Pobre del artista –se ha dicho– que no crea su propio mundo, que no opone al de la realidad inmanente, la incontestable realidad del suyo. Carlos Tapia es pintor de variopinta paleta y versátil trazo, con los que ha logrado crear un mundo propio porque solo suyo… y nuestro, también, cuando en él nos adentramos sorprendidos.
Como podremos hacerlo ahora.
Porque desde hace veintiún años, Tapia tiene su casa en la Galería Valanti. Mas, felino, ni siquiera ese espacio ha podido amoldarlo. Inquieto, curioso, sigue saliendo de noche en busca de búsquedas, de caza aleatoria y a oscuras: son veintiún años de hallazgos dispuestos según sus lienzos, en etapas que jalonan sus inquietudes y sus gustos, sus asombros y presagios.

Muchos de ellos, están en su nueva exposición.
Gatos y bodegones
Ahí, por ejemplo, más allá del ícono que constituyen en toda su obra, veremos que los gatos son en Tapia personajes: su mirada nos cuestiona, su indolencia nos reciente, pero jamás nos deja indiferentes. Llegaron sin invitación alguna, se brincaron el lindero y se adentraron en los cuadros, redondeando ahí su estar.
Se puede decir, también, que el pintor se encontró a sí mismo en los gatos, que con ellos perfeccionó su negro trazo y se abrió al color en floración lumínica. Fue con esos sinuosos mamíferos, se diría, que todo en su plástica empezó a encontrar el lugar que le correspondía.
Desde entonces, todo cuanto aparece en sus obras, parece dispuesto para ellos: la banca para que se acuesten a ronronear, la ventana para que se asomen al más allá, las fuentes para que jueguen en ellas y el jardín para que se suban al árbol del bien y del mal. Se confunden con los cielos y los pisos, con las alfombras y los tapices. Son la forma y son el fondo, convergiendo en su trasfondo imposible.

Por eso, también, bodegones hay en que algún gato asoma, confundido juego de color entre las flores que lo encubren. Porque, parece, no hay cala que Carlos no haya pintado en el jarrón adecuado, sobre el tapete tejido y en la mesa colocada, para llenar el rincón aquel de colorido: ¿qué minino no quisiera hacer suyo ese cobijo?
Sus flores, por esa y otras razones, cobran vida; naturalezas muertas que no tienen nada de inerte, salvo el posar en que se aprehenden, sorprendidas, escapadas de un vivero recién inventado a punta de pincel.
Sus flores, por esa y otras razones, cobran vida; naturalezas muertas que no tienen nada de inerte, salvo el posar en que se aprehenden, sorprendidas, escapadas de un vivero recién inventado a punta de pincel. Ramillete de primores, visuales azahares en gárrula gama: por eso tienen tanta vida, tanto encanto de cosa conocida, familiar y doméstica, cual agua en que habitan.
Porque habitar es la vocación del espacio, y el espacio la vocación de esos cuadros habitados por flores y muebles, jarrones y gatos…
Arquitectura y paisaje
Consta que Carlos Tapia estudió arquitectura, pero que no corrió con suerte en la carrera… Desde aquel momento, supone este crítico, tramó su gráfica venganza: haría de los lienzos su espacio, y en ese espacio la construcción tridimensional de lo imposible, su arquitectura fantástica.

Para re-presentarla, que es presentarla de nuevo tal como existe en su genio, inventó a su vez una nueva perspectiva, una en que la superposición de los planos y las plastas de color se unen a la trama del contorno para dirigirnos la mirada. Entonces, los puntos de fuga se fugan cual variación barroca, para perderse en el infinito de lo re-presentado.
Es ahí donde la mirada se recrea al crearse una idea de profundidad que, si al interior, multiplican las columnas y balcones, las puertas y ventanas, los rosetones y bóvedas, que acrecientan a su vez el color del espacio así creado. En esos interiores, también –¿cómo no?– hacen fiesta los gatos cuando sus dueños no están; ausentes de por sí en ese viaje al interior de unos inmuebles de fantasía.
Los gatos cuelgan de las lámparas, vuelan en globos, maúllan a la bruma y se suben a las columnas de orden incierto, mientras navegan en el desorden carnavalesco: es su mejor momento. Son los dueños de la casa o de los interiores psicodélicos de las casas que Tapia dispone para ellos, en unas barriadas imaginarias.
Pues, si al exterior, la arquitectura de Tapia nace, crece y se reproduce hasta convertirse en ciudad, etérea cosmópolis, infinita escalera al cielo de lo urbano imaginado. Ahí, de nuevo, es la perspectiva de su invención la que nos adentra en calles cundidas de gradas y de puentes, pasajes a otra dimensión; la de una ciudad que parece derretirse, mirada de ojo de pez, ante nuestro asombro y, otra vez, a la sombra de un color que lo abarca todo con su gusto.

De color abarcador, también, puede afirmarse con certeza que el paisaje fue el último de los temas en aparecer en la pintura de Tapia. Mas, si bien es cierto que al principio el ejercicio estuvo muy cerca de la colorida furia de los fauvistas de principios del siglo XX, con el tiempo se ha consolidado en una cierta síntesis de pinceladas constructivas de volcanes y crestones, de campos y de costas.
Son paisajes de la patria, sí, pero visitados a la distancia; pretexto de un nexo que se construye a partir de relaciones más cromáticas que emocionales, y más imaginativas que geográficas. De ahí la fuerza y la verosimilitud que adquieren cuando se les mira, se les admira y se les disfruta.
Son paisajes de la patria, sí, pero visitados a la distancia; pretexto de un nexo que se construye a partir de relaciones más cromáticas que emocionales, y más imaginativas que geográficas. De ahí la fuerza y la verosimilitud que adquieren cuando se les mira, se les admira y se les disfruta: son un patrimonio natural revisitado, pintado y candente.
Pandemia con coda
La pandemia obligó a Tapia a quedarse en su casa: gato casero cazado, enjaulado enfurruñado, anduvo de cabeza por el cielorraso, en una gimnástica imposible en tan sólo unos metros cuadrados. La dificultad es doble si se toma en cuenta que Carlos no hace bocetos... solo pinta, pinta y pinta durante el día, antes de salir de noche en busca de un esbozo de acaso.

Podrá imaginarse su público el desespero, el agobio, el descaecimiento gatuno: las ventanas abiertas, el balcón dispuesto, los cables al filo… y él sin poder irrumpir en los techos josefinos. Mas la pintura, una vez más, fue su benévola venganza y no dejó de pintar nunca, para dicha nuestra: se constata en la muestra.
En la exhibición queda claro que Carlos Tapia es un pintor maduro, consolidado en su propia plástica tras veintiún años de tener casa; que lo suyo son los bosques en llamas, los fingidos rascacielos, las flores que se explayan, las islas en medio de la nada y la transversal presencia de sus gatos. Así, gabinete de curiosidades, cámara de maravillas, teatro del mundo: con toda seguridad, el mundo de Tapia, en cualquiera de sus etapas, no dejará de sorprendernos nunca.
Inauguración
La nueva exposición de Carlos Tapia se inaugurará el domingo 24 de setiembre en la Galería Valanti a lo largo del día, a modo de open house.
La Valanti está en barrio Escalante: calles 33 y 35, avenida 11; es decir, 100 m al sur y 200al este de la rotonda del Farolito. Su número de teléfono es 2253-1659.