Gilbert Keith Chesterton era gordo y grande; George Bernard Shaw, flaco y pequeño. Cierta vez, Chesterton le dijo: “Si los extranjeros lo viesen a usted, pensarían que se pasa hambre en Inglaterra”; Shaw le respondió: “Si lo vieran a usted, sabrían por qué”. Chesterton y Shaw se lo pasaron muy bien lanzándose ironías –la especialidad de la casa de la inteligencia– como si fuesen el Gordo y el Flaco sin película, y sin advertir tampoco que ya era bastante ironía el que Chesterton fuese un inglés católico, y Shaw, un irlandés descreído.
G. K. Chesterton (1874-1936) pasa por ser un gran escritor, y además lo es, coincidencia que prueba que la redundancia a veces puede hacerle bien a la literatura.
G. K. solía hacer gala de su conversión católica, y escribió biografías de santos y un libro de ensayos que titulóOrtodoxia; pero nunca lo dejó un dejo de ironía. Su afán de paradoja tal vez haya impedido que sus obras entren en el canon de la salvación, y son, más bien, una vía hacia el limbo de la buena fe -el centrismo de las postrimerías-.
Chesterton escribió también un ensayo en defensa de la humildad, que no ganó un premio por lo mismo. Se lo habrían concedido si los jurados tuvieran el mismo amor por el humor que los humoristas.
Años después del acceso a una postrimería por Chesterton, el matemático Martin Gardner publicó una antología de ensayos científicos titulada El escarabajo sagrado. Este nombre copia el título de un ensayo del entomólogo francés Jean-Henri Fabre. Él prueba que “los robos constituyen una práctica generalizada entre los escarabajos”, de modo que el ser humano no es el único animal político.
Al agnóstico Gardner le cayó en gracia La lógica en el País de las Hadas, ensayo del católico amatemático G. K. Chesterton, y lo metió en su antología (al ensayo) con una elogiosa introducción.
Martin Gardner precisa que G. K. “no destacaba por sus conocimientos científicos” y que “nunca se convenció de que el hombre desciende de animales inferiores”. Tal vez no haya que culpar mucho a G. K. Chesterton porque la descendencia contraria es algo frecuente.
En su ensayo, Chesterton pretende que los cuentos de hadas siguen las leyes de la lógica: “Si tres hermanos cabalgan en sendos corceles, tendremos seis animales”.
Empero, G. K. sostiene que los “hechos” mágicos tienen su propia lógica (mejor dicho, ninguna): en un árbol pueden crecer candelabros de oro. Esta rareza no sería menos rara que el surgimiento de un pollo desde un huevo: lo esperamos solo pues ocurre con frecuencia.
Chesterton se equivoca y sigue a filósofos del escepticismo radical. En realidad, las ciencias naturales postulan leyes que se cambian si no funcionan, mas por otras leyes.
Rociar de incertidumbre al universo sería un primer paso hacia la locura; felizmente nos lo evitan las ciencias y los cuentos de hadas.
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