La terminal de carga del aeropuerto El Dorado de Bogotá quedó en silencio durante un minuto y medio cuando el reloj marcaba las 9:00 p. m. del jueves 21 de setiembre. La operación del lugar se pausó mientras seis hombres, vestidos de traje, cargaban el féretro del maestro Fernando Botero hacia el coche fúnebre que estaba abierto y en medio de dos ofrendas florales con claveles.
A cada costado de la rampa que descendía de una de las bodegas de la puerta 13 había 24 coronas de flores blancas y moradas. Olía a luto, a funeraria. Los periodistas y trabajadores tenían su mirada puesta en un detalle: sobre el ataúd había una cruz dorada y una placa rectangular con su nombre.
Al lado izquierdo del vehículo estaban Catalina Ceballos, directora de Asuntos Culturales de la Cancillería colombiana; Juan David Correa, ministro de Cultura, y Lina Botero, hija del pintor antioqueño, que había llegado tres horas antes en un vuelo comercial proveniente de España y fue recibida en la sede del Ministerio de Relaciones Exteriores del Gobierno Nacional, en la capital. Lina fue testigo de la muerte del artista la semana pasada en Mónaco. Le agarró sus manos y vio cómo él dio su último respiro a sus 91 años.
La familia Botero decidió horas después de su partida que el artista debía ser despedido en Colombia. Tras varios preparativos, el cuerpo del escultor arribó a la capital colombiana en un vuelo de AirFrance a las 7:06 p. m. Lina estaba conmocionada. Nadie nunca está preparado para el fallecimiento de un familiar. Sus lágrimas salieron luego de que los hombres de la Funeraria Gaviria pasaron al frente suyo con el cuerpo de su papá.
El féretro fue ingresado al carro. Cuando la tapa descendió, todos fijaron sus ojos en el listón lila diagonal puesto sobre la ventana: “Maestro Fernando Botero”, decía. Su hija lo miró fijamente y lo tocó. Hubo silencio. Agachó la cabeza y se cubrió la nariz con un pañuelo. Durante la noche, el cuerpo permaneció en la sede de la Funeraria Gaviria, en la carrera 13 con 43, en Chapinero.
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Un hombre toca con su mano el féretro del maestro Fernando Botero en el Capitolio Nacional. Foto: César Melgarejo. EL TIEMPO
La mañana siguiente, viernes 22 de setiembre, el Congreso Nacional, contiguo a la emblemática Plaza de Bolívar, amaneció con cuatro pendones negros colgados en su parte externa y la bandera de Colombia izada a media asta. En dos estaban la foto del pintor cruzado de brazos y un mensaje: “Fernando Botero, un colombiano universal”. En otros dos fueron puestas seis imágenes de seis obras icónicas: Pedrito, el retrato de su hijo que falleció cuando tenía 4 años en un accidente en España; la Mona Lisa, que pintó en 1978; la Bailarina en la barra, que pintó en 2001; una familia colombiana de 1999; la reconocida pareja bailando en un día de la Independencia en 1987, y uno de los tantos bodegones, con una cafetera azul y frutas.
A las 11 a. m., se escucharon pisadas fuertes en el Capitolio. Minutos antes, el ataúd fue cubierto con la bandera de Colombia y fue entrado por la calle 9 con carrera 7, a un costado de la Plaza Núñez, que conecta con la Casa de Nariño, la sede de la Presidencia. Sobre un tapete rojo y con más de una treintena de soldados del Batallón Guardia Presidencial, se delimitó el camino de ingreso hasta el Salón Elíptico, el espacio donde se reúnen la Cámara y el Senado en pleno.
Los fuertes golpes de los zapatos al suelo anunciaron el ingreso al lugar. Fue un momento solemne. De nuevo, el silencio se apoderó del recinto. Dos soldados ingresaron el féretro y lo pusieron al frente de la mesa directiva. La última vez que se vio a Fernando Botero en este lugar fue hace 11 años cuando el maestro recibió la condecoración Orden de la Democracia ‘Simón Bolívar’ con placa de oro, a propósito de su cumpleaños número 80.
En Medellín estuvo en enero del 2014 —su casa en Llanogrande se incendió por una falla con la chimenea— y en 2017, cuando recorrió parte la ciudad. Desde entonces no pudo regresar por recomendaciones médicas que le indicaban estar en altitudes por debajo de los 1.000 metros sobre el nivel del mar.
Detrás de él entró la familia del escultor: Lina y Fernando Botero Zea (hijos), Rodrigo Botero (hermano), Fernando y Felipe Botero Quintana (nietos). También entraron altos mandos de la Policía y el Ejército, el ministro de Cultura, Juan David Correa, el ministro de Salud, Guillermo Jaramillo, y 15 minutos después de iniciada la ceremonia, el ministro del Interior, Luis Fernando Velasco.
