El ilustrador Félix Arburola tuvo un brazo inagotable.
La pluma no la dejó quieta nunca : como filosofía, nunca dejó que la inspiración hiciera su trabajo. En su lugar, los mejores trazos lo encontraron en la mesa de dibujo o garabateando en sus bitácoras personales.
Con 68 años, ‘Firi’ –como se le conocía– falleció el domingo en la noche en San Ramón de Alajuela, en casa de sus hermanos.
Según dijo su familia, hace un año le diagnosticaron cáncer linfático. Desgastado por el proceso de la quimioterapia, Arburola decidió continuar con tratamientos naturales.
Hace una semanas, la enfermedad volvió a deteriorar su salud y decidió partir de su casa en Barva de Heredia para recibir cuidados paliativos bajo la supervisión de sus hermanos.
“Durante la quimioterapia estuvo retirado de todo. Ahora estaba ilustrando un libro para la UNED. Mi hermano Ariel va a terminarlo, va a colorear algunas cosas que quedaron pendientes”, dijo su hija mayor Moy quien es, además, la directora de la Compañía Nacional de Teatro.
Un niño. Félix Arburola llevaba por dentro un niño muy inquieto. Por esa razón, sus colegas nunca lo vieron envejecer.
“De Félix yo aprendí a ser un niño perenne. Él jugaba con los colores y las líneas; creaba historias y no se avergonzaba de ese poder imaginativo”, lo describió el escritor infantil Carlos Rubio, quien lo conoció cuando Arburola era director artístico en la revista educativa Tambor , a finales de la década de 1980.
Justo allí fue donde Arburola dio vida a amigos que lo acompañarían en el resto de su carrera: la homónima mascota de la histórica publicación, Tambor, y su fiel compañero, Lapicillo.
“Antes de Félix, la ilustración en este país no se tomaba en serio. La ilustración de libros y el diseño no era algo serio, se ilustraba porque había que hacerlo. Félix siempre lo tomó apasionadamente y tan vehementemente que hizo una escuela de artistas”, afirmó Ana Coralia Fernández, última directora de Tambor.
Arburola nunca dejó el lápiz quieto. Como ilustrador de la Editorial Santillana, la Editorial Costa Rica y la Universidad Estatal a Distancia, firmó dibujos para libros de Carlos Luis Sáenz, Alfonso Chase, Lara Ríos, Julieta Pinto, entre otros.
Inmerso en el diseño publicitario, creó personajes para campañas famosas como Jacinto Basurilla y los helados de Dos Pinos, Súper Paletas.
Como pintor, nunca se conformó con una única técnica. Arburola experimentó una gran gama de formatos y estilos.
Todavía en la última Feria del Libro –realizada en setiembre– compartió con otros ilustradores mientras jugaba con la técnica que aplicó en sus últimos trabajos: la acuarela.
Un padre. Arburola usó su mano ágil para desvelar su alma y sus palabras honestas para educar. Su guía fue útil para que muchos ilustradores encontraran su vocación y, en ella, su lugar en el arte costarricense.
“Tuvimos una relación de maestro y discípula. Fuimos compañeros durante tres años (en la Editorial Santillana) en los que me mostró el valor de la ilustración como una opinión sobre el texto. Yo perdí como un padre”, declaró su colega Ruth Angulo.
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A sus cuatro hijos, ya fuera por instinto o por error, también los convirtió en artistas. En su niñez y adolescencia, todos demostraron intereses estimulados por el mundo mágico en que los educó Arburola: Moy, persiguiendo un espacio en las artes escénicas; Sebastián dedicándose a las artes plásticas y el diseño publicitario; Ariel realizándose en la ilustración y Félix, el menor, entregándose a la música.
“Los días festivos, éramos nosotros cinco. Nunca nos gustó el molote. Íbamos a un apartamento, pedíamos pizza, empezábamos a hablar de arte, de cómo nos iba a cada uno en lo suyo”, recordó Sebastián. “Además de padre, yo puedo decir con certeza y felicidad en mi corazón, lo que yo tenía era un muy buen amigo”.