Uno de los principales objetivos biomédicos de este siglo consiste en desentrañar los misterios del envejecimiento, entendido como una ciencia controlada por genes, vías celulares y señales bioquímicas.
En los laboratorios antienvejecimiento se utilizan distintos enfoques y técnicas para retrasar o frenar el deterioro fisiológico y cognitivo asociado a la edad, con el propósito de vivir más y mejor. Para ello, es preciso adentrarse en el microcosmos de nuestras células y comprender cómo y por qué envejecen.
Las células funcionan con una precisión asombrosa, que va perdiendo reflejos con el paso del tiempo. Aunque la evidencia no es concluyente, de momento se ha identificado una serie de mecanismos del envejecimiento, que actúan dentro y fuera de ellas.
El primer mecanismo se asocia a defectos en la regulación del ácido desoxirribonucleico, o ADN, en el núcleo de la célula, que ralentizan o detienen los procesos de división celular.
El ADN tiene forma de cadena en doble hélice, que se enrolla sobre sí misma, como el cable del teléfono. Esta cadena se condensa en unos paquetes llamados cromosomas, que contienen nuestra información genética. Con la edad, los cromosomas se acortan y degradan, lo que conlleva, entre otras cosas, a la muerte celular en órganos vitales.
El segundo mecanismo, consecuencia del primero, se centra en las interacciones celulares. Cuando el ADN se daña, se producen cortocircuitos entre las células. Algunas de ellas se convierten en “células zombis”, porque entran en un estado permanente de no división celular, denominado senescencia, y segregan moléculas inflamatorias y enzimas que degradan los tejidos.
El tercer mecanismo del envejecimiento ocurre en el interior de la célula, en orgánulos como las mitocondrias, los motores de combustible, que obtienen su energía de los nutrientes que ingerimos con los alimentos. Cuando estos motores funcionan mal, los nutrientes se acumulan en exceso y las células enfrentan reacciones tóxicas.
Las proteínas, sintetizadas por nuestros genes, también se deterioran. Para cumplir con su cometido de regular las reacciones químicas celulares, estas moléculas deben doblarse en formas muy precisas, como las figuras de origami.
Sin embargo, conforme envejecemos, algunas de ellas tienden a amontonarse en placas o depósitos que atascan la maquinaria celular. Los “pegotes” de beta amiloide, un tipo específico de proteínas, están detrás de enfermedades como el párkinson y el alzhéimer.
Al margen de lo que sucede en nuestro cuerpo, es importante considerar que la vejez también es un producto de la cultura. Becca Levy, profesora de Epidemiología y Psicología en la Universidad Yale, hace hincapié en la importancia de nuestras creencias sobre el envejecimiento.
Levy sostiene que las personas con expectativas positivas sobre la vejez tienen mayores probabilidades de gozar de buena salud en el futuro, recuperarse completamente de una lesión incapacitante e incluso disminuir el riesgo de padecer alzhéimer.
Sin embargo, sostener este tipo de expectativas es más sencillo cuando los servicios mínimos esenciales, como la alimentación saludable y la vivienda, están garantizados.
La cronificación
Los mecanismos del envejecimiento descritos arriba no son los únicos. En el ámbito científico, todo lo que se sabe en un momento dado es conocimiento provisional, ya que una explicación se da por válida hasta que aparece otra mejor.
Por eso, cada año se invierten miles de millones de dólares en ensayos clínicos sobre terapias antienvejecimiento, entre ellas la reprogramación celular.
Mientras algunos inversionistas fantasean con alcanzar la inmortalidad, otros intentan ahuyentar el fantasma de la cronificación, que se produce cuando una persona longeva sufre enfermedades crónicas, tales como diabetes, hipertensión, sida o la depresión recurrente, sin que su vida esté en peligro inminente.
El temor es válido: las enfermedades de larga duración ponen a prueba al mejor de los sistemas sanitarios del mundo, especialmente por el costo financiero que implica proveer, en el tiempo, medicamentos y atención médica a una persona.
La cronificación, que anuncia una vida larga y enferma, es una de las principales razones por las que se considera el envejecimiento como uno de los grandes desafíos de la salud pública.
Mal presagio
Desde hace varios años, distintos instrumentos públicos de diagnóstico ponen de manifiesto las dificultades que enfrenta el Estado costarricense para lidiar con el “invierno demográfico” y la persistencia de enfermedades crónicas.
Pese a los avisos, la situación de nuestro sistema sanitario es poco prometedora. El 5 de setiembre supimos que menos del 30 % de los egresados y las egresadas de las carreras de Medicina aprobaron el examen de conocimientos médicos.
Una de las especialidades médicas que obtuvo un porcentaje bajo de aprobación fue justamente geriatría: un raquítico 29 %. Esta rama de la medicina se ocupa del estudio, prevención, diagnóstico y tratamiento de las enfermedades propias del envejecimiento.
Para defenderse de las críticas por la rigurosidad de la prueba, el Colegio de Médicos y Cirujanos aseguró que no se trataba del clásico “examen colador”, sino de asegurar los conocimientos básicos para ofrecer una salud pública de calidad en cualquier Ebáis, clínica u hospital del país.
La falta de personal sanitario capacitado para atender las necesidades de la población adulta mayor es, cuando menos, un mal presagio. La ciencia de la longevidad parece ir en una dirección y Costa Rica en otra.
La autora cuenta con 15 años de experiencia internacional en las Naciones Unidas y la Unión Europea. Oriunda de la zona de los Santos, trabaja como consultora internacional en sostenibilidad aplicada a la industria agroalimentaria. Lectora asidua y fiel seguidora del músico canadiense Neil Young. Siga a Manuela en Facebook y Linkedln.