Que el futbol es un juego de contacto. Que la rivalidad entre heredianos y rojinegros es de vieja data. Que todo lo empezó el árbitro por permitir brusquedades. Que esto obedece a las chispas que viene atizando el periodismo (¿?).
Estas y otras “perlas” se oyeron entre corrillos en la Joya de La Sabana , después de que los protagonistas de la Supercopa se liaron a empujones y puñetazos.
En realidad, lo que vimos fue un triste epílogo de “futbolistas al borde de un ataque de nervios”, si parodiamos al cineasta español Pedro Almodóvar con Mujeres al borde de un ataque de nervios, una de sus películas.
Cuando las aguas volvieron a su cauce, el discurso general fue un cántico de arrepentidos, pero el emblema del fair play hecho añicos, la bandera de una tarde triste, sin trapito de dominguear.
Los dos Pablos. No todos los actores pagaron con la misma moneda. Hay que rescatar a los capitanes, Pablo Salazar, del Herediano, y Pablo Gabas, de Alajuelense.
Con dignidad, sin ocultar su tristeza, el capitán florense subió al estrado a recibir el reconocimiento, mientras que Gabas hizo lo propio al levantar la Supercopa con lluvia de papel picado y festejo.
En medio del desastroso espectáculo, quedó clara siempre la intención de ambos por apaciguar.
“Derrick (Johnson) me pegó un gorrazo dos veces y, lastimosamente, salí rascando”, expresó Kevin Sancho, de Alajuelense.
“Estábamos tratando de contragolpear para buscar un tercer gol, y ellos se desesperaron”, comentó, a su vez, el erizo Luis Miguel Valle.
“El árbitro dejó que las cosas pasaran a más”, dijo el florense Johan Condega. La cereza en el pastel de los desatinos la colocó el Mambo Núñez. “Si esto vuelve a pasar, pasa, porque Herediano no se deja”.