Corría el 1627 cuando el rey español Felipe IV ordenó la construcción de un palacete de verano en la afueras de Madrid. Fue así como una década después, y en medio de un campo cubierto de arbustos de zarza, se inauguró esa edificación, que serviría como pabellón de cacería, pero también como centro de entretenimiento de la realeza española. Por las características del paisaje circundante se le bautizó como el Palacio de la Zarzuela. Fue allí donde surgió lo que se considera el género lírico español por excelencia, gracias a los encuentros culturales que se daban cita allí. Autores como Lope de Vega y Pedro Calderón de la Barca son reconocidos como importantes precursores.
Con el paso del tiempo y la llegada de los Borbones en el siglo XVIII, las representaciones músico teatrales autóctonas declinaron grandemente en la casa de verano para dar paso al repertorio italiano. Luego de un período de decadencia de más de un siglo, este género lírico, ya en adelante denominado zarzuela por su lugar de origen, tuvo un nuevo apogeo a partir del siglo XIX.
Dejó de ser una expresión artística exclusivamente nobiliaria y adquirió características más vernáculas. Y es que la zarzuela moderna debe mucho a las tonadillas y canciones que predominaban en los tablados populares madrileños; a la vez que se definió como un género escénico que combinaba declamaciones, cantos y partes instrumentales, a la usanza del Signspiel alemán o de la opéra-comique francesa.
Época de oro
La segunda mitad del siglo XIX fue, no cabe duda, la época de oro de la zarzuela. En 1856 se inauguró el Teatro de la Zarzuela, en la calle Jovellanos de Madrid, y muy pronto otros escenarios de la capital española se abocaron a producir títulos nuevos.
Aunque también existieron zarzuelas de tono dramático, las temáticas cómicas tuvieron mayor éxito. Para asegurar públicos los empresarios redujeron el precio de las entradas y los autores optaron por crear obras más cortas con melodías y personajes de corte popular, conocidas luego como parte del “género chico”. La zarzuela logró introducirse así entre los estratos menos pudientes de la sociedad, convirtiéndose en la expresión más castiza de Madrid.
De las más de 10.000 zarzuelas que se escribieron en España, se conservan alrededor de 3.000; de ellas, aproximadamente un centenar se han representado de manera consistente en el último siglo. Compositores como Ruperto Chapí, Federico Chueca, Manuel Fernández Caballero y Tomás Bretón figuran entre los más reconocidos creadores de la zarzuela española del período de esplendor, quienes dieron vida a obras como La bruja, Las hijas del Zebedeo, La Gran Vía, Gigantes y cabezudos y Chateaux Margaux, entre muchísimas otras.
Salto continental
La zarzuela siempre fue considerada un género regional nacionalista, por lo que no alcanzó a tener un impacto ni despertar interés en Europa, fuera del territorio español. Sin embargo, sí ejerció una fuerte influencia en los países latinoamericanos e incluso en tierras más distantes como las Filipinas. Compañías itinerantes se embarcaron a cruzar el Atlántico para ofrecer representaciones del repertorio más exitoso a lo largo del continente; a su juicio, se trataba de un género lírico idóneo para nuestros pueblos por estar en idioma castellano, que sería en buena teoría comprendido por la población.
En efecto, la zarzuela fue un género muy bien recibido y apetecido entre los públicos latinoamericanos de finales del siglo XIX e inicios del XX, en especial en los círculos en los que no se había desarrollado “el buen gusto por la lírica italiana y francesa”.
No obstante, la mayoría de estas obras contenían expresiones e historias estrictamente regionales y que referían a la idiosincrasia del pueblo español, características bastante ajenas a las de nuestros países. Esto suscitó la aparición de zarzuelas criollas, en las que los compositores y libretistas locales buscaban introducir y amalgamar elementos autóctonos de sus países en un género que por definición exaltaba siempre a la “Madre Patria”.
