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Carlitos Miranda en el monólogo Monsieur , dirigido por Natalia Mariño. José Cordero. (Jose Cordero)
La luz devela una habitación triste: un quemador de gas es la cocina y una repisa con espejo hace las veces de lavabo. Al extremo, bajo el catre arrinconado, la solitaria maleta yace lista para salir de viaje. Aquí la abundancia nunca fue invitada. Sobran los espacios vacíos y apenas hay un ejemplar de cada cosa: un plato, una cuchara y también un caballero de fina estampa. Más adelante sabremos que es un cantante, casi un showman.
El primer tercio de Monsieur transcurre en ausencia de palabras. Vemos al protagonista echado en su camastro, mientras aguarda que hierva el agua de su café. Soportamos la espera con él. Todas las miradas fijas en la llama. Minutos después, luego de degustar la taza aromática, el hombre se provoca un orgasmo. Los placeres, lejos de consolarlo, le recuerdan lo solo que se encuentra.
Al llegar a este punto, resulta evidente que observamos el trabajo de un actor excepcional. Carlitos Miranda –en el rol de Joaquín– es un imán para el ojo porque siempre está comunicando algo de su mundo interno, inclusive, si se ocupa en resolver faenas domésticas de escasa trascendencia. En los momentos de total reposo, su personaje aún es capaz de generar expectativa y mantenernos al acecho de sus gestos.
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Joaquín habla de su vida. Se aferra al recuerdo de las viejas épocas: a la relación amorosa que casi se consolida o a la carrera artística que casi despega hacia el estrellato. Para él, su pasado quedó incompleto y su futuro se asoma como una oportunidad de reivindicarse. En su presente, matar el tiempo constituye su principal estrategia para sobrevivirle al desencanto.
Para fortuna de los espectadores, la espera está colmada de creatividad. Miranda intercala, en su soliloquio, juegos que dibujan el amargo humor de Joaquín. El fallido diálogo con Dios, las canciones en francés e inglés o la parodia del tradicional discurso que antecede al Ave María de la costarricense Radio Reloj son algunos ejemplos. Estas dinámicas acrecientan la sensación de soledad del personaje.
Convivir con este hombre es divertido y doloroso. Nos recuerda que el tiempo es irrecuperable y que los buenos recuerdos pueden ser una mala broma. La carga emocional es enorme si uno se atiene al pasado a fin de salvarse del presente. Por eso, Joaquín colapsa y su angustia se desborda. Es poco lo que le sostiene en pie. Quizás una última esperanza: la necesaria para arreglarse y soñar con un mañana mejor.
Monsieur es un espectáculo lleno de recursos actorales dosificados con inteligencia y eficacia. La directora Natalia Mariño le encomienda a su intérprete la construcción de un universo denso que parece no avanzar hacia ninguna parte. Sin embargo, no tardamos mucho en comprender que, en realidad, estamos ante el profundo retrato de una vida; una instantánea hecha pedazos que un tipo agridulce se esfuerza por recomponer.
Joaquín termina por confesar que él mismo es un espejismo. Todo el tiempo había sido Carlitos el que accionaba bajo la fachada de un personaje. En esta ruptura de la ficción, lo biográfico se filtra y la obra se vuelve un enigma. ¿Acaso escuchamos el cuento de un personaje o, por el contrario, el testimonio de un actor? No interesa ni es posible saberlo. Sobre la escena, la verdad es una mentira bien contada.
Dirección: Natalia Mariño. Dramaturgia : Natalia Mariño, Carlitos Miranda. Actuación: Carlitos Miranda. Escenografía: Andrea Calvo. Audiovisual: Cukoo Koo Photography, Chimbo Films. Gráfica: Maricruz Vargas. Vocal coaching: Grupo 31. Producción: Jennifer Monge y Del Carmen Teatro. Espacio: La Casona Iluminada. Fecha: 1.° de setiembre del 2017.