Para hablar de Lilia Ramos necesitaríamos su imagen recia y deslumbrante, su tono convincente, su verbo, su dinamismo, su poder de comunicación. Sin embargo, intentaré, en una apretada síntesis, esbozar los rasgos más visibles de una personalidad cautivante que va más allá de mi gratitud y admiración.
En 1903 nacía en el barrio La Dolorosa de San José de Costa Rica, Jacoba Ramos Valverde, hija de un mexicano aficionado a la historia y las letras y de Joaquina Valverde Echeverría (prima del celebrado poeta Aquileo Echeverría), obstetra y enfermera.
En el primer lustro de vida, dio muestras de un carácter forjado en la razón, la inteligencia y la agilidad de pensamiento. En esa etapa temprana, quien luego sería conocida por Lilia, resuelve que Jacoba no es nombre de su agrado y plantea a sus padres un cambio con el argumento de que quien no ha sido agraciada en lo físico, no debería agobiarse con un nombre sin resonancia estética.
Desde la infancia solía reunir a sus compañeros para transmitirles sus conocimientos, pues su hogar –como expresé– estaba ubicado en un barrio modesto en el que no era fácil encontrar el nivel intelectual de los Ramos Valverde. Este aporte es útil para ubicarla en otras dos facetas importantísimas de su personalidad: Lilia factor aglutinante y Lilia docente.
No puedo olvidar a Lilia ciudadana, baluarte de libertad individual y colectiva, si bien no escribió sobre el tema “la ha vivido, la ha peleado y le costó muy cara”, al punto de haber perdido en Chile su Doctorado en Filosofía por haber participado de una manifestación, pacífica en su inicio, pero que luego resultó violenta. La causa de la protesta era la sustitución de docentes nacionales por otros extranjeros que ni siquiera sabían idioma español. Después de la manifestación hubo una huelga y, durante ella, el enfrentamiento con la policía. En determinado momento, Lilia ve que están por empujar por un despeñadero, en el cerro Santa Lucía, a un compatriota –el costarricense Rómulo Valerio– y, sin hesitar, empuña un paraguas y la emprende contra quien resultó ser un oficial. Después, ella tuvo que regresar a Costa Rica.
Cuando Lilia hablaba de política encendía todos sus potencialidades y expresaba: “¡Ah, los viejos políticos! Yo estoy entre los viejos, pero no entre los políticos.” Aseveraba: “Hay mucha gente que reniega de la política y hace como si no existiera. ¿Cómo no va a existir la política?¿Cómo es que va a organizarse un país, y no digamos un país, sino una comunidad?”. Para ella era importante que el Gobierno estuviera representado no solo por personas de pensamiento, sino de acción, y que todas y cada una de ellas comprendiera que la tarea principal es la educación. Evoco a Clemente Estable, quien solía decir: “Los bienes mayores del hombre son la salud y la cultura.” Según esto, todo gobierno que se precie, debe invertir sus caudales.
Su huella
Detallaré otras aristas: Lilia alumna aplicada, quien aprovechaba todo el tiempo disponible para aprender psicología, lingüística, latín, griego, filosofía, esperanto, literatura, tiflología (era especialista en la educación de personas con discapacidad visual) y al ser humano en todos sus manifestaciones vitales. Su paso por distintas universidades y colegios siempre estuvo marcado por una destacada actuación, ya fuera en su Costa Rica natal, en la Universidad de Chile, en la de Columbia, en Harvard, Toronto, en La Sorbona, en el Centro de Orientación Universitaria de París, en el Hospital San Pablo de Barcelona, en la Asociación Montessori o en el Institute of Living de Connecticut.
Fue presidenta de la Editorial Costa Rica y jefa de Publicaciones del Ministerio de Educación. Dio a conocer obras de valioso contenido y cuidado continente que le valieron su reputación como editora.
Su perfil de escritora fue avalado por el Premio Aquileo Echeverría y el Magón que, por primera vez, se otorgó a una mujer en 1978 por el esfuerzo de toda una vida. También recibió otros galardones en diferentes agrupaciones y universidades y en Uruguay se creó el Premio Internacional de Poesía Infantil Prof. Lilia Ramos en 1978, en el que participaron más de 300 concursantes de América y España. Fue presidenta honoraria y vitalicia de la Federación de Asociaciones de Escritores Centroamericanos y representante del International Board on Books for Young People en Costa Rica.
Alumna de Carlos Gagini, Karen Horney, amiga de Madeleine Rambert y de Charles Baudouin –miembro del Instituto de Psicología y Psicoterapia de Ginebra–, asidua concurrente a los cursos de Jean Piaget, Lilia Ramos fue incansable luchadora por los derechos de niños y niñas, estudió los disturbios emocionales de esta etapa de la vida y se valió de la prensa para denunciar prolapsos rectales por violación en institutos de salud.
Con esta formación y sensibilidad escribió bellísimas páginas para el público
Aparecerían Diez cuentos para ti (1942), Los cuentos de Nausicaa (1952) –lo versifiqué 25 años después–, la antología de teatro para niños Entre luz y bambalinas (1961, reeditada en 1982), La voz enternecida (1963, antología), la cálida y dinámica novela Almófar, hidalgo y aventurero (1966) y Una estrella ardiente en una nube gris (1984, reedición). Estos y otros títulos de su bibliografía han sido elogiados por Juan Rulfo, Guimaraes Rosa, Carlos Pellicer y otros grandes y su nombre figura en diccionarios y antologías.
Fue psicóloga y ejerció su profesión con mayor énfasis en los jardines de infancia y en las escuelas primarias. Sus éxitos se proyectaron tanto en el despertar del hombre como en la edad adulta, pues había entendido que la profilaxis es más efectiva en los primeros años y su conducta fue tratar al niño y también a sus padres o tutores.
Evocar a Lilia Ramos es penetrar en el sortilegio de su magnetismo y recoger su grandeza de espíritu; sin embargo, lo más importante, quizá, es reconocer que no fue una mujer sobrenatural ni un dechado de virtudes, pero supo reconocer sus yerros y, cuando sintió la envidia como ponzoña, reflexionó y descubrió el verdadero motivo de su sentimiento. En mi memoria, está su relato sobre las primeros encuentros con Yolanda Oreamuno, en que exaltaba su belleza para invalidar la inteligencia. Cuando advirtió su conflicto buscó a Yolanda, le explicó sus temores, relevó sus folios y dijo considerarla una magnífica escritora. Allí, nació otra amistad que perduró hasta la desaparición física de la autora de A lo largo del corto camino. Su autenticidad redimió su orgullo y así la vimos caer de rodillas ante Juana de Ibarbourou, en marzo de 1970, demostrándole su admiración y afecto.
El 25 de junio de 1988 culminó el periplo vital de Lilia Ramos, pero su amistad, que fue comunión y privilegio, mantiene el impulso enérgico que la caracterizó.
Haya paz en su tumba y luz para su memoria.
*La autora es médica, poeta y ensayista uruguaya. Ha publicado más de 80 títulos. Es presidenta de la Academia Latinoamericana de Literatura Infantil y Juvenil.