El presidente Gustavo Petro no asistió, pese a que en su agenda se anunció que llegaría al acto. Miembros de la Cancillería, Procuraduría, Contraloría y algunos congresistas, como la senadora Piedad Córdoba, estuvieron presentes. La exvicepresidenta y excanciller Marta Lucía Ramírez también estuvo en el lugar. El expresidente Juan Manuel Santos llegó en la tarde de ese día.
El himno nacional retumbó en el sitio y marcó el inicio del homenaje. El maestro quedó ubicado en un punto custodiado por tres obras artísticas que ilustran momentos históricos del país, tal como él lo hizo con sus creaciones que registraron la violencia y el día a día nacional: el tríptico de Santiago Martínez sobre Simón Bolívar en el Congreso de Cúcuta, el vitral de la Alegoría a la libertad y Tres cordilleras, dos océanos de Alejandro Obregón.
Esa escena en la mitad del lugar más importante del Congreso, donde se posesionaron reputados políticos, podría ser digna de una pintura de Botero, sobre todo si se le suma el acto religioso, algo que durante siete décadas retrató, criticó y enalteció. Esta vez, él era quien ocupaba un “espacio ancho” —una descripción que Carlos Fuentes les dio a sus creaciones en Mujeres.
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El artista colombiano Fernado Botero posaba el 6 de julio de 2012 junto a una de sus esculturas en la Iglesia de Santo Agustino en Pietrasanta, Toscana, antes de la inauguración de una exposición. (GABRIEL BOUYS/AFP)
Cuando se revisa la obra de Botero, la creación más cercana en la que habló de su muerte es el mural del Infierno que está en la iglesia La Misericordia, en Pietrasanta (Italia), la ciudad de sus entrañables afectos. En la parte inferior pintó su cara hundiéndose en el fango al lado de la cola de una serpiente que atraviesa el cuerpo de una mujer y diagonal al rostro de Hitler. “Una ironía, quizás”, menciona Christian Padilla, curador de arte y conocedor del maestro.
Después hubo un minuto de silencio in memoriam. Al terminar, el presidente del Senado, Iván Name, y el presidente de la Cámara, Andrés Calle, les entregaron a Lina y Fernando la moción de duelo que expidieron las corporaciones con motivo del homenaje al fallecido artista.
Un paso siguiente fue una breve ceremonia católica de Monseñor Sergio Pulido, quien ofreció algunas palabras haciendo hincapié en la “esperanza de la resurrección” y la “vida eterna”, dos frases que se enmarcan en las más de 8.000 obras que Botero creó durante siete décadas y que le aseguraron un espacio en la memoria universal.
Los actos protocolarios continuaron con las palabras de los dirigentes del Legislativo. “Hoy nos embarga un profundo sentimiento de nostalgia y gratitud”, aseguró Andrés Calle, presidente de la Cámara. “Uno de sus legados fue hablar de paz y hoy los colombianos buscan la paz. No es coincidencia que hoy nos reunamos en el salón de la democracia a darle el último adiós a alguien que siempre busco en su arte un país en paz”, enfatizó.
Le siguió Iván Name, presidente del Senado, quien de entrada dijo: “No sabíamos cómo hacer esta despedida. Aquí hemos despedido a los heroicos colombianos, pero nunca habíamos despedido a un hombre universal”. Y estaba en lo cierto. Las últimas veces que el Salón Elíptico se usó como cámara ardiente fueron con la muerte del expresidente Alfonso López Michelsen y el asesinato de Jaime Garzón, cuando la Plaza de Bolívar se llenó por completo.
“Botero logró pintar un mundo diferente. Se recuerda su humanitarismo, su espíritu generoso, la donación a su pueblo, a Colombia que amó fervorosamente”, continuó. El pintor donó 208 obras, 123 de su autoría y 85 de artistas internacionales, al Banco de la República de Bogotá, dando luz al hoy Museo Botero, uno de los más recorridos y apetecidos por los turistas, a tan solo dos cuadras de la Plaza de Bolívar, y el lugar que le permitió a los colombianos acercarse a artistas de alto reconocimiento global. También donó 108 obras al Museo de Antioquia en Medellín y esculturas que formaron la plaza Botero en Medellín.
Iván Name coincidió con la esperanza de Monseñor Pulido: “El maestro Botero seguirá caminando por el mundo con sus esculturas distribuidas por el planeta y su pincel maravilloso que plasmó un mundo al que pintó después de entenderlo y al que lo entendió después de plasmarlo”. Y terminó con un grito efusivo y melancólico: “Oh, maestro, oh, signore, cuánta falta le harás a tu mundo”.
