En un colorido ambiente rodeado de rompecabezas, crayolas y mesas de madera, un aula Montessori abrió sus puertas en La Carpio para recibir a niños, entre 3 y 6 años, desde hace tres semanas.
La clase empieza a las 7 a. m. y acaba a la 1 p. m. La prioridad es incentivar la creatividad de la niñez; no existen actividades como pintar manzanas y hacer bodoques.
“Es un tema para romper paradigmas. El niño trabaja para perfeccionarse a sí mismo. Ellos son los que nos enseñan. El adulto nada más es un guía”, dijo la docente Gabriela Muñante.
El método educativo Montessori está basado en las teorías del desarrollo del niño, ideadas por la educadora italiana María Montessori, en 1907, en las que el menor es independiente, se cuida a sí mismo y respeta a los demás.
“Lo más importante es el proceso, no el producto. Hay muchas dificultades de lenguaje que hay que corregir, pero una voluntaria vendrá la próxima semana. Corregir eso es básico para abordar con éxito el proceso de lectura y escritura en primer grado”, agregó Muñante.
El proyecto surgió del trabajo voluntario de la fundación Sistema Integral de Formación Artística para la Inclusión Social (Sifais) y tuvo un costo de unos ¢3 millones.
“Esto es un ejemplo de que con el voluntariado se pueden resolver problemas y que el único responsable no es el Estado. Es ganancia para todos y aún hace falta más trabajo de voluntariado, comprometido con este y otros proyectos”, dijo María Stella Fernández, del Sifais.
En el aula Montessori de La Carpio, cada uno escoge su tarea: unos juegan con legos de madera, otros pintan y otros piden jabón para bañar a una muñeca. No hay espacios para limitar al niño con roles de género. Además, cada uno lava el plato en que come la merienda y la clase acaba a la 1 p. m.
“Cada niño escoge su trabajo del día. No hay espacio para menospreciar las capacidades de la niñez. Lo importante es que tomen decisiones por sí mismos”, explicó la educadora Muñante.
Retos. Una de las estrategias del aula se basa en hablarle al niño a los ojos y sin necesidad de gritar.
Las únicas tres reglas básicas son que dentro la clase no se corre, la importancia del respeto hacia los demás y el cuido del ambiente.
“Para mí significa mucho ver como estos niños están de bien y los modales que están aprendiendo”, dice Norma Obando, de 41 años, madre y vecina de La Carpio, quien forma parte de las voluntarias.
El Monterssori surgió en 1907, cuando en la comunidad industrial los papás no tenían donde dejar a sus hijos, similar a la situación que enfrentan familias de La Carpio.
Cada niño selecciona la labor que quiere hacer . “Un niño no trabaja para perder el tiempo. Ellos repiten sus juegos las veces que necesiten y cuando superan el reto, se dedican a otro”, dijo Muñante.
Durante los fines de semana se recogen y guardan las mesas del kínder y el lugar se transforma en un centro de trabajo de voluntariado donde se imparten clases de baile, música, fotografía, artes marciales y donde se pinta la verdadera cara de La Carpio.