Ay, los años 70… Aquella fue una década fundamental para la cultura costarricense. Costa Rica vio el nacimiento del Ministerio de Cultura (1971) y, desde este dínamo, surgieron una serie de instituciones, espacios y esfuerzos para las artes, como el incomparable semillero del programa juvenil de la Orquesta Sinfónica Nacional –actual Instituto Nacional de Música– y el Museo de Arte Costarricense (1978), para mencionar dos icónicos. Y, curiosamente, en una década así de importante se suele repetir, sin mayor cuestionamiento, que las artes visuales de nuestro país vivieron una época de transición, algo así como una década perdida entre los míticos años 60 y la efervescencia de los años 80.
Para demostrar la ligereza de tal afirmación y el craso error que conlleva, los Museos del Banco Central (bajos de la plaza de la Cultura) ofrecen una exposición de 58 obras acerca de la riqueza de la plástica costarricense en la década de 1970.
La muestra nos conduce por un recorrido compuesto por pinturas, esculturas, grabados, fotografías, instalaciones y performances para evidenciar que en los 70 trabajaron activamente seis generaciones de artistas, coexistieron tres grandes formas de asumir el arte –posturas estéticas–, hubo un importante énfasis en el trabajo técnico, pero también se dio un enorme interés en la experimentación con nuevos lenguajes, posibilidades y medios.
Las imágenes y reflexiones son aportadas por artistas como Francisco Zúñiga (1912-1998), Manuel de la Cruz González (1909-1986), Lola Fernández (1926), Felo García (1928), Juan Luis Rodríguez (1934), Rafa Fernández (1935-2018), Margarita Bertheau (1913-1975), Fabio Herrera (1954), Ottón Solís (1946), Otto Apuy (1949), Mario Parra (1950), Roberto Cabrera (1939-2014) y Victoria Cabezas (1950). La mayor parte de las obras son de la colección de los Museos del Banco Central y muchas de ellas se exhiben pocas veces, razón de más para ir a descubrirlas.
“Luego de una amplia investigación, quisimos hacer esta otra lectura de los años 70 para sacarla de la imagen reducida que ha predominado… Nos encontramos con una década muy diversa en la que trabajaron seis generaciones, en la que se exploraron y desarrollaron otros lenguajes, como la fotografía, la acuarela y el grabado, y en la que surgen las primeras manifestaciones de las instalaciones y los performances, que van a madurar y serán muy importantes décadas después”, explicó la curadora María José Monge, encargada de esta exhibición.
Primero, lo puro
Son tres las posturas estéticas y narrativas acerca del arte que se encontraron –y, por qué no, se confrontaron– en los propios 70 y sirven para tejer los hilos de esta exposición.
El primer apartado es el de los llamado “arte-puristas”; es decir, aquellos artistas que consideran que el arte es un problema de estética y tiene un valor “universal”, además de que sus autores privilegian su absoluta libertad e, incluso, independencia de la política. Hay un predominio de la técnica y se ve al arte como una extensión del individuo, agregó la curadora.
En esta sección, en que habrá muchos mundos ficticios y demostraciones de la subjetividad, se encuentra por ejemplo Cabeza (1976), retrato naturalista realizado por la artista Sonia Romero; Síntesis del ocaso (1971), una de las hermosas y célebres lacas de Manuel de la Cruz González, y fotografías de Genaro Mora, quien entonces era más conocido como retratista.
De algunos de los creadores se pueden observar varios de sus trabajos en la exhibición y nunca son redundantes. Así, llaman la atención dos obras de Lola Fernández (Premio Magón 1995) porque nos presentan a una sola artista y sus múltiples investigaciones en una misma época. El primero de los cuadros es Arquetipo (1976), con unos seres enigmáticos en su propio mundo, y el segundo es Reminiscencias indígenas (1974), en que la figura no es protagonista, sino que trabaja la síntesis de las formas y la composición en varios planos.
El paisaje como tradición
Luego, encontramos una narración muy conocida: la de la tradición paisajística. Sin duda desde diferentes instituciones, premios, certámenes y publicaciones se promovió que los artistas en los años 70 realizaran un arte propio y en esa búsqueda se potenciaron visiones ligadas a la tierra, la vida campesina y la excepcionalidad del costarricense.
“Es una metáfora telúrica que hilvana pintura y escultura en que se iguala una búsqueda de lo nuestro con lo nacional; es decir, patria y tierra son lo mismo en esta idea que caracteriza a la época”, agrega Monge.
Aquí hallamos un paisaje como El estero de Puntarenas (1974), del pintor Teodorico Quirós, ganador del Premio Magón 1974, considerado el gran descubridor de nuestro paisaje y elogiado por hacer una pintura netamente costarricense, o La cocina de doña Honoria (1972), del maestro Luis Paulino Delgado. También hay otras piezas en que el interés se desplaza de los paisajes tradicionales y de la casa de adobe a la urbe y sus rincones, como el grabado de Rudy Espinoza, 100 varas al sur (1977) y la pintura de Gonzalo Morales, Cajones de basura (1976).
Ejercicio político
Por último, se aborda la visión más política del arte en que su ejercicio es un instrumento de transformación social y en que los artistas se permiten no solo criticar, a veces de forma vehemente, sino también jugar. Al respecto, Monge comenta: “El artista tiene muy claro desde dónde hace la obra, que es América Latina. De esta forma, el arte es testimonio de una época”.
Y en esta sección uno no puede apartar la mirada de Los que están detrás (1970), grabado de Francisco Amighetti; La gran presencia (1978), pintura de Crisanto Badilla –artista que es más conocido como escultor–; Ajusticiamiento de una marioneta (1980), escultura de Mario Parra o Banano emplumado (1973), de Victoria Cabezas.
En el medio se destaca una estación educativa imperdible que permite acercarse a las maquetas de instalaciones que se hicieron en aquellos años y que nos llenan la cabeza de reflexiones aún pertinentes provocadas por Ottón Solís, Victoria Cabezas, Otto Apuy y Juan Luis Rodríguez.
Este viaje pasa de la pureza a la beligerancia con muchas imágenes e historias memorables; hay que detenerse a admirarlas para comprender cómo nos vemos y cómo nos hemos leído en el arte costarricense.
¿Qué hay que saber?
Las artes visuales en los 70 es una exposición temporal que estará abierta hasta febrero del 2020.
Los Museos del Banco Central están ubicados bajo la plaza de la Cultura. Su horario es de lunes a domingo de 9:15 a. m. a 5 p. m. La entrada cuesta ¢2.000 para nacionales y $13 para extranjeros. Los miércoles la entrada es gratuita y los domingos hay entrada en 2 por 1 para nacionales y residentes con cédula. Además, los niños menores de 12 años y los ciudadanos de oro entran gratis.
Se harán actividades educativas que incluyen visitas guiadas por la curadora el 4 de diciembre y 13 de febrero, un ciclo de documentales setenteros los días 21, 28 de enero y 4 de febrero, y un taller con los artistas para niños y niñas el 15 de enero. Los interesados pueden obtener más información por medio de los número 2243-4208 o 2243-4224.