Ya se sabe que las puestas en escena del Teatro Arlequín (el mítico Arlequín, se entiende), eran esperadas con ansias por un público ávido de buenos títulos.
La obra que abriría el año teatral de 1957 era novedosa por el autor y el tema: Delito en la Isla de las Cabras, de Ugo Betti, dirigida por Jean Moulaert. Madre, hija y cuñada en pugna por el mismo hombre, lo cual termina trágicamente. Ignoro si los arlequines avistaron la polvareda que se iba a levantar; lo cierto es que no más estrenarse, unos con su nombre a la vista y otros con seudónimo encendieron la discusión que los periódicos acogieron sin reservas.
Quizás por el argumento y el desenlace de la pieza, se buscó a alguien que, con conocimiento y autoridad intelectual, se refiriera a autor, texto y contexto del título en cuestión; lo cual se encontró en el profesor universitario Salvador Aguado-Andreut. Su paráfrasis, publicada en el periódico La Nación el domingo anterior al estreno de la obra, se complementó con un comentario en el Diario de Costa Rica, con el título destacado de Delito en la Isla de las Cabras. Una obra madura, audaz, polémica, en el cual se afirmaba que esta pieza “no hace concesiones a la tibieza ni a la placidez que exigen ciertos ambientes”.
El debut fue el 2 de abril de 1957 con Ana Poltronieri, Kitico Moreno, Albertina Moya y Guido Sáenz. Al día siguiente, el Diario de Costa Rica informó que el Arlequín había estado desde muy temprano abarrotado del público que esperaba ansioso “ponerse en contacto con las incidencias de esta obra trágica, que ha provocado en todas partes del mundo encendidos elogios y candentes polémicas”. Aludió al notorio desempeño actoral y al trabajo prolijo de Moulaert. Las intervenciones que referiremos ocuparon bastante espacio en los diarios. Aquí, las apretujamos por razones entendibles.
El 4 de abril se abrieron los fuegos. Mario González Feo, aunque reconoció la magnífica labor de los partícipes, hizo notar que este tipo de teatro “mortifica, angustia y hiere y eso sin arte alguno”. El día 6, intervino Claudio Gutiérrez Carranza para señalar que la representación había sido “perfecta”, sin fallo alguno en el trabajo actoral. El texto “es de un contenido poético extraordinario, a pesar del crudo tema que trata”. Agradeció al director “habernos dado un magnífico rato, y a Ugo Betti por haber escrito una obra tan hermosa”.
El 7, en la Revista cultural de La Nación, se le dio “una voz de estímulo al grupo de artistas” y se dijo que era “una de las grandes obras de nuestro tiempo”. Ese mismo día, Guido Fernández, entre sus muchas acotaciones, calificó este montaje de “un hito formidable en la trayectoria de nuestro arte dramático”; y agregó que “el público, con su asistencia a las representaciones —que ya van a cumplir una semana— y sus aplausos, está refrendando esta verdad”.
El día 9, Lilia Ramos saltó a la palestra para destacar que se trataba de un drama “de alto coturno, acerado, con filo… humanísimo” y que todo el espectáculo se hallaba bajo “el signo de la excelencia”. El 16, de nuevo González Feo insistió en que su parecer difería del todos los que habían opinado; que se había tomado el tiempo para leer la obra de Betti, a ver si procedía rectificar, pero no; su conclusión era que se trataba de una pieza “truculenta y de una crudeza de mala clase y pésimo gusto”.
El 23, Miguel Servet intervino para decir que “la trama era confusa, plena de situaciones sin sentido, falta de una continuidad lógica”. Según él, era como una buena tela a la cual “el modisto” no sabe darle “el corte y la confección necesaria para hacer de ella un bello modelo”. Al día siguiente, Avides Ben entró en la discusión “para conciliar tanta divergencia” y agregar que “la obra plantea un complejo e interesante problema humano, psicológico y moral, que remata en forma dramática”, pero por razones que no sabía si eran por la “mutilación que sufrió el diálogo original o por la actuación… no llega a transportar estéticamente al espectador”, el cual si bien permanecía interesado y curioso, se mantenía frío.
El día 25, Iravex replicó a Avides Ben. Le dio la razón en algunos de sus puntos; mas no en otros. Y dejó claro su parecer: “la pieza se vale de hechos para mí anormales (aunque ‘normales’ desde el punto de vista de la vida) para asentar sobre ellos una tragedia muy teatral, que solo impresiona por la muerte cruel y asquerosa del ser viviente que agoniza minuto a minuto…. Puedo justificarlo, mas no defenderlo, y la obra tampoco lo defiende”.
Ese mismo día, José Francisco Riesgo se refirió al fenómeno que había suscitado el drama en cuestión y felicitaba a los participantes: “No todo ha de estar perdido en nuestro medio cuando un teatrito como El Arlequín, con una obra de un autor a quienes pocos conocen, y el trabajo de un grupo de artistas nacionales, mantiene llena su sala durante tres semanas seguidas”.
Avides Ben volvió el 26 para replicar a Iravex: “Me impongo la tarea de espigar en la fronda de la discusión… los puntos básicos de la discordia…”, y aclaró paso a paso sus apreciaciones anteriores. Iravex le contestó el 27, con una “Consideración final” en la que le pedía disculpas por “seguir de necio” y hacía saber que “suscribo en un todo, casi, las conclusiones finales de Avides Ben... Aunque ese ‘casi’ carece de importancia sustantiva”.
El día 28, Virginia Grütter se implicó en el asunto para desmontar, punto por punto, los argumentos de González Feo. Y a Miguel Servet, le aconsejó que viera de nuevo la obra, porque “los valores artísticos nunca se atrapan, por lo menos en su totalidad y en su justo valor, a la primera ojeada”, según su propia experiencia. El 1° de mayo, González Feo le contestó a Grütter para hacer valer sus criterios. El 5, O. R. G. indicó que la obra “no es nada edificante ni moral”; se lamentaba de su selección y manifestó que seguía sin entender por qué no se había prohibido.
Jean Moulaert, el director, cerró esta polémica el 8 de mayo, en defensa del autor con sobrados argumentos y dejó claro que las acusaciones que se le hacían eran ridículas e injustas.
La obra estuvo cinco semanas en cartelera.