Da igual si hace calor, si el día está frío o si cae una garúa, dos o tres jóvenes aprovechan la efímera luz roja del semáforo para vender patí, fresas y galletas en el llamado cruce de Doña Lela, en la ruta 32.
Siempre sonrientes, estos vendedores ambulantes se acercan a los vehículos con un sonoro “¡buenos días!”, en busca de clientes hambrientos o antojados de algún bocadillo de camino.
A fuerza de pulsearla todos los días en este punto, ya conocen a muchos de los viajeros frecuentes que pasan por allí. Sin importar si les compran o no, suelen despedirlos con un “¡Dios lo acompañe!”.
Estos muchachos no deberían estar ahí. A juzgar por sus rostros, a lo sumo veinteañeros, tienen edad como para estar terminando el colegio o estudiando en la universidad.
Pero su realidad es otra. Ellos forman parte de un contingente que, obligado por las necesidades, la falta de estudio o de vacantes, ha tenido que incursionar en el mundo del trabajo informal.
De acuerdo con el dato más reciente del Instituto Nacional de Estadística y Censos (INEC), en el cuarto trimestre del 2022 había 95.126 personas jóvenes desempeñando ocupaciones informales.
Solo un grupo etario tiene más miembros en la misma situación. Se trata de los mayores de 60 años, pues 147.310 personas de ese segmento estaban en el sector informal a finales del año pasado.
Estas dos poblaciones son, precisamente, a las que más les cuesta recuperarse de la aniquilación de puestos laborales ocasionada por la pandemia de covid-19.
Además de que muchos de ellos deben soportar condiciones de explotación y hasta maltrato, también sufren las consecuencias de carecer de seguro social y de ahorros para una pensión.
De vuelta al primer trimestre móvil del 2022, resulta que de los 2,1 millones de personas que estaban ocupadas en ese momento, casi la mitad (un 42,5 %) eran informales.
Se trata de una cifra escandalosa que no solo evidencia los problemas que tiene la economía formal para generar buen empleo, sino que también pone de relieve la incertidumbre con que viven casi 900.000 almas.
Es incierto saber cuánto tiempo más seguirán estos muchachos vendiendo patí en el cruce de Doña Lela. Lo que no me cabe duda es de que, lamentablemente, su situación no mejorará de la noche a la mañana.
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El autor es jefe de información de La Nación.