El producto interno bruto (PIB) es una medida muy utilizada para medir el rendimiento económico de un país. El indicador es suficiente (provee toda la información) cuando la acumulación de bienes y servicios se convierte en un objetivo estratégico, en particular cuando la tasa de crecimiento del PIB es mayor que la tasa real de interés que paga el gobierno por su deuda.
En años recientes, el programa macroeconómico del Banco Central también ha dado relevancia a los indicadores de ingreso, como el ingreso nacional disponible bruto real, que nos dice qué puede comprar la población con el ingreso originado del proceso productivo, después de efectuados varios ajustes, entre ellos el de la relación de precios de intercambio con el exterior.
PIB e ingreso no bastan. Sin embargo, no podríamos darnos por satisfechos al aceptar el PIB y el ingreso como las únicas medidas de éxito de la gestión productiva, pues si bien ofrecen una idea de la cantidad de crecimiento económico, revelan muy poco sobre la calidad del nivel de vida. Por ejemplo, hoy sabemos que parte del esfuerzo de asignar el 8% del PIB a la educación se diluye en burocracia y no se ve gran mejoraría en su calidad, a juzgar por las bajas notas que han obtenido nuestros jóvenes en las pruebas internacionales PISA.
También conocemos que, a pesar del relativamente alto crecimiento de los últimos años, persisten desigualdades importantes en el ingreso, altos niveles de desempleo, informalidad y pobreza.
Medioambiente. Pero quizás la principal limitante del PIB es que no toma en cuenta la sostenibilidad del medioambiente, cuando buena parte del crecimiento se ha logrado a expensas de su degradación, agotamiento y destrucción, comprometiendo de esa manera el potencial productivo de las próximas generaciones.
Está claro que estamos viviendo por encima de nuestros medios y, consecuentemente, embargando el futuro. Son deudas que no se ven y, por tanto, tampoco se pagan. El agravante de asumir que los recursos ambientales son libres y que, por ello, no tienen precio y no deben contabilizarse, es que con mediciones inadecuadas corremos el riesgo de tomar decisiones equivocadas.
El más claro ejemplo de divorcio entre crecimiento económico y sostenibilidad es la producción de bienes agropecuarios que destruyen y degradan el medioambiente: primero, por la deforestación para las siembras agrícolas y cría extensiva de ganado; luego, por el uso de agroquímicos que afectan nutrientes, mantos acuíferos, ríos, humedales y, finalmente, la salud de los habitantes.
Sería bueno emprender una reforma para que la Secretaría Técnica Nacional Ambiental, o el órgano competente, descuente de los ingresos de estas actividades los daños al medioambiente a través de impuestos ambientales o eliminación de subsidios, cuando los hay.
Es preciso comprender que la sostenibilidad es prioritaria y holística para la supervivencia –todo está interconectado– y que incidirá cada vez más en la competitividad de las empresas.
Según la OCDE la acción climática trascendió de ser un tema ambiental para convertirse en uno de desarrollo con potencial de mejorar la salud, la educación, el empleo y la pobreza. Por ello, celebramos los esfuerzos que se están haciendo para integrar esta contabilidad con la tradicional de cuentas nacionales.
¿Cuál es la tasa de crecimiento adecuada? Si bien en ausencia de crecimiento es difícil mejorar los estándares de vida, lo contrario no aplica, es decir, el crecimiento no necesariamente beneficia a todos. Un país con un crecimiento de alrededor del 4%, como el nuestro, no necesariamente está en mejor posición que otro con un 2%. Japón tiene años de crecer a tasas cercanas al 1% y los Estados Unidos –y gran parte de los países de la OCDE– lo están haciendo a tasas del 2% o menos, pero tienen estándares de vida superiores al nuestro, entre otros, con promedios de pobreza relativa del 10,6% y coeficientes de desigualdad de Gini de 0,32 –versus Costa Rica, con pobreza relativa del 20,5% y Gini de 0,51–.
En términos de desarrollo, importa tanto la cantidad como la calidad del crecimiento. Entonces, la respuesta a la pregunta la da el balance deseado entre las dos dimensiones.
Ojalá los candidatos presidenciales revelen sus intenciones por mejorar los índices de crecimiento y bienestar de la nación, indicando no solo “el cuánto” sino también “el cómo” de las acciones prometidas.
El autor es economista.