La migración de funcionarios hacia el sector privado es un problema crónico. Con frecuencia, trabajadores estatales, con la inercia del tiempo y algunas palancas políticas, escalan posiciones que terminan llevándolos a una jefatura, donde comienza un retiro prematuro y su productividad resulta significativamente reducida.
Quienes durante los primeros años de trabajo logran destacarse rápidamente se trasladan a la actividad particular, pues ahí son mejor remunerados, existe mayor motivación y son más apreciados.
La consecuencia lógica de esta situación es que en las instituciones públicas es común que se dé el principio de Peter en forma generalizada, pues prácticamente en la mayoría de las posiciones han quedado funcionarios incompetentes; las excepciones confirman la regla.
Este cuadro es sumamente grave y se constituye en una especie de camisa de fuerza para el desarrollo. Junto con el gigantismo estatal, la corrupción y la pérdida de principios morales, el progreso de nuestra población resulta limitado y es lento.
Este ominoso proceso debe revertirse si queremos avanzar. El empleado público debe ser mejor seleccionado. Es necesario que los ascensos se forjen basados en méritos profesionales. Los actos de corrupción deben sancionarse drásticamente y de manera rápida, y, además, los salarios en el sector público deben ser competitivos, se debe eliminar la inamovilidad y las “plazas en propiedad” deben sustituirse por contratos laborales por períodos de tres años.
Más aún, todo técnico o profesional deberá recertificar los títulos que lo acrediten como tal cada tres años, y si no aprueba el examen correspondiente, debería ser cesado automáticamente; esta debe ser una labor fundamental de los colegios profesionales.
En todo esto, lamentablemente, los dirigentes políticos y los sindicatos tienen una gran cuota de responsabilidad, pues ellos promovieron miopemente en los últimos 70 años la ineficiencia y mediocridad en las instituciones del Estado.
Se requiere que nuevos líderes comprendan hacia donde se mueve la sociedad actual, admitan sus errores del pasado y decidan usar en las mesas de negociación la transparencia en lugar del chantaje.
Según Francis Fukuyama, una nación moderna se caracteriza por un Estado eficiente que trabaja en forma sinergética con el sector privado y la sociedad civil, irradiando e infundiendo confianza en el interior y hacia el exterior de sus fronteras; y este Estado eficiente y concertador requiere personal altamente calificado, responsable, leal y muy dedicado.
El autor es pediatra infectólogo.