El eco del clamor se mezcló con las notas de Sheep may safely graze de Johann Sebastian Bach que fueron interpretadas por la Orquesta Sinfónica Nacional y el Coro Nacional de Colombia.
Tras el último acorde, Lina Botero se dirigió a los invitados y a los medios de comunicación. “Queremos agradecerles a todos. Decían que mi papá era el más colombiano de los colombianos, y estoy de acuerdo. Nos deja un legado colosal”, inició. Fueron unas palabras emotivas, recordando entrañables anécdotas y sobre todo la calidad de su obra.
“Y aún cuando vemos su serie titulada Abu Ghraib que pintó sobre las torturas por parte de los soldados americanos en la cárcel en Irak, o cuando vemos las escenas de masacre que hacen parte de la serie sobre la violencia en Colombia, temas que produjeron en él rabia e indignación, reconocemos de inmediato que se trata de un Botero gracias a su estilo inconfundible. A pesar del tema, a veces inclusive brutal, sus obras siempre comunican esa sensualidad, esa belleza, porque como él solía decir, fueron pintadas con amor”, dijo.
Su voz se quebró cuando mencionó el momento en el que ella le preguntó por las donaciones que realizó a Colombia. “Siempre me decía que esa decisión fue la más inteligente y la más sabia que tomó jamás, porque lo que él donó se le había devuelto multiplicado mil veces por algo mucho más importante que el dinero: el afecto y el reconocimiento de la gente. Cuando estaba descolgando las obras de su propias paredes dejándolas limpias, le pregunté: “¿Por qué no regalas todo, pero dejas al menos estas?” Y me respondió: “Porque un regalo que no duele, no es un buen regalo”. Esa frase se me quedó grabada en la memoria para siempre”.
Ese tema después fue retomado por uno de sus nietos, Fernando Botero Quintana, quien se refirió a una lección valiosa que más recuerda de su “abuelo Fer”, como le decía: “La generosidad no se vive con palabras; me enseñó a amar incondicionalmente a Colombia y a sus raíces”. Los tres hijos del maestro anunciaron a través de un comunicado que conservarán su colección privada de obras y organizarán exposiciones en varias partes del mundo. Además, se creará un comité de especialistas para certificar la autenticidad de los dibujos, pinturas y esculturas.
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Fernando Botero, conocido por sus voluptuosas representaciones de personas y animales, murió a los 91 años. (BERTRAND GUAY/AFP)
Despedida
El acto terminó con un saludo protocolario a la familia. En la entrada del Capitolio, se agolparon decenas de visitantes que esperaban a las 2 p. m. el paso para entrar al lugar. “A veces uno va a funerales de gente que uno desconoce, por qué no venir a despedir a quien en verdad fue un gran colombiano”, contó la primera mujer que estaba en la fila desde antes del mediodía para entrar el lugar.
“Se merece que valoremos todo lo que hizo por el país y cómo nos puso en un lugar relevante en el planeta”, dijo un hombre que estaba en el grupo de los diez primeros para ingresar al recinto. El flujo de gente ha sido constante. Para muchos colombianos, fue la primera vez que entraban al Congreso de la República.
La Policía no permite que alguien se detenga. Los ciudadanos entran por la entrada de la Plaza de Bolívar, pasan a un lado del primer patio y toman un pasillo lateral hasta el Salón Elíptico. Allí pasan muy cerca del féretro con la bandera de Colombia. El camino está demarcado por 24 ofrendas florales de todos los tamaños. Después, continúan hasta la salida por la Plaza Núñez, en la parte posterior del Congreso.
El viernes, durante dos horas estuvo abierto el Capitolio Nacional. El sábado, entre las 9 a. m. y 4 p. m., estuvo habilitado el acceso al público y la obra La paloma de la paz, que estuvo entre el Museo Nacional y la Casa de Nariño, fue puesta al lado izquierdo como otro guardián de su cuerpo, tras una orden impartida por el presidente Petro. El día anterior, el expresidente Santos sugirió hacerlo cuando se retiró del recinto.
Este domingo habrá el mismo horario. “Me enseñó a amar el arte y a entender una Colombia gorda, pero no gorda en volumen, sino en historias”, contó un señor de 71 años que estaba con una chaqueta negra y saco gris, y tocó el ataúd con sus manos.
El lunes se realizará una ceremonia religiosa en la Catedral Primada y un homenaje en el Museo Botero. Después, su cuerpo será trasladado a Medellín, donde permanecerá hasta el jueves y recibirá homenajes en el Museo de Antioquia y la Capilla Basílica Metropolitana, antes de ser cremado y devuelto a Pietrasanta (Italia) para reposar al lado de Sophia Vari, su eterno amor que falleció en mayo de este año.
Desde hace tres días, Colombia despide y honra a un hombre grande, al hombre más importante de la historia artística del país.
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