Optimista y valeroso, asume de nuevo la Dirección de Tránsito Germán Marín Sandí, experimentado en sus delicadas funciones, en un país donde, al parecer, el desenfreno en las carreteras es un deporte favorito. Se queja de la falta de recursos y de personal y formula votos por un aumento en el presupuesto y por contar, algún día, con 2.000 plazas para derrotar o reducir las embestidas de la criminalidad vial.
En una entrevista en este periódico, el lunes pasado, lanzó un grito de guerra moral: “Debemos concentrarnos en reducir las muertes en las carreteras”. Todo un imperativo nacional. Los hechos, sin embargo, estos mismos días, en los albores del nuevo año, desmienten sus buenas intenciones y su espíritu de trabajo. Las estadísticas documentan 330 muertes en el sitio, en el lugar de los accidentes, y 77 en los centros hospitalarios, sin contar los que mueren varios días o meses después o quedan baldados. Todo esfuerzo técnico, financiero o de personal choca, al parecer, con el fantasma que recorre airoso por nuestras carreteras: la irresponsabilidad, incrustada –peor aún– en la cultura nacional, como lo delata la lectura de la prensa nacional.
La irresponsabilidad no solo es propia de los conductores o de los peatones, sino también de la gente en general, esto es, de aquellos que deberían colaborar con las autoridades. Sobre el particular el nuevo director de Tránsito dice: “Vemos hechos recientes, donde ciudadanos la emprenden contra oficiales de diferentes cuerpos con golpes, pedradas y garrotazos”. La delincuencia al servicio de la cobardía y la irresponsabilidad. ¡Cuán difícil es trabajar en estas condiciones, esto es, en un país donde un grueso sector de la población no es consciente de sus deberes! Y ¡cuán desesperante es la impotencia ante el anhelo de las autoridades de Tránsito de “contar un mes y que no fallezca una persona, pero esto no pasa”.
Lo dicho anteriormente no es retórica, sino la confirmación trágica de los hechos y de la irresponsabilidad de choferes, dueños de empresas de transporte, de cantineros y del propio Estado. El lunes pasado este periódico informó: “Accidentes en carreteras dejan otros 3 muertos en 10 horas”. Y ese mismo día la prensa nacional completó este cuadro macabro: “Trailero ebrio invade vía y mata a tres parejas que iban en auto”. Este chofer criminal, trailero, completó así su currículo, pues había acumulado 22 infracciones de tránsito desde el 2001 y ese día había ingerido licor con generosidad delictiva, todo a tono con la herencia que ahora le deja al país: ocho menores de edad en orfandad.
¿Qué hacemos si hemos renegado del valor ético de la responsabilidad y si ni siquiera la muerte, la propia y la ajena, nos detiene?