Prácticamente a lo largo de toda la América Latina se ha registrado la aparición de zarzuelas, en algunos países de manera más fructífera que otros, desde las últimas décadas del siglo XIX hasta mediados siglo XX. Solamente en México, se han inventariado la composición de más de 350 obras de esta índole, la mayoría de ellas desaparecidas y representadas solamente en una temporada. En términos generales, los temas nacionalistas fueron los predilectos entre los latinoamericanos, como lo fue en el caso de la zarzuela paraguaya Tierra guaraní que data de 1913, con música de Niccolino Pellegrini.
Debido a la utilización de elementos locales en su construcción, muchos de los números musicales de estas zarzuelas latinoamericanas llegaron a popularizarse como canciones vernáculas y han sido conocidas así en el imaginario musical, y no como lo que originalmente fueron, es decir, como trozos de obras lírico-escénicas. Quizás los casos más sobresalientes (y a la vez desconocidos) los encontraremos en la canción peruana El cóndor pasa, de Daniel Alomía Robles; la rumba cubana María la O, de Ernesto Lecuona, y el joropo venezolano Alma llanera, de Pedro Elías Gutiérrez. Todas estas melodías fueron originalmente concebidas como parte de zarzuelas que llevan los mismos nombres de las canciones con que se conocen.
La zarzuela cubana encontró sus mayores exponentes durante la década de 1930 en Ernesto Lecuona, Gonzalo Roig y Rodrigo Prats, quienes compusieron respectivamente las zarzuelas María la O, Cecilia Valdés y Amalia Batista, y que se conocen como la más relevante trilogía lírica de la isla.
La zarzuela en Costa Rica
Costa Rica no fue la excepción y fue la casa de representaciones de zarzuela por parte de compañías foráneas en las últimas décadas de siglo XIX. En 1899 se registra una presentación en el Teatro Nacional de la obra El rey que rabió de Chapí, a cargo de la Compañía Infantil de Costa Rica, bajo la dirección del maestro José Joaquín Vargas Calvo. En 1905 vio la luz la primera zarzuela escrita en suelo costarricense: El marqués de Talamanca, con texto de Carlos Gagini y música de Eduardo Cuevas, compositor puertorriqueño radicado entonces en el país.
En la décadas de 1930 a 1960 la zarzuela siguió cultivándose en el país. No era extraño que algunos números musicales zarzueleros como la Canción húngara de Alma de Dios, la Ronda de los enamorados de La del soto del parral, Las segadoras de La rosa del azafrán o el Caballero de gracia de La Gran Vía fueran parte del repertorio escolar. Destacan además dos zarzuelas originales: Toyupán (1938) de Julio Mata y Milagro de amor (1955), ambas estrenadas y representadas en el Teatro Nacional.
En la actualidad, la zarzuela como género es asumida como reliquia histórica. Es preservada por algunas compañías que, en España y fuera de ella, luchan por no dejarla morir y que conquiste el gusto del público, en especial por aquel que siente predilección por la ópera centroeuropea.
Presentaciones en Teatro al Mediodía y en el TEO
En marzo, la zarzuela María la O, del reconocido compositor cubano Ernesto Lecuona (1899-1963), se presentará en Costa Rica en concierto, con la participación de los cantantes nacionales como José Arturo Chacón (Premio Nacional de Música 2018), Ivette Ortiz, Ernesto Rodríguez y Marcela Alfaro. Se ofrecerán todos sus números musicales, los cuales serán narrados (no escenificados) y se contará con la participación de 12 músicos. Es una producción que cuenta con la participación de profesores, alumnos y exalumnos de la Escuela de Artes Musicales de la Universidad de Costa Rica, así como integrantes del Estudio Choralia y el Grupo 31. La adaptación e instrumentación libre la hizo el pianista y profesor Manuel Matarrita
La primera función será el martes 5 de marzo, a las 12:10 p. m., en el Teatro Nacional en la apertura de la temporada Teatro al Mediodía de este 2019. Los precios de los boletos son ¢3.000 (general) y ¢1.500 (estudiantes y ciudadanos de oro con carné).
Luego, habrá dos presentaciones en el Teatro Eugene O’Neill, del Centro Cultural Costarricense Norteamericano (barrio Dent), los días 3 y 4 de abril, a las 7:30 p. m. Las entradas costarán ¢6.000.