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Bluefields tras el huracán Juana, en 1988. Hoy quiero contar la historia de esta foto tomada cuando cubrí la emergencia. Foto tomada por Mario Barboza, de La Nación.
Esta foto es de hace 34 años, un día después de que el huracán Juana había arrasado la ciudad de Bluefields, en el Caribe de Nicaragua. Todos los que aparecemos allí, de pie, en el cajón de un camión militar, éramos periodistas, fotógrafos o camarógrafos, salvo ella, una muy joven soldado del Ejército Sandinista que, en medio de la destrucción, lograba sonreír para la foto con su traje de fatiga.
Cuento la historia de ese momento, y de mi experiencia como enviado de La Nación, en ese entonces con 27 años, porque hoy, una vez más, no solo Costa Rica está en zozobra por el paso de la tormenta Bonnie, sino, quienes habitan en el Caribe sur de Nicaragua. Y rememoro ese desastre porque fue la primera vez que tuve noción, en el sitio, de lo catastrófica que es una tormenta tropical o un huracán en la vida de una persona, una familia y un país. Es cierto, uno sufre cuando lo informan en las noticias, pero, mucho más, cuando lo ve con sus ojos.
Ya casi les voy a hablar de los que aparecemos en esta foto tomada en blanco y negro el lunes 24 de octubre de 1988 al mediodía, pues, lo que se ve detrás de nosotros, lo dice todo. Bluefields, que a la legua se notaba que había sido una bella ciudad, estaba en ruinas. En esos tiempos tenía 25.000 habitantes (hoy son 60.000). Entre la noche del sábado y el amanecer del domingo, los vientos de 217 km/h que entraron desde la bahía habían reducido a escombros cuatro mil viviendas, casi todas de madera y pintadas con colores típicos del Caribe. Por eso, las calles estaban repletas de pedazos de casas y de árboles sobre los cuales se abrió paso el camión militar montado sobre llantas tipo tractor.
Era una ciudad desolada. Se veía muy poca gente porque, quienes sobrevivieron, aún estaban en los refugios. Hay que recordar que, inicialmente, la trayectoria de Juana era otra. Los reportes del Centro de Huracanes, en Miami, Florida, apuntaban a que iba en dirección hacia Limón, pero, ocurrió lo insólito. Seis horas antes del impacto, el ciclón varió el rumbo y se encaminó hacia Bluefields y, una vez más, Limón se salvó de una tragedia.
Quienes aparecemos en la foto éramos parte de un grupo de 40 periodistas internacionales a los que el Ejército Sandinista llevó a la región. Nosotros teníamos obligación de informar la magnitud de la tragedia; el gobierno de Daniel Ortega la necesidad de concientizar al mundo de que Nicaragua requería ayuda internacional. Por eso, a los medios extranjeros que nos registramos en la Casa Presidencial nos repartieron en dos helicópteros rusos MI-17 que abordamos, al amanecer de ese lunes, en el aeropuerto Augusto César Sandino, en Managua, para recorrer los más de 300 km hacia la costa.
El viaje también tiene su historia. A medio camino, hubo que aterrizar en un campo y hacer espera por casi dos horas para que el clima mejorara pues –ahí supimos– el vuelo era rasante para evitar un misil antiaéreo de los contrarrevolucionarios que, en ese entonces, se enfrentaban al Ejército Sandinista. El vuelo se hacía a baja altura, sobre copas de los árboles, potreros y recorriendo el cauce de un enorme río pues, si se volaba a mayor altura, las naves quedaban al alcance de los “Red Eye” que tenían los insurgentes.
La vista desde el aire anunciaba un desastre. En medio de la selva estaba el rastro por dónde había avanzado el huracán. Se veían anchas franjas de bosque como si hubieran sido “aplastadas”. También, cientos de palmeras estaban sin sus palmas y las que quedaban, apuntaban en la dirección en que las llevó el viento.
Cuando estábamos por llegar a Bluefields, el piloto anunció que sobrevolaría para que fotógrafos y camarógrafos registraran el desastre. Ahí viví un momento desgarrador. Mientras las cámaras apuntaban hacia tierra a través de las ventanas, una mujer comenzó a llorar. Llevaba la cara pegada a la ventanilla y de vez en cuando era posible ver que le salían lagrimones, pero no decía nada. Me pasé junto a ella. Era nicaragüense, no trabajaba en nada relacionado con prensa y había logrado colarse en el viaje. Solo me dijo: “Mi papá y mi mamá están allí, no sé si vivos”.
Después de varias vueltas a la ciudad, aterrizamos al mediodía en el aeropuerto local y ella bajó a la carrera y se desapareció. El Ejército nos repartió en dos camiones para comenzar a recorrer lo que quedaba de la ciudad. Recuerdo que, en medio de los pedazos de madera, se veían los vivos colores que habían dado vida a las casas. Bluefields es una ciudad con historia desde los años 1600, pues fue tierra de piratas europeos, quienes la tenían como refugio para descansar o abastecerse. Su arquitectura me recordaba mucho al Limón donde nací y crecí en los años 60 y 70.
La joven soldado de la foto iba con nosotros en el cajón para prestarnos cualquier ayuda. Y tengo que decirlo, si sonrió –y yo detrás de ella también sonreí– fue porque mi compañero fotógrafo, Mario Barboza, nos movió a eso. No era un momento para reír. El camión había parado para hacer fotografías del edificio que está a la izquierda. No recuerdo que había allí. Se notaba que había sido un edificio con una prestancia que se trajo abajo el viento. Solo quedaron las paredes. Delante de la soldado estaba Arturo Masís (q. e. p. d.), conocido como Monimbó, quien era camarógrafo de Telenoticias. La Nación y canal 7 eran los únicos medios ticos entre otros como ABC News, Univisión y El País de España.
El recorrido por la ciudad duró unas dos horas pues había que volar de regreso a Managua. No llovía porque Juana había absorbido casi todas las nubes, así que fue un regreso fluido. Llegamos a la capital al anochecer. Managua también había sido bañada por los aguaceros y había restos de techos o cúmulos de agua en algunas calles, pero, no al extremo de Bluefields.
En el aeropuerto nos esperaba el chofer de La Nación, Carlos Chaves (q. e. p. d), con quien habíamos viajado a ese país en un automóvil del periódico. Mario Barboza y yo le pedimos irnos directo al hotel Intercontinental, donde nos hospedábamos, para buscar algo que comer pues solo habíamos probado el desayuno.
Era lunes y el hotel estaba ajeno a la emergencia. Había noche mexicana y hasta baile con mariachi en un sitio que, si mal no me acuerdo, era como un sótano. Entramos al salón a pedir la cena (por supuesto, mexicana) y lo que más me sorprendió fue ver a militares, vestidos con su elegante uniforme verde, bailando, cantando y disfrutando de la noche con algunas mujeres. Eso, mientras el país estaba en plena crisis por el huracán. Su situación era muy diferente a la de la joven soldado de Bluefields, a quien recuerdo muy bien por el dolor con que nos contaba historias de los sitios por donde pasábamos.
Por eso, la foto solo refleja unos segundos, una pose, pero, el drama era en serio. 148 personas murieron esa vez por Juana solo en Nicaragua, donde conocí, pies en tierra, cuán peligroso es un huracán. Hoy, ruego a Dios por quienes viven allí porque, sin duda, la están pasando mal.
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Bluefields, ciudad de Nicaragua destruida por el huracán Juana en 1988. La foto es días después, porque el día que la recorrimos, no había gente en las calles.
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Bluefields desde el aire tras la destrucción del huracán Juana en 1988.