creación de Céspedes, se multiplicaron las solicitudes de gente que le pedía radiorreceptores: construyó otros siete y los vendió.
Según relata el mismo Céspedes, él también construyó una antena de bambú de 20 metros con 4 cables, reparaba los equipos que muchos compraban y escribía artículos en los periódicos para promover la radiodifusión.
Durante ese mismo año de 1924, Céspedes comenzó la otra parte de su proyecto. Él y dos de sus amigos –el electricista Vicente Fernández y Adrián Collado– hicieron un experimento que funcionó bien: Collado transmitió anónimamente desde San Pedro (San José) con el pequeño equipo de Céspedes –un tubo de 5 vatios con 400 voltios–, mientras los otros amigos lo oían.
Céspedes y algunos amigos construyeron entonces una antena de más de 20 metros de alto en la escuela adyacente a su casa, adornada con una esfera de madera pintada de plateado; tuvieron una buena recepción de estaciones de los Estados Unidos, especialmente de Texas y Chicago.
En 1927, siguiendo instrucciones de revistas de mecánica, Céspedes construyó un equipo con un transmisor de onda corta. En agosto de 1927, él recibió varias partes del equipo que constituirían la verdadera primera estación de onda corta en nuestro país.
El Ministerio del Interior le permitió establecer una estación de emisión radiofónica con las siglas TI-4-
Avanzada la noche del 4 de mayo de 1928, y como parte de la celebración de un aniversario de su matrimonio, Céspedes llevó a cabo la primera transmisión de
Lo hizo a esas horas pues las grandes estaciones de radio americanas terminaban de transmitir a las 9 p. m. (hora de Costa Rica). Así, Céspedes podía verificar si en Panamá o Nicaragua podían oírlo pues no creía que su equipo podía llegar a una distancia mayor.
El radiotransmitente tico esperaba una respuesta; sin embargo, esta no llegó al inicio. Además, en Heredia tampoco interesó su oferta para transmitir anuncios. Sin embargo, todo cambió el 18 de mayo, cuando Céspedes recibió el primer informe de sintonía, desde Panamá. Entonces fue felicitado, incluso por el gobernador de Heredia.
Después de transmitir regularmente todas las noches durante dos meses, Céspedes recibió el segundo informe de sintonía, el 4 de julio y desde el Ecuador.
Céspedes contestaba unas 150 cartas por semana, pero no podía responder toda la correspondencia. Por esto se le ocurrió elaborar un “diploma” de respuesta, que funcionaba como presentación postal de la pequeña estación. Su idea tuvo un éxito inmediato.
Sin embargo, con el tiempo, el diploma tampoco fue suficiente, y Céspedes pidió ayuda para costear el pago del correo. Visitó al Presidente de la República y al Ministro de Comercio, quienes resolvieron reunirse en la estación de radio en Heredia. Pocos días después, el Gobierno dispensó a Céspedes del pago del correo debido al beneficio que la estación causaba al país.
En vista de que otras estaciones tenían un sonido distintivo,
Es urgente proteger lo que queda del patrimonio cultural de Costa Rica. Ya bastante se ha perdido, como escribió Mario Zaldívar hace poco en estas páginas con respecto a la valiosa –y en riesgo de destrucción– Sala Tassara, de Barrio México.
Si los heredianos valoran lo que hizo uno de sus vecinos más destacados, la casa de Amando Céspedes debería restaurarse y conservarse como un pequeño museo.
El Ministerio de Cultura y Juventud, encargado de preservar y custodiar el patrimonio nacional, debe encontrar los fondos necesarios para emprender un proyecto que ya se ha tardado mucho en concretar. A su vez, los diputados deberían aprobar el proyecto de ley del patrimonio, ya presentado, junto con otras normas del área de la cultura.
Si no apoyamos a nuestros artistas y científicos cuando están vivos, y si no se rescata su obra, de poco vale que después se pida limpiar las lápidas de sus tumbas cuando ya sus creaciones se han perdido para siempre en el olvido.