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"Star Wars: Rogue One" utilizó la misma tecnología de los "deep fakes" con el fin de recrear el rostro de Wilhuff Tarkin, interpretado en 1977 por Peter Cushing. (Reproducción)
La mentira digital aviva conflictos, desprestigia instituciones indispensables para la vida democrática, polariza a las sociedades y exacerba odios. Su primera aparición estelar en la política fue durante el referendo británico para decidir el abandono de la Unión Europea. Mostró los dientes en otras oportunidades, pero nunca con las repercusiones de aquel momento. Todavía no se cumplen siete años y la difusión de falsedades se perfeccionó al punto de constituir un elemento ineludible de la vida en todas las latitudes. Pero apenas está comenzando.
La tecnología ya superó la falsedad y se vio obligada a acuñar una descripción más precisa para los nuevos subterfugios. La falsificación profunda (deep fake) utiliza la inteligencia artificial para crear embustes cada vez más difíciles de detectar. En poco tiempo será casi imposible hacerlo y la frontera entre realidad y fantasía quedará prácticamente borrada.
Multitudes creerán la mentira y dudarán de la verdad. Si las redes sociales ya convencieron a miles de que la tierra es plana, apenas cabe imaginar lo que sucederá cuando lo diga Franklin Chang en una conferencia sobre el falso alunizaje del Apolo 11. El astronauta saldrá a desmentir a su avatar, pero el éxito no está garantizado. Bien conocida es la frase atribuida a Mark Twain sobre la capacidad de la mentira para viajar alrededor del planeta mientras la verdad se amarra las botas.
Las falsificaciones profundas ya sirven para estafar a empresas imitando la voz de sus ejecutivos, desnudar mujeres, manipular mercados y, en tiempos recientes, impulsar mensajes propagandísticos de grandes potencias disfrazándolos con la realidad sintética creada mediante programas cuyas versiones menos sofisticadas están al alcance de cualquiera por $30 mensuales.
Para dormir tranquilos, bastaría con creer que todo depende de una buena legislación, pero no hay normativas modelo y muchos países son reacios a adentrarse en las complejidades de la regulación por temor a lesionar otros valores democráticos, como la libertad de expresión. Peor aún, las falsificaciones profundas pueden difundirse desde cualquier punto del planeta y eso crea dificultades para identificar a los responsables y decidir donde juzgarlos.
La rápida evolución de la tecnología, la difícil detección de las falsificaciones y su probable masificación futura también conspiran contra la persecución de los responsables. No obstante, es difícil imaginar la coexistencia en un mundo donde la realidad sintética compite con la verdadera.
Armando González es editor general del Grupo Nación y director de La Nación.