El rencor es el veneno que uno toma para que otro muera. Durante 40 años vivió resentida. Unos ojos violeta le arruinaron la vida.
No le creyó a Frank Sinatra: “No te cases con un cantante, ninguno de nosotros es fiel; él tampoco lo será. Todos somos horribles”.
Las revistas del corazón los tenían como uno para el otro. En 1955 se casaron: Eddie Fisher –cantante– y Debbie Reynolds –estrella de cine–. Al año nació Carrie y después Todd.
Bromas del destino. Debbie fue dama de honor y Eddie padrino en la boda de Elizabeth Taylor con Mike Todd. Los cuatro comían en el mismo plato.
Pero el dardo de la traición crece en nuestro propio jardín. Cuando Elizabeth quería a un hombre lo conseguía, cayera quien cayera.
Sucedió una noche. Mike murió en un accidente aéreo y Eddie corrió a consolarla. Primero un abrazo, después flores y al final… entre las sábanas.
Debbie era muy religiosa y se casó con Eddie para toda la vida. En sus planes jamás incluyó el divorcio, y en un santiamén quedó sin marido y con dos hijos pequeños al hombro.
Lo que por agua viene, por agua se va. Ella le advirtió a Fisher que lo de Elizabeth era una ilusión. Año y medio después la Taylor lo dejó tirado por Richard Burton. Debbie nunca fue de las mujeres que recogen la basura que botan las demás.
Al poco tiempo conoció a Harry Karl, un magnate zapatero con una afición enfermiza por el juego. Vivieron 13 años y en ese tiempo fue nominada al Óscar por su papel en Molly Brown ; mientras, su marido dilapidaba su fortuna en las cartas, las tragaperras y la ruleta.
Casi en la ruina y con 52 años se casó con el empresario inmobiliario Richard Hamlett. Este le vendió el cuento de que construiría un hotel para alojar su impresionante colección de objetos del sétimo arte.
Paremos aquí para decir que Debbie poseía más de tres mil trajes usados en filmes, desde el cine mudo hasta los años 70. Entre ellos el de Judy Garland en El mago de Oz , el de la Taylor en Cleopatra ; los de Marlon Brando en Desiré y el de Marilyn Monroe en La tentación vive arriba .
Todo eso, más el bombín de Charlie Chaplin, una peluca de Harpo Marx y la guitarra de Julie Andrews, lo compró en una subasta de la Metro Goldwyn-Mayer, porque le pareció un buen negocio.
Sigamos. Hamlett era un buscavidas, chulo y agresor. Pero ella lo amaba. Se fueron en un crucero de luna de miel y Richard embarcó a tres amigas para matar el tedio marino.
La misma Reynolds relató en su biografía que Hamlett la obligó a trasladarle sus propiedades; gastó en sus amantes su fondo de pensiones y casi la tiró desde el piso 16 de su apartamento en Las Vegas, con tal de cobrar el seguro de vida de la actriz.
Al cabo de 12 años pudo deshacerse de esa lacra; le pagó a Richard $8,9 millones y asumió las millonarias deudas del casino que ambos regentaban.
Su primer marido se fue con otra; el segundo la arruinó y el tercero era un mujeriego. “Todos me robaron todo”.
Empezó con un beso
Soportó todo, menos lo insoportable: la muerte de su hija Carrie. Tras el batacazo apenas sobrevivió 24 horas. Los médicos dicen que falleció –el 28 de diciembre del 2016– de un derrame cerebral. En realidad murió de pena.
Sus padres Raymond y Maxime la bautizaron como Mary Frances Reynolds, cuando nació en El Paso, Texas, el 1 de abril de 1932. A los 16 años ganó el concurso de belleza Miss Burbank y un contrato cinematográfico, por eso se cambió el nombre a Debbie Reynolds.
Probó con un par de películas, junto a Fred Astaire y Lana Turner, hasta que le llegó Cantando bajo la lluvia con el insufrible de Gene Kelly; como no sabía bailar claqué este la despreció y fue con la ayuda de Astaire que bailó Good Morning . La cinta generó tres veces más que el costo y la proyectó al estrellato.
Actuó en casi 50 filmes más. Los más recordados: La conquista del oeste ; Molly Brown ; Dominique ; In & Out .
Fue una madre extravagante que mantuvo con Carrie una relación de altibajos. Llegó a proponerle que tuviera un hijo con su padrastro, Hamlett, solo porque quería un nieto con lindos ojos.
Cuando a Carrie la abandonó Bryan Lourd por irse tras los pantalones de su amante le dio este consejo: “En nuestra familia hemos tenido todo tipo de hombres: ladrones de caballos, alcohólicos y bandidos solitarios. ¡Pero este es nuestro primer homosexual!”
A la revista People le confesó que fue “una buena madre” que en lugar de quedarse en casa y ‘hacer galletitas’ estaba sobre el escenario”. Mientras eso ocurría Carrie se aturugaba de marihuana, cocaína, heroína o LSD.
En sus memorias relató que hospedó tres semanas, en su casa de Los Ángeles, a una jovencita maravillosa para que Todd tuviera sus primeros lances eróticos.
Era tan moderna que dejó a sus hijos asistir a las fiestas privadas de Mick Jagger, en Londres, y en ocasiones iban al piso superior donde servían en bandejas unos polvos blancos que no eran nieve ni algodones de azúcar.
La madre famosa de la hija famosa quedó retratada en el libro de Carrie, Postales desde el abismo , que después protagonizaron Meryl Streep y Shirley McClaine. La cinta relata la vida de una estrella retirada que reinó en Hollywood donde cantó, bailó y actuó.
Las desventuras amorosas, las deudas y el estira y encoge con Carrie nunca le quitaron la sonrisa, pues lo más difícil de su existencia fue criar a sus hijos y cantar bajo la lluvia.