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La reina Isabel II y el duque Felipe de Edimburgo durante su participación en un desfile fluvial para conmemorar los 60 años de Isabel II en el trono, en Londres (Reino Unido), en junio del 2012. Foto Archivo (JOHN STILLWELL)
El 9 de abril, dos meses antes de cumplir un siglo de vida, el príncipe Felipe, Duque de Edimburgo y quien caminó por 70 años junto —o tras— la reina Isabel II, falleció “plácidamente en el castillo de Windsor”, según afirmó en su momento un comunicado oficial de la realeza británica. El 10 de junio, Felipe habría cumplido los 100 años.
El duque, quien nació como príncipe de Grecia y después adoptó el apellido su lado materno, Mountbatten, dejó viuda a la soberana del Reino Unido tras más de 73 años de matrimonio, cuatro hijos, 8 nietos y 11 bisnietos.
Aunque por un asunto de protocolo debió caminar siempre cuatro pasos por detrás de su mujer, a la que debía llamar “‘Mam’” (señora), en su vida privada familiar afirmó que nunca se sintió “el segundo violín de la orquesta”.
La prensa británica remarcó que Felipe no solo fue conocido por sus desplantes, imprudencias, supuestas infidelidades y por sus numerosas meteduras de pata y comentarios ofensivos en la intimidad, sino también lo recordó como un hombre cariñoso, amable y más afectuoso con sus familiares que la propia reina.
Felipe fue visto por última vez el 16 de marzo cuando, vestido con camisa blanca y jersey color crema, fue fotografiado en el asiento trasero de un vehículo del hospital King Edward VII de Londres, donde había sido ingresado un mes antes.
Desde allí regresó al castillo de Windsor, unos 50 kilómetros al oeste de Londres, donde él y la reina, de 94 años, estuvieron confinados desde el inicio de la pandemia del coronavirus.
Según una retrospectiva de El Mundo de España hacía años que no pasaban tanto tiempo juntos, puesto que él permanecía gran parte del año en la residencia real de Sandringham y la reina en el palacio de Buckingham o de Windsor.
El príncipe Felipe pasó más de seis décadas a la sombra de su esposa, la reina Isabel II, con gran lealtad y una propensión a mostrarse poco respetuoso de lo políticamente correcto.
“Es mejor desaparecer que alcanzar la fecha de caducidad”, había dicho hace unos años con su particular sentido del humor.
En el 2017 se retiró de las actividades públicas tras haber participado en más de 22.000 actos oficiales, pero su principal cualidad fue ser “el único hombre del mundo en tratar a la reina como un ser humano, de igual a igual”, explicó una vez Lord Charteris, exsecretario privado de la monarca.
Si su esposa, quien llegó al trono en 1952, batió todos los récords de longevidad como monarca, Felipe fue el consorte que más años ostentó ese honor. Lo era desde el 2009, cuando superó a Carlota, la esposa de Jorge III.
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Ilustración: Luis Bonilla
“Es mi roca. Ha sido mi fuerza y mi sostén”, dijo sobre él una vez la reina, poco proclive a hacer demostraciones de cariño en público.
Según admitió Felipe, le hicieron falta años de aprendizaje para encontrar su lugar a la sombra de Isabel II y en el corazón de los británicos, pero luego disfrutó de un alto índice de popularidad, al igual que su esposa.
Sin embargo, tuvo sus momentos complejos, aún en sus últimos días. Así ocurrió en enero del 2019, cuando un accidente de tráfico reveló que seguía conduciendo a los 97 años. Pese a las críticas, volvió a tomar el volante dos días después y sin llevar el cinturón de seguridad. Finalmente, tres semanas más tarde cedió a la presión y entregó su licencia de conducir.
“Se dice de mí...”
Siempre de acuerdo con semblanzas publicadas por medios internacionales, el temperamento de Felipe fue efectivamente volcánico, aunque en los últimos años fue acopiando calma, poco a poco. Aún así, siempre se le recordará como el rey del desparpajo.
Sus anécdotas se cuentan por centenares, máxime en una época actual en la que la serie de Netflix The Crown (La Corona), dramatizala intimidad de la familia real.
De las frases o exabruptos más recordados del príncipe consorte se encuentran anécdotas de este tipo que hoy se consideran ofensivamente racistas, por decir lo menos: “¿Cómo lograste que no te comieran?”, le preguntó a un joven británico que venía de viajar por Papúa Nueva Guinea, en 1998.
Pero el tema lo tenía enquistado desde hacía lustros “Ustedes tienen mosquitos, yo tengo periodistas”, dijo en Dominica en 1966. En sus años mozos, la delicadeza no fue lo suyo: luego compararía a los periodistas con los monos de Gibraltar.
En otra ocasión, un niño le confesó que quería ser astronauta y el duque le respondió que estaba demasiado gordo para volar.
Su entorno le oyó maldecir mil veces su suerte, gruñir contra la pérdida de valores o contra las locuras de sus cuatro hijos en los años 80. “La gente tiene la impresión de que al príncipe Felipe no le importa nada lo que piensen de él y tienen razón”, dijo el exprimer ministro Tony Blair en sus memorias.
De ascendencia alemana, el duque nació príncipe de Grecia y Dinamarca, el 10 de junio de 1921 en la isla griega de Corfú. Era el quinto hijo de Alicia de Battenberg y Andrés de Grecia. La familia huyó meses después, cuando se proclamó la república helénica y se refugió cerca de París.
Su padre era asiduo de los casinos de Montecarlo. La madre, depresiva, ingresó en un convento cuando Felipe tenía 10 años. Fue dejado en manos de parientes lejanos y estudió en colegios en Francia, Alemania y Gran Bretaña hasta terminar en un riguroso internado escocés.
Ingresó luego en la Marina Real británica y participó activamente en los combates durante la Segunda Guerra Mundial en el océano Índico y el Atlántico.
Felipe era un apuesto joven de 18 años cuando conoció a Isabel antes de la guerra. Lilibet, como la apodaba su madre, tenía 13 años y se enamoró. Se casaron ocho años más tarde, el 20 de noviembre de 1947. Felipe, nombrado duque de Edimburgo, tuvo que renunciar a sus títulos de nobleza anteriores y a su religión ortodoxa.
En febrero de 1952, la muerte prematura de su suegro, el rey Jorge VI, marcó el fin de su carrera de oficial en la Marina e inauguró la de príncipe consorte que le siguió el resto de su vida.
Su final no llegó por una enfermedad cardiáca, tampoco por una infección, sus males recurrentes en los últimos años: Felipe de Edimburgo murió simplemente a causa de sus muchos años. El duque de Edimburgo falleció el pasado 9 de abril de “vejez”, revela su certificado de defunción.